
Uno, que proviene de dignísima estirpe política y tiene el honor de ser nieto de Manuel Carrasco i Formiguera, tuvo en el otoño más comentado de la historia contemporánea de España, ese otoño de 2.017, más que la tentación, la necesidad de vivir intensamente en la calle unas jornadas que presentía trascendentales por lo que históricamente iban a suponer, y fuera el que fuera el resultado final de tanto empeño.
Hoy nos toca conocer el fallo del insigne Tribunal Supremo del reino de España en referencia al papel que desempeñaron y asumieron esos días, los miembros del gobierno catalán elegido libremente en las urnas.
¿Mi opinión de la condena? Una auténtica vergüenza.
¿Saben ustedes el motivo? Yo estaba presente.
En este humilde escrito, no opino del último bombardeo del ejército turco sobre el pueblo kurdo, ni tan siquiera del fatídico accidente del tren de Santiago de Compostela donde perecieron decenas de viajeros… No, en este artículo no opino de situaciones en las que yo no estaba presente y mi opinión la tengo que tejer cuidadosamente a partir de informaciones ajenas y terceras…
No, en este caso, yo estaba presente.
Sería fácil comentar el resultado de esos cuatro meses de interrogatorios y declaraciones abrazando la idea de que tanto si me gusta menos, como si me gusta más, el veredictoes justo, ya que vivimos en un país libre y democrático que cuenta con una judicatura despolitizada e independiente y una separación de poderes que garantiza todo lo anterior…
Pero sería mentira.
El papel del tribunal y de su presidente al frente, asumiendo roles políticos esperpénticos y sorprendentes y ataviándose de un carácter censor (y cuasi represor) en algunos episodios vividos públicamente, que le incitaron a declarar en alguna ocasión frases como: “Cuando yo hablo, usted se calla” a ciudadanos libres que estaban prestando declaración voluntariamente, ruborizó a propios y extraños en todo el mundo…
El buen amigo Carlos Quilez, laureado periodista especializado en temas jurídicos y criminológicos me solicita mi parecer, y ya de base, si las acusaciones son un fraude, las penas asignadas lo tienen que ser también, y lo son…
¿En qué me baso para decir fehacientemente que las acusaciones son un fraude y por ende sus penas? Insisto… Porque yo estuve allí, y nada de lo que se ha intentado chapucera y vergonzantemente demostrar que sucedió, lo hizo realmente.
Aun habiendo estudiado derecho y ciencias de la información, nunca ejercí ni de abogado ni de periodista, mis apetencias y motivaciones personales me llevaron a convertirme en un profesional de la publicidad y el marketing y no puedo considerarme por lo tanto un especialista en temas jurídicos, pero sí lo soy en observar mi alrededor, de eso vivo en realidad, y les puedo asegurar que no sucedió en las calles lo que no sucedió, y eso y nada que se pueda considerar delito de rebelión, sedición, conspiración o similares, es lo mismo!
Esos hombres y mujeres, son personas libres y dignas más allá de lo que falle este tribunal infestado de política desde su creación, y duele tener que recordar que esas mismas paredes, esas mismas butacas, esos mismos mármoles, sillas y mesas,condenaron tal día como hoy hace ya unos cuantos años a ejecución y muerte, al President Lluís Companys.
¿El Tribunal Supremo haciendo públicamente de actor político? No… Para nada… Ni hoy ni nunca, ¿Verdad?
Descanse en paz, Lluís Companys, y mientras lo hace, que recurran a los estamentos mundiales oportunos todos y cada uno de los miembros de mi gobierno que han sido vergonzosamente vapuleados encontrando no justicia jurídica, sino venganza política.
Lloro por ellos.