
En el corral de comedias de Telecinco el amor es estiércol y Jorge Javier Vázquez, engañosas gafas de señorito que oscila entre el deber y el temor, look de gitano de diseño como Joaquín Cortés pero sin cuerpo de bailarín, cara de pan de oblea, moreno de verde luna tan peludo y ahogado en sí mismo que tiende a defenderse de todo con sonrisas, es el gallo que se sube a ese estiércol para cacarear.
O eso diría quien se quedara solo con la imagen pública (una imagen pública de loca con histeria histriónica a caballo entre el París de los locos años veinte y la filosofía queer de Judith Butler y Paul B. Preciado) de este presentador de devorada tele-detritus de masas.
Pero no, hay más…
Nos referimos a que quien se lea por ejemplo la novela autoficcional La vida iba en serio –Ed. Planeta- de Jorge Javier Vázquez (un libelo escrito como por un alcohólico que necesita beber para superar su autismo, se dará cuenta de que, bajo la apariencia de una historia obvia sobre un muchacho de Barcelona venido a Madrid para escapar de sí mismo, y que al final, gracias al periodismo del corazón, a la tele y a las relaciones sociales con gente que entiende que, como la gastronomía, el amor es un dentro-fuera, acaba encontrándose, no con una ciudad nueva, sino consigo mismo) se dará cuenta de que, a pesar de la prosa funcional más llana que las modelos planchadas de las pasarelas, resalta el escritor sin imaginación que, por eso, tiene que contar su vida. Y lo hace (lo de contar su vida en una novela) olvidando la ley esencial de la narrativa, esto es, que si la historia significa algo o no significa nada no debe decirlo la historia misma.
Pero eso no es lo peor: el caso es que al llegar uno a la última página resulta que la historia aún está por contar.
Sin embargo asoma en esas páginas también la acusada intencionalidad narrativa del autor, que, como para purgarse de la vanidad, la superficialidad, la vulgaridad, la pose, la tontería, la falta de alma en cualquier caso, que hay en el gacetillero periodismo del corazón que él viene practicando, quiere aproximarse a un género mayor como lo es la novela-crónica de uno mismo (emulando fallidamente al hacerlo a Eduardo Menducuti y Vicente Molina Foix, los cuales vuelan demasiado alto para la pluma con pluma de JJV), va y pone especial acento narrativo en la sinceridad confesional, y, sí, en la verdad.
JJV, como Leticia Savater, como Miguel Bosé, como Donald Trump, es otro incomprendido friqui que quiere soltarse la melena, esto es, rebelarse, contándonos su verdad… ¡Uff, dan ganas de beber lejía!
Esto nos ha recordado mucho a este gobierno (como ya en su República dijo perdurablemente Aristóteles la verdad es el tema político de nuestro tiempo) ahora tan preocupado por las noticias fake en internet, que resulta que quiere controlar que en la plaza pública (esto es, en internet) se diga la verdad.
Todos los que desde el poder han querido controlar las conciencias de la gente, lo han hecho en favor de la verdad.
Pero la ficción que quiere contar la verdad, como la democracia sólo con verdad oficial, es una contradicción en sus términos.
Y es que los malos políticos y los malos narradores confesionales olvidan que si solo hay una verdad así, sin matices, sin versiones, sin visiones múltiples, sin pliegues, ni contradicciones, entonces el discurso en su conjunto es un discurso único, y por tanto ya ni la verdad ni la democracia existen realmente).
Hay que ser bastante friqui y cuarto y mitad de esquizofrénico para vivir de la tele-estiercol de noche, y por las mañanas dedicarse a la estética con adobo de ética, y por eso escribir novelas que cuenten la verdad.
Pero Jorge Javier se autodesigna también de izquierdas, así que esto de ahora, esto de llamar verdad al marketing y a la versión propia sin discusión ni discrepancia, debe de ser la izquierda moderna.
Por eso con afán constructivo proponemos a Jorge Javier Vázquez como nuevo Ministro de la Verdad…
¡Tomad nota Pedro, Pablo y Wilma!