
-Oye, ¿por qué no hago una película sobre mí mismo?
-¡Otra vez!
Está el Pedro Almodóvar que retrata Madrid (un Madrid cogido al vuelo, hilvanado y pespunteado con la aguja del costumbrismo irónico; un Madrid de cronista galdosiano con ribetes de esperpento tan underground como queer, sí, pero un Madrid a la postre algo oxidado pues, en verdad, nosotros hemos envejecido ¡pero vaya como han envejecido los años 80!)…
Recuérdese a tal efecto la antigualla Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón-.
Y está el Pedro Almodóvar que evoca La Mancha (una Mancha tradicional, provinciana, umbilical y materna que es tan vieja que no envejece ya nunca porque se nos muestra siempre nostálgicamente suspendida en el vértice del tiempo)…
Revísese en esta línea la muy meritoria, redonda y conmovedora película titulada Volver.
Y está el Pedro Almodóvar que glosa magistralmente a su madre y la nuestra, o la feminidad en general, con atmósfera, magnetismo lírico-tierno, hondura y gran capacidad de impacto emocional.
Son de visionado imprescindible al respecto las inmarchitables películas Hable con ella y Todo sobre mi madre (esta última roza la condición de obra maestra)…
Y, vaya por dios, luego está el Pedro Almodóvar que, como Whalt Whitman, hace un inconmensurable canto a sí mismo (recuérdese el bodrio La mala educación) para intentar que éste se erija en una metáfora de todo aunque en realidad de nada (es como las nubes del cielo que, en verano, mirábamos de críos y que se parecían a todas las cosas, pero en realidad a ninguna)…
Aunque tiene algo, poco, de Madrid, y algo, un poco más, de su madre y la nuestra, y cuarto y mitad de costumbrismo manchego, desde luego un nuevo canto a sí mismo (uno autoficcional o psicoanalítico pero muy reiterativo),se nos antoja la tan premiada última película de Pedro Almodóvar Dolor y gloria.
Se trata de la historia entre impúdica y retro de Salvador Mallo, un tipo maduro, contracultural, depresivo, excéntrico, muy enfermizo,muy leído, nostalgioso y con éxito, el cual se reencuentra con Alberto Crespo, el actor principal de una de sus viejas películas, y que se convertiráa partir de entoncesen su particular Virgilio porque le acompañará al infierno de la heroína, al de la culpa, al de los recuerdos que escuecen, al de los encuentros casuales que resultan vitales y al del dolor.
¿Pero dónde está el límite entre ser revelador y ser onanistamente repetitivo?…
Quiere erigirse Dolor y gloria en algo así como la quintaesencia del cine de Almodóvar, pero a nuestro entender se queda en una reiteración de su mundo y de sí mismo: una trufada, eso sí, de mucha intertextualidad, mucho confesionalismo y mucho melodrama. Sí, una película con momentos salvables, pero demasiado narcótica como para inspirar ternura y admiración por el ascenso de su protagonista (trasunto del propio director de cine) desde la pobreza rural a la opulencia madrileña, y desde el dolor a la gloria.
He aquí pues un Almodóvar creemos que sin pena ni gloria, al que, sin embargo, le dan ahora como retrospectivamente los Premios Goya que bien se merecía con anteriores trabajos ignorados por la Academia de Cine. ¡Pero no creemos que de tal modo la Academia se redima, sino acaso al contrario!
Se trata la suya una película con algunos momentos brillantes pero que no es genial, sino que en conjunto resulta poco novedosa y como ya sabida a la luz de la trayectoria del autor: una historia mil veces ya contada por él mismo y que se nos presenta acaso por eso como desganada y sin coagular.
¡Pero viva el cine!…
¡No se pierdan a tal efecto Mientras dure la guerra de Alejandro Amenábar, claro, pues es un film tan valiente, pertinente, logrado y bien contado que seguramente dentro de unos años la Academia de Cine le otorgará a tal director el Goya a mejor director y mejor película supuestamente por una película futura, pero en realidad por ésta.
“Lo difícil para los que mandan, dictan y planifican en pro de mejorar el mundo que les dejaremos a las nuevas generaciones –dejó dicho el genial trompetista de jazz Miles Davis– es saber qué día es hoy y qué hora es”.
Y lo dijo mejor Albert Camus: “La verdadera generosidad hacia el futuro está en darlo todo al presente”.