
-¿Qué opina usted de que Morata haya fallado un penalti y que parezca que no le mete gol ni al arco iris de la bandera del orgullo gay?
-Home, pues opino que la alineación de mañana van a ser Morata y otros diez, fiu, que voy a muerte con los míos y ni se te ocurra tocalos un pelo que voy y arráncote la cabeza cagonmimadre mariconadas las justas no vaya a ser. Ea, no montes barullu que la tenemos. Y tomate algo que pago yo Asturies patria queridaaaaaaaaaa…
Luis Enrique, nombre de culebrón, cuerpo de gladiador romano, sonrisa de sidra, verbalidad directa, contundente y sin sofismas como de chigre-restaurant con serrín en el suelo; eso, de chigre en el que se come fabada con con tocino (que es el flan de los pobres) y pescados salvajes que te reconectan con la gloria. Sí, Luis Enrique, formato espigado como de cura de Leopoldo Alas Clarín, entrecruce de razas y hazañas y desgracias en el rostro, entrecano, culiprieto, camisa blanca de mi esperanza cantaba Ana Belén sin Víctor Manuel, es nuestro seleccionador nacional de fútbol.
-¿Qué se puede esperar de un seleccionador que se sienta en la nevera?
-Oye, desnortao, deja al Lucho trabajar que él no es un funcionario grisministro del fútbol como Jorge Valdano, ni un reduplicado de Manolo el del Bombo dentro del campo como Vicente del Bosque, sino sólo un guaje normal sin carisma ni alegoría, pero con un par de huevos.
Luis Enrique en la selección ha despachado a las estrellas, ha empoderado a la chavalería, ha puesto bajo palos a un portero de discoteca con reflejos de taxista y le ha dicho a los del centro del campo que sí, que ya sabemos que estáis como recién venidos del circo y sabéis tocar el balón y tocarlo y tocarlo y tocarlo malabarísticamente rondón tras rondón hasta que se agote la pila de tocristo del equipo contrario de tanto correr detrás vuestra como pollos sin cabeza. Sí, eso lo sabéis hacer hasta de memoria, pero, además, hay que contar con los laterales nuestros que corren la banda como perros posesos, para que lleguen, y dividan hacia el centro el balón, y que lo pille y tire a puerta nuestro delantero o quien pase por allí, coño, que es como se jugó toda la puta vida en España antes de San Luis Aragonés, que sí, que dígotelo yo. Y es que si jugamos siempre de la misma manera con todos, somos demasiado predecibles, cagonla…
Luis Enrique como entrenador no ha seguido la pauta prefijada, ha profanado la tumba de Luis Aragonés y sigue vivo y en pie.
Y es que a Luis Enrique, a diferencia de Valdano, le gustan más los hechos que las palabras: por eso se le ha dejado hacer y se le han aguantado cosas que a otro no se le aguantarían: todo por el mero hecho de que no lo adorna todo con palabrería, y su mutismo asturiano de mejor matarlas callando le salva. De hecho si a su acto de por más que deis caña a Morata le voy a sacar a jugar porque me sale de los cojones le hubiese puesto una orla de palabras, un estucado rococó de tecnicismos y adjetivos a lo Valdano o Santiago Cañizares o Fernando Morientes, los de la prensa deportiva ya se le habrían tirado al cuello como galgos de caza.
Pero Luis Enrique no llena de adverbios y explicaciones sus arriesgadas decisiones de entrenador, sino que tira palante como los de Alicante. Y, sí, así reparte injusticia sin provocar desorden (como le gustaba al poeta Goethe, el jardinero genial y reaccionario de Weimar al que Luis Enrique no ha leído ni falta que le hace porque él no está para citas eruditas sino para ponernos en cuartos de final milagrosa pero heroicamente)… Home, ¿tamos a setas o a Rólex, cagonla?
Bien lo dice el escritor asturiano Ernesto Colsa en su recién publicado libro El turista perplejo (Ed. Pez de Plata): en una sociedad tan encastrada como la española cuando escuchas hablar de fútbol en los bares te das cuenta de que, por lo general, la inteligencia escasea, pero la gilipollez es más democrática.
Luis Enrique, mirada y porte de fauno cachondo de los de la Divina Comedia de Dante, tiene más huevos que el caballo de Espartero.
Viva dios.