
La mafia italo-americana de los tiempos de la Ley Seca fue un fenómeno muy inspirador y nutritivo para la novela noir clásica y el atmosférico cine negro eterno, pero no tanto para la vida diaria de la gente de bien de Chicago años 20.
Igualmente hoy dicen que en Barcelona se cometen una media de 20 delitos a la hora, sí, que la Ciudad Condal cada vez se parece más a una novela cruda como el infierno de Jordi Ledesma…
Eso al parecer va bien para los poetas de la violencia con sentido o como forma de vida, sí, para esos defensores de los acorralados perdedores que son Julián Ibáñez y Paco Gómez Escribano, y para los cazadores de historias delincuenciales ficcionales o crookstories como Víctor del Árbol, Pere Cervantes y Rafa Melero, y también para los guionistas de televisión y demás familia, pero no tanto para la ciudadanía corriente y moliente siempre de por si anhelante de poder vivir en paz con Telecinco, sopas y buen vino.
Hubo un tiempo en España, los años 80, en que, tras cuarenta años de miseria que también fueron un gran doctorado en supervivencias, se dejó atrás gran parte de la represión y se puso de moda eso de narrar en cine, televisión y novelas, historias delincuenciales (firmadas por Fermín Cabal, Juan Madrid y por ahí todo seguido) que dotaban al lumpenno de misterio y aventura, como hacían los clásicos, sino de una suerte de mirada complaciente y repleta de romanticismo sin florituras.
Pero la democracia fue madurando, y con ella fuimos madurando un poco todos, y asumimos las renuncias y bondades de clase media de eso tan poco complejo en apariencia que llaman normalidad.
Y entendimos que la normalidad necesita una norma: la ley.
Nos sigue gustando mucho la novela negra en lo que tiene de visión verista, ideológica y social del mal, de la injusticia y de la estupidez humanas.
Pero amamos demasiado la vida como para querer que nuestras ciudades se conviertan en una jungla delincuencial que acabe siendo una exclusiva joya turística sólo apta para sofisticados adictos al crimen tales como Carlos Zanon, James Ellroy o Lawrence Block.
Por eso,por favor, autoridades políticas, policiales y judiciales de Barcelona: saquen la delincuencia de las calles de la ciudad y déjenla toda para las muy meritorias novelas de Susana Hernández... Y compañía.