
La mitología nórdica que tanto le gustaba a Borges está repleta de aguerridas mujeres de piel como la cal viva, y ojos de azul todavía más vivo, que lo cambian todo de sitio para bien.
Y, para bien, de nuevo una mujer que se da de pechos contra la Historia –esto es, que llega a ser la Primera Ministra más joven de su país-, y, por eso, se da de bruces contra el machismo cuartelero de sus rivales y “rivalas”, que diría Bibiana Aído.
Por eso, por la mitología y todo lo que la mitología nos enseña sobre la justicia y la verdad (todo procede de la mitología, opinaba Sigmund Freud), creemos en el feminismo de verdad.
El feminismo, que en su dimensión conceptual enseña que todos hemos de ser iguales en dignidad, derechos y deberes (ya sabemos que además de un movimiento conceptual es una lucha), no puede entenderse como una bandera que no hace mejores a las mujeres, sino que nos hace mejores a todos y todas.
Una bandera que, por cierto, creemos que ha empuñado mejor Sanna Marin, Primera Ministra de Finlandia, saliendo de fiesta con los colegas, que Irene Montero, Ministra morena de verde luna pero con la esbeltez frustrada de las ocas, con lo de mi churri me ha puesto una dacha en Galapagar y un ministerio en Moncloa porque en el fondo la política es como un bolero.
Eso tan pedestre de que el feminismo según Irene Montero consista en que haya que no callar ni debajo del agua; sí, eso de que para su feminismo totémico sea imprescindible decantarse a todas horas entre Simone de Beauvoir o Judith Butler, o entre el techo de cristal o la ley trans, ¿no es un poco kafkiano?
Precisamente estamos releyendo al albur del verano declinante los prodigiosos diarios de Kafka, que se acaban de reeditar ahora en España. La denominación de “kafkiano” para todo lo que es confuso, aberrante o incomprensible, ha pasado ya a nuestro argot de la calle, y la utilizan incluso las personas que no han leído nunca a Kafka, el tierno judío tuberculoso y estreñido (habla mucho en sus diarios del estreñimiento).
En fin, no se trata de eso tan de Irene Montero de hablar con cara de cabreada o estreñida en rueda de prensa o en sede parlamentaria, sino de la desestresada alegría discotequera y finlandesa de Sanna Marin (esa Primera Ministra que sabe compatibilizar la audacia electoral con la jarana verbenera, diciéndonoslo de ese modo todo sin decirlo sobre el feminismo).
Así las cosas, el feminismo montaraz de Podemos (ese feminismo de nuestra portavoz televisiva es rubia pero si corta con el líder porque el líder la prefiere morena, la rubia al exilio televisivo y la morena al ministerio, pero si ahora la morera ya no porque el líder la prefiere pelirroja, vamos a promocionar como portavoz juvenil del partido a la pelirroja y hasta la hacemos secretaria de estado ya que la política para nosotros es un bolero), tiene mucha menos credibilidad, ¡qué duda cabe!, que la alegría veraniega y nocturna de Sanna Marin, Primera Ministra de Finlandia.
Ha sido en Finlandia, ese país blanco y nórdico donde se come el salmón curado como si fuera faisán, donde nos han explicado mejor que nunca que el feminismo de Irene Montero es un feminismo exhibicionista y siliconado como parecido a un travesti de la Transición del cabaret Nieva-Hilliday de La Gran Vía, un travesti con los senos de inyección, aire comprimido, hormona y cirugía… Pero el feminismo fiestero de la Primera Ministra de Finlandia es de verdad como los seños dulces de las ninfas de las novelas de Francisco Umbral.
La Primera Ministra sale de fiesta como La Libertad guiando al pueblo de Delacroix con un seno al viento y otro seno en la presidencial retaguardia.
Vale ya del camelo de feminismo unisexo de centauros equívoco-transexuales y venga a nosotros el feminismo luchador, humanizante y equívoco que no confunde igualdad con uniformidad; el feminismo de senos verdaderos, liberados y agresivos que son o han de ser la veleta de la verdadera modernidad.