Opinión

Antonio Escohotado ha muerto

Antonio Escohotado  /   Archivo
photo_camera Antonio Escohotado / Archivo

Fue el eslabón perdido entre Aristóteles y Rimbaud. Inventó Ibiza. Tenía la nariz un poco grande, un poco excesiva, como Calderón de la Barca, pero no era un poeta oscuro como Calderón, sino más bien lo más parecido que había en España a un negro de alma de jazz que toca el saxofón para pagar el alquiler.  

Y ahora se ha muerto: ¡cómo no va a subir el precio de la luz!

Pero antes de dejarnos a oscuras publicó un libro fundamental titulado Los enemigos del comercio (en el que, con rigor y lucidez, nos gritaba admonitoriamente ¡EL CAPITALISMO MUERDE; CUIDADO CON EL PERRO!), viajó a lomos del LSD como Philip K. Dick, practicó el arte de resultar carismático, el de fumar con estilo añejo y el de no fracasar al dejarse crecer el bigote.

Sin embargo ahora se he muerto de pie como un velero.

Antonio Escohotado siempre será mi forma de saber si yo sigo siendo de los míos.

El gran AE escribió su gran obra en la cárcel como San Juan de la Cruz y Oscar Wilde. Estudió los dos principales tabús del siglo XX (esto es, las drogas y el comunismo). Fue un estimulador ideológico de la cosa pública como Ortega y Gasset. Fue el traductor de Newton. Electrificó los años 60. Fue un opinador en prensa, donde practicaba el psicoanálisis social y público como pedía Agustín García Calvo. Fue maestro de generaciones. Fue nuestra inspiración, y acabó siendo eso que Luis Racionero denominaba un liberal sicodélico.

Se ha muerto uno de los últimos intelectuales de verdad, Antonio Escohotado, con la pipa de kif de Valle-Inclán en la mano.

Antonio: ya embelleces la nada… Y seguimos.

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