Opinión

¡Que Raffaella Carrà se ha muerto es mentira, coño!

Raffaella Carrà, rubia platino, sonrisa dentona, voz de karaoke setentero, cuerpo de ola soñada por todos los follamadres, contaminaba de alegría de andar por casa nuestra vida así, desde la televisión, al tiempo que le daba una patada tras otra al diccionario.

Bien es cierto que eran los tiempos del post-destape fashion show sábado noche y ole con espectacular formato de zampabollismo erótico-festivo.

Bien es verdad que era entonces, cuando aún no se sabía que el amor es un desequilibrio nervioso, y José Luis Moreno un personaje de la película Torrente.

Raffaella Carrà, oro de hierro, era eso que el hierro tiene de oro a veces.

Ella ejerció la belleza, y las erratas intervocálicas, y cantó muy bien mal, y bailó como nadie, en el viejo novelón picante y otoñal de nuestra adolescencia; de nuestra vida de pueblo de interior sin lujos ni sueños ni suecas en top-less.

Sí, ella, musa extensa, tapó nuestra primera vergüenza con todo su vestuario de tela escasa.

Era la dama imperecedera del casete grabado y la tele compartida. Por eso Raffaella, su melena de fuego, es una huella indeleble que traemos de entonces, antes, cuando se soñaba poco, pero el impacto de lo soñado duraba y hasta florecía.

No es de extrañar por tanto que ahora se estrelle melancólicamente en el parabrisas de mi primer coche Ford Fiesta la estremecedora noticia de la muerte de Raffaella Carrà a los 78 años, y lo haga añicos.

Ah, puro aceite virgen de mi adolescencia: ¡loado seas en ésta y todas mis elegías friquis!

Que Raffaella Carrà se ha muerto es mentira, coño.

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