
En medio de un tremulento atardecer de agosto en el que el cielo parece hemofílico nos llega la noticia de que los talibanes, con su ensordecedora comparsa de barbas nazarenas, ropas bíblicas, turbantes y kalashnikov, han tomado la opiácea ciudad de Kabul.
La democracia ha perdido otra cruzada medieval.
Dice el presidente de la tercera edad de USA que veinte años, en contra de lo que reza el tango, es demasiado.
Dice que nos vamos y los dejamos a su suerte y que maricón el último.
Dice que la culpa es de los propios afganos, de su presidente, de su ejército, de su mala suerte histórica y de no tener petróleo a mansalva.
Dice que el ejército yankee (la policía del mundo como bien predica Hollywood), no podía seguir allí ni un minuto más porque la utopía no sale rentable.
Asegura que los marines han vuelto a casa porque ya les tocaba. Y no sabemos si se da cuenta de que lo dice como quien corta flores para Hitler, como señalaba aquel viejo libro de poemas de Leonard Cohen.
¿Y qué se puede hacer entonces contra los talibanes de este mundo? ¿Dejar que campen a sus anchas? ¿Cruzarnos de brazos? ¿Tolerarlos? ¿Respetarlos con buenismo, pensamiento multicultural y alianza de civilizaciones como predicaban Zapatero y Edward Said?
¿Estamos perdiendo otra vez la guerra contra los totalitarismos?
La batalla contra los totalitarismos no puede desfallecer en veinte años ni nuca, pues la historia nos enseña que es una batalla larga, y de hecho durará lo que dure la historia. Y desde luego no se ganará con superioridad moral ni cálculos electorales, ni mucho menos aún con tibieza y relativismos.
Como bien nos avisó en su día Kabafis en su poema LA INVASIÓN DE LOS BÁRBAROS, ahí vienen los bárbaros. Y como bien nos avisó hace poco Michel Houellebecq en su novela SUMISIÓN el regreso al poder de los bárbaros ha de ser, para nosotros, un serio aviso para que nos armemos ideológica, cultural y espiritualmente, y recordemos quienes somos y en qué creemos y cual es la fe que nos caracteriza, y qué es aquello por lo que estamos dispuestos a sacrificarnos y a darnos por completo.
Es difícil hoy ganar a bárbaros que creen en principios de confrontación medieval y de intolerancia tribal pre-cultural y de un trato a la mujer directamente neandertal (bárbaros que están dispuestos a dar la vida por esa fe) con nuestras huestes de escépticos y relativistas mercenarios interinos.
Los bárbaros están llegando a las puertas de Roma, como en el siglo VI.
Y, como bien explica Arnold J. Toynbee en ESTUDIO DE LA HISTORIA, las invasiones bárbaras las ganó entonces Occidente con paciencia e intelectualidad espiritual convirtiendo a los bárbaros de la mano de la brillantez largoplacista y muy lúcida de S. Gregorio Margo, S. Ambrosio, S. Agustín, y otras grandes figuras de nuestra cultura que, en esa época, supieron dar la vuelta a la tortilla de la Historia… Grandes figuras de nuestra cultura que tienen hoy mucho que enseñarnos.
Sí, este triste episodio de la toma de Kabul por los talibanes nos tendría en verdad que asentar en nuestros principios democráticos de igualdad, libertad y fraternidad, y en esos valores los culturales y religiosos que nos conforman culturalmente, y nos caracterizan históricamente, y nos acercan a un Islam que no tiene nada que ver con los talibanes de Afganistán, ni con los talibanes de este mundo.
¿El multicultalismo, el relativismo, el buenismo y el cansancio en la lucha harán desaparecer el integrismo o lo reforzarán?
Ramon Llull al final nunca llegó a convertir, como pretendía, como bien nos contó al respecto aquella novela inolvidable de Luis Racionero titulada EL ALQUIMISTA TROVADOR, a todos los mahometanos y judíos mediante su método de razonamiento lógico. Y tampoco Ibn Arabí, el santo del Islam medieval, el sufí nacido en Murcia, un sabio espiritual nada dogmático, nunca pudo instalar a todo el Islam en la apertura de fe y amor que predicaba por extenso en libros tan hermosos como TRATADO DE LA UNIDAD, EL INTÉRPRETE DE LOS DESEOS o ILUMINACIONES DE LA MECA. No, las cosas están como están…
Y los talibanes han entrado en Kabul.
Sí, he aquí un serio aviso de que tenemos que recordar más que nunca qué es en lo que creemos, y por qué estamos dispuestos a sacrificarnos sine die.
De lo contrario los bárbaros pronto seremos nosotros.