
Para escribir esta crónica de periodismo narrativo sobre un tema de actualidad con toda una ramificación de temas satélite (Rocío Carrasco, Antonio David Flores, el maltrato de género y si es primero la presunción de inocencia o la protección de la posible víctima, o si son dos temas que están cerca pero no se tocan nunca como las vías del tren) entrevistamos como complemento y también así, anónimamente, a una mujer inteligente, muy formada, y valiente, superadora de muchas cosas y luchadora de muchas batallas que, llena de autoconciencia, fuera víctima de maltrato, y la cual ahora sabe agarrarse como nadie a ese verso de Anna Ajmatova que dice “nada sabemos olvidar; nada queremos que borre el tiempo en nuestros corazones” sin dejar de vivir mirando hacia adelante.
- El maltrato psicológico no es el de quien llega a casa y te agrede y te rompe un brazo –asegura con la autoridad y el peso de quien, si dejara caer su discurso al suelo, haría un agujero-. Es más bien el de quien llega a casa ya gritándote, y te espeta que la cena está mal hecha, y que eres una foca gorda asquerosa, y que no sabes nada ni hacer nada. Es un maltrato igualmente doloroso y contundente, pero menos evidente. Lo que te están golpeando y amoratando aquí es tu autoestima, la cual ya sabemos que cicatriza y cura mal. Te sientes maltratada, sí, pero es muy difícil que puedas demostrarlo ante la autoridad ni ante nadie.
-Yo, sin embargo, como psicóloga no estoy de acuerdo en que, por causa del maltrato psicológico, te sientas maltratada. Me dicen que te sientes una mierda. Te sientes que no vales nada. Que no mereces nada. Que eres un bicho tan desastroso y tan asqueroso que es normal que tu pareja se ponga violento contigo, y que bastante hace con seguir contigo en vez de dejarte… De hecho me dicen que te sientes hasta culpable por hacerlo todo mal, por hacer la cena mal, y sientes que mereces las vejaciones y agresiones… Ésa sería la diferencia, si es que hay una diferencia (para los psicólogos no la hay) entre el maltrato físico que puedes denunciar, y el psicológico, que también es tremendo, pero indemostrable o mucho menos evidente. Sin embargo en lo referente a ese maltrato psicológico del que la ley a penas se puede ocupar, los profesionales que trabajamos en estos temas en los servicios públicos, podemos decir una cosa: que si es un maltrato no judicializable, las instituciones no te abandonan completamente, pues existen profesionales en red, psicólogos, asistentes, trabajadores y educadores sociales, que intentan atajar inmediatamente el dolor y la violencia vicaria y la indefensión aprehendida, y que no te revictimizan, y que te pueden orientar y ayudar. Para eso estamos. Vale que tendríamos que tener muchos más instrumentos y fondos y personal, más casas de acogida y posibilidades de ayuda, pero somos profesionales con mucha vocación, mucha dedicación e implicación, y con gran experiencia.
Un escritor de crónica periodística es un escuchador de voces y de tonos. Y hoy el resultado es este texto de periodismo narrativo que testimonia desde distintos puntos de vista muy autorizados un tema que se acaba de poner de moda debido a eso, sí, al testimonio televisivo en prime time de una estrella del papel cuché, pero que siempre ha sido un tema candente, espinoso y complejo. Un escritor de crónica es el que pone en literatura así, sin que se note casi, algo tan crudo que se diría que no es susceptible de ser literaturizado.
