
Lo malo de ser empático compulsivo es que a los héroes no me los creo y no les soporto cuando sobreactúan, pero lo más humano de los cómics de superhéroes son para mí los villanos.
Así por ejemplo Lex Luthor, calvo y con sonrisa de hiena, que es un brillante científico e inventor, y una persona amoral, egocéntrica e incapaz de reconocer la derrota o aceptar que exista sobre la tierra alguien superior a él. La vasta inteligencia de Luthor solo se puede comparar con su epistemológico hambre de conocimiento, y con su alquímico, darwiniano, monstruoso, deseo de alcanzar la inmortalidad. Considera este villano psicoanalíticamente tarado que su vida es tan ejemplar, que apunta a grabar a fuego su nombre en la historia, por lo que se obsesiona con el control y con vencer al «ser perfecto», Superman.
Lex Luthor en la pasada legislatura era el típico aliado del Presidente de Castilla y León que cada vez que hablaba decía sin decirlo que no quería ser aliado sino ser Presidente.
Por eso los debates televisivos de esta campaña electoral han dado tanta vergüenza ajena, al ver como Igea cargaba sin pudor contra su examante político con más furia despechada que sus enemigos naturales: todo dejando claro siempre que él con lo que sueña es con ser Superman.
Como Lex Luthor bien parece Igea uno de esos personajes de corazón anfibio de las películas de Roman Polanski que por la mañana te da el corazón y por la tarde te engaña.
Igea reverenciaba a Mañueco y al PP, y ahora, media página después, no los puede ni ver.
Y eso es algo que nos recuerda mucho a esas prostitutas de las novelas del genio uruguayo Juan Carlos Onetti que, tras el bregar nocturno, de día van a misa y le encienden velas a la Virgen María Inmaculada, lo cual constituye un acto tan contradictorio que nos parece la verdad misma.