Opinión

Alberto García-Alix

La Opinión de Luis Artigue para eltaquigrafo.com
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Alberto García-Alix es solamente un vividor radical, y la grandeza de su arte, el de esas fotografías suyas repletas a la vez de inmediatez y eternidad, es un efecto secundario de esa audaz opción vital.

¡Nosotros hemos envejecido, pero vaya como han envejecido los años 80!

Por ejemplo este autoretrato de Alberto García-Alix que estoy contemplando ahora en el MUSAC ahora que nosotros los de entonces ya no somos los mismos.

Uno mira con detenimiento el retrato de este Pier Paolo Pasolini de la fotografía y puede ver no sólo el resumen de una vida y una época, sino también un alegato en favor de la existencia radicalmente al límite. Y es que en esta imagen contundente, mientras el blanco y negro gradúa y potencia la atmósfera dramática, vemos con un nudo en la garganta como esta ahí completa la hoja de servicios de un sobreviviente. Sí, en esa foto toda la poética de quien aún es capaz de tapar las cicatrices con medallas para proseguir, pero también en la belleza amenazante de esta imagen, descrito psicológicamente con minuciosidad, el testimonio del pionero. Aquí está, con todos esos tatuajes que son ya el mapa de un camino sin retorno, posando igual que un herido místico diabólico que sin palabras confiesa: juro que algunas noches moriría con la única lástima de no poder contarlo después en una fotografía...

Pero concluimos ante su autorretrato que AG-A sigue en pie mirándonos desde la ciudad amurallada de su obra como quien en realidad no puede renunciar; aún sigue en pie igual que las ruinas de un imperio. De hecho al repasar el autorretrato uno al artista lo vuelve a ver como un hombre genial y obstinado en venerar la libertad no libre de la adicción, el cual se adentró hace años desnudo pero armado en la selva de la vida y ha vuelto maltrecho aunque cargado de tesoros: hay quien figuradamente se quema a lo bonzo, como Nietzsche, por el bien de su obra, pero Alberto García-Alix es solamente un vividor radical, y la grandeza de su arte, el de esas fotografías suyas repletas a la vez de inmediatez y eternidad, es un efecto secundario de esa audaz opción vital.

Sin embargo, más allá de los tatuajes, de la camiseta con tirantes minimalistas y la digna y retante posición de los puños, lo más impactante del autorretrato expuesto en el MUSAC es la luz como de cárcel y esta mirada absorta, inquietante y desorientativa: la expresiva mirada que hace de ese retrato no un espejo sino una denuncia de nuestro decadente conformismo, y también un argumento para quienes, antes de decidirse por la libertad, se fijan primero en los riesgos.

La fotografía como emblema. Un retrato al que miras y el cual además te mira. Uno ante el que te sientes desnudo, solo, confundido por los destellos como quien se asoma a un pozo lleno de diamantes…

Feliz verano, y sean felices, se lo recomiendo.

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