-Antonio David Flores entonces contrató al abogado Rodríguez Menéndez. Y, de su mano, le montó a la madre de sus hijos Rocío Carrasco un juicio mediático a golpe de titulares de “eres una mala madre” en portadas de revista del corazón. A su vez Rociíto, la hija de la célebre folklórica Rocío Jurado, que se casó muy pronto para huir de la casa de la fama y ser ella misma por ella misma, supo pronto que, como cantaba Franco Battiato, no necesitaba terapias ni ideologías sino una vida distinta. Su matrimonio según el relato que ella ha conseguido elaborar se fue oscureciendo con el tiempo y con la convivencia. Y sintió que el amor que implica igualdad y cesión de uno mismo en favor del otro y del nosotros se había tornado en egoísmo cuartelero. Pero creyó que eso era a beneficio de inventario. Llegaron los hijos y las obligaciones, pero no los privilegios. Llegaron por su parte las cesiones y concesiones. Sintió que empezaba a haber a todas luces en su matrimonio dominador y dominada. Sintió que empezaba a haber violencia implícita y explícita. Y, un día, ella se dio cuenta de que había cedido tanto y había tolerado tanto que había dejado de ser ella misma. Las faltas de respeto devinieron en humillaciones. Y no supo saber si aquello era normal o no, y menos aún si era maltrato o no, o no se atrevió a saberlo, pero supo que era algo que la estaba haciendo polvo. ¡Lo que no supo es como frenar aquello! Y se vio arrastrada por la oceánica corriente del maltrato y la humillación. Y ya no pudo dejar de estar en ese torbellino, ni defenderse, ni combatirlo, ni contarlo, ni mucho menos denunciarlo –resume nuestra psicóloga…
-Eso es lo que ha contado, no lo único que cuenta para el caso–matiza la juez.
Hemos entrevistado con oído atento y mirada admirativa a una profesional de la psicología en casos de maltrato de género, primero. Y a esa misma psicóloga y a una mujer víctima de maltrato de género que tuvo la admirable fuerza para reconocer que había sido dañada, y el arrojo de empezar a respirar y de levantarse después, la cual accede a aportar su perspectiva sobre el asunto siempre y cuando se respete el anonimato. Y posteriormente a una juez. Y así lo hemos hecho, así escuchamos y observamos, con el objetivo de convertir esta crónica de periodismo narrativo en eso que el gran representante del periodismo narrativo latinoamericano Martín Caparrós dice que ha de ser una crónica: “ver ahí donde todos miran algo que no todos ven”.
Sí, que hablen los que saben y no los opinadores de todo y sobre todo.
-Resumiendo: quienes trabajamos día a día atendiendo casos de violencia de género, quienes conocemos el tema en toda su cruda virulenta y letal extensión, recelamos de que aún se coloquen encima de la mesa lugares comunes como “lo primero es la presunción de inocencia” o “entre marido padre y hermano nadie mete la mano” o “la maté porque era mía”… Una cosa es que una mujer diga que se siente una mujer maltratada, y otra cosa es que sea mujer maltratada según ley, ya lo sabemos… Pero como ya no estamos en tiempos de barbarie, en el momento en el que una mujer o un hombre o un niño alzan la voz policial o judicial diciendo que se sienten maltratados la ley ha de actuar para proteger al débil.
-Yo, como jueza, te digo que creo en el sistema judicial porque lo conozco y sé que funciona. Pero no funciona en abstracto sino en concreto. Valoras cada caso en concreto, las circunstancias concretas. Y vale que puede haber cierta variación entre la sentencia de un juez y la de otro porque cada uno somos distintos, porque somos personas y no máquinas. Pero hay la variación que hay en un diagnóstico cuando lo hace un médico o cuando lo hace otro. Sin embargo contamos con agentes de la ley que hacen atestados, médicos forenses que nos advierten de la violencia física en la victima, y un equipo psicosocial que hace lo mismo en la violencia psicológica (la cual deja su rastro en la persona, como sabéis). Y en base a eso actuamos.
