Opinión

Ana Obregón, nueva ‹mater dolorosa› de España, abrazo va

Ana Obregón esta semana nos ha conmovido en lo más profundo por su desgracia filial negra como una flor del cáncer, como una flor del jazz. 

¡Vaya cómo nos ha conmovido el desconsuelo con causa y las lágrimas de Antígona de esta mujer con alma de papel cuché, de esta mujer de la estirpe de las damas de referencia que se sienten invisibles si no salen en el Hola. Sí, esta mujer althusseriana (fue el filósofo, Althusser,quien contó en sus memorias que, de pequeño, sentía el síndrome de invisibilidad frente a su madre, que era una bruja) pero que, en esta ocasión, con su transfigurado semblante como de Piedad en el calvario, nos ha hecho a todos llevar sin remedio el corazón en un puño igual que si fuera un garbanzo que late.  

Ana Obregón, afligida y en alto como una virgen de pueblo, mater dolorosa nacional. Sí, Ana Obregón, con su boca de fresa y sus redondeces de fruta tocadas y retocadas, 

Ana Obregón encarna, como nadie, el verso de «ahora que los de entonces ya no somos los mismos». 

De hecho, Ana Obregón, que lo ha sido todo en España, pero que había dejado de serlo por culpa de esa acumulación de años y exparejas mediáticas que llamamos el paso del tiempo; ella, que había llegado al ámbito mediático de lo que Carmen Martínez-Bordiú llama en un libro suyo, en un libro por ella firmado, La mujer invisible, vuelve ahora a primera plana por una noticia indecible por tan luctuosa y dramática que, en verdad, la haría digna hasta de salir como personaje en la lorquiana, Oda por la Muerte de Ignacio Sánchez Mejías

Ana Obregón, más allá de su biografía animada y revisada por los curiosos a sueldo, entre los que me cuento, y más allá de la cirugía estética que ella, combatiente contra la invisibilidad, empleaba, no para estar más guapa, sino, sencillamente, para estar, nos ha recordado esta semana así, de modo aún más contundente que las estadísticas de contagiados y finados por la COVID-19, que los seres humanos no somos nada, hojas que caen en cualquier momento de los árboles, como escribió el viejo Homero, seres que han de apurar el breve soplo de viento a favor que es la felicidad porque, como nos enseñaron Shakespeare y Calderón de la Barca, la vida, por más que nos empeñemos, no es comedia, sino drama.

Ana Obregón doliente con el cadáver caliente de tu hijo aún en el borde desnudo de tu abrazo: en el nombre, sé que de mucha gente, abrazo va.

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