
Eran aquellos politizados tiempos recién democratizados en los que los jóvenes licenciados en la universidad de la calle aún discutían todo el día a hostia limpia (como los caballos de Franco), mientras los adolescentes arborescentes, por decirlo con un adjetivo muy de Francisco Umbral, se preparaban escuchando los 40 Principales para la movida madrileña en versión pop y con letra de Tierno Galván.
Entonces Miguel Bosé, el niñopera de ojos como faros de un Seat-600 y con cuerpazo de gladiador infantojuvenil, bailaba coreografías barbilampiñas semejantes a corridas de toros sin toros mientras cantaba Linda, Super Superman y una canción católico-tardofranquista titulada Viva Juan XXIII así, como pidiéndoles lumbre para el primer cigarrillo de su vida a los ojos de las niñas fans (Paul B. Preciado, de quien, por cierto, la editorial Anagrama publicó hace no mucho una obra maestra del periodismo filosófico titulada Una habitación en Urano y ahora va a publicar un librito-panfleto muy esperado titulado Yo soy el monstruo que os habla. Informe para una academia de psicoanalistas, diría de las niñas trans)…
Sí, era él, Miguel Bosé, el que luego devino en galán ambiguo de sonrisa amplia, tupé ochentero y magnetismo sexual semejante a un tejado de dos aguas mientras cantaba Amante Bandido.
Desde entonces se hartó de hacer galas y de hacer cine francés. Y hasta llegó a ser chica Almodóvar en un melodrama limpio y duro titulado Tacones Lejanos. Y apoyó a los socialistas en mitin electoral. Y salió en mil entrevistas de televisión asegurando que su poeta favorito era el cristalino Jaime Gil de Biedma…
Según todos los indicios, que diría Sherlock Holmes, al respecto de Miguel Bosé bien parecía que, como se decía en la película de culto de Quentin Tarantino Pulp Fiction, su culo iba a envejecer como el vino, esto es, mejorando, pero no: se ha hecho vinagre… ¡Qué mal ha envejecido Miguel Bosé!
De hecho desde que se ha convertido productor musical y se ha ido a vivir a lugares exóticos donde no se pagan impuestos, y más aún desde que se ha empapado de otoño o puesto barba nazarena y look de mesías madurito y se ha pintado los ojos con rímel de bruja gótica para trapichear vestido a juego con teorías de la conspiración así, al modo de las adivinas de la televisión por cable de sesión nocturna, da tanta grima como pena.
¡Con todo lo que había sido su mens sana in corpore sano (por decirlo en latín con un aforismo de Juvenal que entiende hasta mi portera)!
¡La estupidez de arte y ensayo de nuestro tiempo se manifiesta sobremanera por boca de los conspiranóicos!
Miguel Bosé, cuyo almíbar artístico musical y actoral en otro tiempo nos dio placer, refugio y ensoñación, ahora resulta que, aunándose discursivamente con esa lumbrera peligrosa que es Donald Trump, dice que lo del virus Covid-19 tampoco da para tanto, y que lo de los confinamientos y restricciones son una exageración, y que las mascarillas no hacen ni falta.
Sí, Miguel Bosé asegura que las mascarillas tienen la misma efectividad que los preservativos de ganchillo.
Sin embargo, a diferencia de Trump, MB como decimos no provoca miedo sino pena. ¿No tendrá cerca familia que pueda mirarle a los ojos y decirle no es por alabarte pero da asco verte?
Sin embargo, a pesar de que, como es sabido, el psicoanálisis, como el marxismo, es algo ya muy vintage, lo cierto es que en este caso parece que todo, como en las pelis de Woody Allen, tiene una explicación psicoanalítica.
Y es que Miguel Bosé, desde que recientemente no es que saliera del armario sino que le echaron del propio armario a patadas, parece que no puede con el desgarro familiar que lleva encima así, como un caracol porta su refugio antiaéreo contra los misiles virus Covid-19, y por eso cada vez que habla en su canal de YouTube con la voz enferma, y con la ideología aún más enferma, está claro que respira por la herida.
Debe de ser por eso que tiene que decir tales cosas, el pobre, como para que la gente mire para otro lado y no reparen, o no se fijen, en la abrupta salida del armario y el desgarro familiar que lleva así, tatuados, en la cara de profeta loco con barbas desgobernadas y unas entradas en la frente que últimamente parecen autopistas por las que fluyen los traumas. ¡Qué pasada! ¡Qué burdamente engañosa maniobra de distracción! ¡Solo le falta enseñar el culo a la cámara y decirnos que es su cerebro!
¡Miguel, Trump ya no tiene remedio y Rociíto Carrasco tampoco, pero tú no dejes que el friquismo se apodere de ti y te devore de fuera a dentro!
¡Conozco un grupo de terapia buenísimo!