-El problema –señala la psicóloga con la dulzura antigua y conmovedora de quien envía un telegrama urgente repleto de tecnicismos- es que el maltrato es difícil de detectar solo con una entrevista breve y un informe. Primero porque a veces la víctima no sabe lo que es el maltrato, ni sabe si es normal o delictivo lo que está viviendo. Yo he tratado casos de mujeres que me relatan situaciones terribles que les ocurren en su pareja, y concluyen diciendo: ¿tú crees que esto es maltrato?... A menudo la víctima está tan habituada a escuchar que todo lo hace mal, y que no sirve para nada y que es un fracaso como persona, que su autoestima está anulada y carece de criterio. Y, si logra sobreponerse mínimamente a eso e ir a una comisaría o a un juzgado, tiene que poner en palabras lo que lleva tiempo doliéndole. Pedimos un gran esfuerzo. Y se le pide coherencia discursiva… A menudo no la pueden ofrecer, y se vuelven a casa o desisten enseguida. Y eso teniendo en cuenta que lo más frecuente es que una víctima de violencia de género acuda a un juzgado o llame a la policía, en un momento de alta intensidad de la violencia. Las situaciones más habituales son de menos intensidad, y suelen conllevar a posteriori estrés contenido e incapacidad para actuar. Por eso ya te digo que muchas veces en vez de denunciar desisten y vuelven a casa. Y ese retorno multiplica la violencia y la impotencia. Y si se alza de nuevo y vuelve al juzgado o la comisaría, algo harto difícil sin ayuda, y se pone en primer lugar la presunción de inocencia que el relato de la víctima, tal vez no llegue a demostrarse Ese maltrato porque hay serio riesgo de que el maltratador acabe antes con la víctima… Por eso lo que los profesionales que trabajamos día a día con la violencia de género opinamos es que, si se pone por delante la presunción de inocencia, habrá mucho dolor y muchas muertes.
En esta crónica periodística escrita tanto con conciencia social como con conciencia narrativa hay tres conversaciones, tres miradas distintas, y una certidumbre: la de que hablar con mujeres interesantes es fundamentalmente escucharlas, observarlas, aprender a captar sus sutilezas, su sapiencia. Y, sobre todo, intentar aprender a respetar sus tiempos (esos momentos en los que parece que no pasa nada, pero está pasando el mundo). Y es aprender por un momento a ser ellas entendiendo que escribir periodismo narrativo supone familiarizarse.
-¿Y tú qué opinas de Antonio David Flores?
-Pues desde mi conocimiento experiencial del tema del maltrato de género (digámoslo así, a las claras, aprovechando que respetarás mi anonimato) opino que probablemente Antonio David Flores tendría credibilidad si hubiera estado bien asesorado, y hubiera reconocido públicamente su responsabilidad, esgrimiendo por ejemplo que su comportamiento tenía que ver con aquel tiempo y aquel contexto en el que fue educado así, en un modelo de masculinidad saturada y tóxica muy de la época: un tiempo en el que estaban social y hasta legalmente consentidas e incentivadas pasadas conductuales en las parejas que atendían a primitivas dinámicas entre dominador y dominado, y que no tenían nada que ver con las relaciones de igualdad en dignidad derechos y deberes. Probablemente entonces Antonio David, si lo hubiera hecho así, hubiera ganado puntos ante la sociedad y ante sí mismo.
-En toda historia de pareja hay cuatro versiones: la de él, la de ella, la de los hijos y la verdad. Pero en una historia de maltrato la versión más difícil de verbalizar es la de las víctimas. No resulta nada fácil alzar la voz cuando has sido maltratado o maltratada psicológica o físicamente. Se trata de un acto de extrema valentía, y se ha constituido en un revulsivo, y un ejemplo digno de ser emulado, que ha multiplicado las llamadas al número de teléfono del maltrato 016.
-Ya, pero en el código penal se habla de maltrato de género y de maltrato doméstico (de hecho en el caso de Rocío Carrasco de lo que está hablando es de maltrato doméstico, que es el que se refiere a violencia intrafamiliar, no sólo del hombre a la mujer sino que también tiene que ver con los hijos), pero no de víctimas ejemplares y víctimas no ejemplares por ir o no a la televisión.
-Yo, como psicóloga, trabajo en un equipo de apoyo a situaciones de violencia de género de mujeres que me llegan a través de los CEAS, y que solicitan desesperadamente terapia y apoyo psicológico para ellas y para los hijos. Por eso te digo por experiencia que necesitamos, como sociedad, que el sistema en sí, y la jurisprudencia, y la interpretación judicial de la misma en concreto, tengan como cometido sobre todo aliviar a las víctimas del dolor, el sufrimiento y la desesperación, y no solo defender los derechos de los victimarios o imponerles el castigo pertinente, pues, en caso contrario, si lo primero no es atajar el dolor de las víctimas, esta sociedad es una mierda...
En fin.