
Como un niño con zapatos nuevos (o sea, triste, él quería una bicicleta) está siempre este ministro que jamás sonríe, este Buster Keaton de la judicatura metrosexual, que en lo de los disturbios de orden público del procés parecía estar más con los vándalos que con los Mozos d’Escuadra, sí, él, ese dandy inteligente, acharolado y de barba luciferina como un Mariano José de Larra que, en vez de suicidarse a los 33 años, hubiera entrado en política.
¿Qué le pasa al ministro con los uniformes? ¿Por qué esa relación de odio/atracción? ¿Qué diría Freud?…
En efecto el peinado/despeinado y la barbita de malote del juez Grande-Marlaska son rasgos distintivos de la más pura escuela del PP vasco (no nos extrañaría que se tratara de un diseño de la sección vascongada de la aznariana Fundación FAES), y sino reparen en el peto y el porte de esos otros políticos norteños de su generación Javier Maroto, Borja Semper, y por ahí todo seguido…
Sin embargo el juez Grande-Marlaska, amabilidad paciente, ojos redondos de niño goyesco, aspecto tímido de quien sospecha su atractivo pero decide no tomar conciencia de él, añade a todo unos trajes de Armani de color tan neutro que le dan cierto aspecto de armariado trabajador de pompas fúnebres (como el protagonista de A dos metros bajo tierra).
Y sí, es un hecho probado que los policías de uniforme están buenos todos (¡TODOS!), pero en la historia del juez Grande-Marlaska (Bilbao, 1962), una historia de vivencia directa en el País Vasco de los años de plomo, y de instrucción de causas contra la banda terrorista ETA y paralización de manifestaciones de la izquierda abertzale y de duras amenazas recibidas que le hicieron hasta salir del País Vasco con destino a Madrid, un psicoanalista freudiano diría que, en lo de que nuestro juez esté casado con un ertzaintza, parece haber pesado más el inconsciente instinto de protección que el, digamos, magnetismo de los uniformes…
¡Ah, el instinto de protección!
¿Tal vez se debe a eso que el juez Grande-Marlaska siempre haya estado situado en la esfera del orden y del PP, y por eso decidió aceptar pasarse a la otra acera política, la del PSOE, y convertirse precisamente en ministro de la protección? ¡A saber!
Si atendemos a su gestión de lo de las concertinas del muro de Melilla, a su gestión de los disturbios de Barcelona, etc, etc, queda sin embargo claro que Grande-Marlaska es uno del PP haciendo cosas del PP en un gobierno del PSOE. ¡Pero hacer no es decir, pues cuando decimos lo que debemos decir en vez de lo que somos, siempre se nos nota un poco, como bien nos enseña el psicoanálisis de Lacan: por eso cuando Grande-Marlaska trata de decir cosas como si fuera del PSOE la verdad es que no cuela…
Grande-Marlaska es como uno de esos decorados que pretenden ser China y sólo engañan a los que no han estado nunca en China.