
-Que ha dicho Biden que lo que les pasa a las señoras con burka es que no quieren defenderse de los energúmenos con turbante y metralleta, y que entonces quedarse allí es tontería.
-¿Eso ha dicho? Ahora entiendo lo de su tembleque parkinsoniano.
-Claro. ¿O creías que lo suyo era brake-dance?…
En verdad, coincide en el huidizo presente la redición de un libro de entrevistas a Albert Camus en el que leemos la declarativa sentencia “entre la justicia y mi madre prefiero a mi madre”, con la demostración de la incapacidad de EE.UU para seguir liderando el mundo libre, así, con su ejército de marines de Guantánamo, Rambos de Hollywood y Superhéroes de Marvel que ejercían de policía de mundo.
Joe Biden no quiere ser un Presidente con el rifle al hombro como George Bush.
Joe Biden está haciendo oposiciones a protagonizar aquella buenista y democrática comedia de Frank Kapra titulada Caballero sin espada.
Y es que Joe Biden ha hablado con sus economistas (esos ancianos prostáticos de casino y biblioteca nietos de Popper y que hasta a Keynes le encuentran un poco rojo), ha echado cuentas, ha concluido que apostar por la justicia en el mundo o ganar la guerra sale caro, y ha mandado a sus soldados que regresen a hacerle otro besapié al Monumento a Lincoln.
Debe de ser que Joe Biden cree que perder las guerras no tiene ningún coste.
Debe de ser que Joe Biden ideológicamente está más viejo que la soga de un pozo.
La prueba de que Joe Biden ha envejecido mil años de pronto y ha quedado embalsamado en su pacifismo de salón (ese pacifismo maquiavélico y viejuno que le hace parecer ante el atril no una mariposa disecada de la política, sino más bien la momia del imperio), es la rapidez con la que ha caído en la trampa de la extrema derecha (el Tea Party), y ha abandonado Afganistán al grito de maricón el último, y le ha puesto así un puente de plata al trumpismo.
América: ¿tanto agitar el ruido y la furia de William Faulkner para esto?
Uff, necesitamos un Presidente con dos cojones, como la vieja Thatcher.