Ya estamos en primavera.
Me refiero a que ha llegado el otoño con su cielo con luz como de alumbrado de postguerra, y eso, al parecer, no contradice el hecho de que esté llegando una nueva primavera árabe.
En España, pese a nuestro pasado sufí, y a que nos gusta en la ONU hablar mejor del pueblo palestino que del judío, la verdad es que ya no nos gustan los árabes por su vejatorio trato a la mujer. Da igual que a ellos ahora les guste el futbol si no les gusta la mujer digna, libre, empoderada e igual. Sí, da igual.
Vale que en España se habla mucho de nuestra tradicional amistad con los pueblos árabes (lógico porque los árabes, en tiempos, nos enseñaron la civilización del agua, y ahora nos enseñan la civilización del petróleo, pero en verdad en estos tiempos feministas los españoles preferimos ser judíos a ser árabes).
¿Somos judíos o somos árabes los españoles? Según Américo Castro somos judíos conversos y vergonzantes, y según Claudio Sánchez Albornoz no lo somos (somos cristianos visigóticos), pero según Manuel Machado tenemos el alma de nardo del árabe español.
El caso es que, por nuestro lado árabe, creemos en el islam sufí de Ibn Arabí, el intérprete de los deseos, y creemos en la feminista y anti-radical y justa primavera árabe que se está llevando a cabo así, con sordina y con más o menos timidez y con indudable represión, en el remoto Irán.
Vivan las mujeres que se atreven a quitarse el velo obligatorio e impuesto en Irán.
Y vivan los jugadores de la selección nacional de fútbol de Irán que se solidarizan con ellas en un gesto de activismo que bien se parece al amor.
Sí, por fin es primavera.