Opinión

El oro de Moscú

La Opinión de Luis Artigue para eltaquigrafo.com
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   Sucede que repartían entonces el oro de Moscú y Europa estaba como en los bautizos a ver que rebañaba.

   Sucede que los rusos luego se anexionaron Crimea, pero en Europa lo solucionamos encendiendo un mechero de gas con el que incendiar los malos recuerdos, tal y como dice el poema de Pier Paolo Pasolini.

   Pero luego Will Smith nos dio una buena hostia en toda la cara a todos, una hostia a mano abierta televisada en directo, y nos despertamos de pronto de la modorra miope comprobando que estamos en guerra y nadie sabe cómo ha sido porque el oro de Moscú jamás fue gratis sino que venía envuelto en una verbena de bombas.

   Ya nos avisó Lev Tolstoi antes de su crisis moral de que la vida es un sándwich de guerra y paz, y así estamos aún.

   Sí, ya nos lo dijo todo Charles Chaplin en el monólogo final de El Gran Dictador: ¡tenemos que unirnos todos!

   Pero no hemos aprendido, y estamos en las mismas.

   De esta no nos libran ya ni los yanquis porque Bruce Willis tiene afasia, Woody Allen carece de energías para la épica y Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger se han apuntado a los viajes de la tercera edad del Inserso.

   En Ucrania está muriendo gente y yo con estos pelos, dice Vladimir Putin ante la ONU.

   Lloramos por Ucrania mientras los oligarcas rusos sueñan con volver a requemarse en Benidorm al sol monárquico riéndose de esa orgía de palabras que llamamos por estos lares democracia.

   Pero lo cierto es que ya sabíamos o intuíamos que Vladimir Putin es Stalin sin bigote mostachudo; que no lo puede evitar como el jugador de Dostoievski, y que por eso del instinto tiene que declarar la guerra de vez en cuando para demostrar lo largo que es su gubernativo y freudiano pene.

   Mientras aquí la izquierda pacifista sigue aguantando la respiración, haciendo manifestaciones, pintando pancartas y devolviendo letras, en Ucrania vuelve a ser de nuevo real toda la crueldad aquella que nos contó estremecedoramente Anna Ajmátova en su imperecedero Poema sin Héroe.

   Reírse en este momento es de cobardes, y eso es lo que yo soy.

   Por eso recuerdo un cuento corrosivo de Miguel Mihura en el que a un matrimonio de Chamberí empiezan a nacerle uno tras otro hijos noruegos. Y recuerdo un artículo de César Ruano en el que citaba este cuento para rematar apostillando que si lo escribiera hoy diría que en vez de noruegos les nacían hijos objetores de conciencia.

   Viva el pacifismo, como el Betis, aunque pierda, dice nuestra izquierda.

   Odio las guerras y a los sátrapas autócratas y matoniles que se incautan de lo ajeno y de la Historia, pero contra estos últimos pocas veces funciona ese buenismo budista que lo pide todo por favor.

   ¿No a la guerra? ¡No a Putin!

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