Opinión

Rociíto: las lágrimas de Antígona

Rociíto Carrasco   /   Farruqo
photo_camera Rociíto Carrasco / Farruqo

Esta semana Rociíto ha llorado como cantaba María Callas, esto es, con gran capacidad de impacto emocional.

Ha llorado de dolor televisado y bien pagado, pero muy convincente, sus lágrimas justas de Antígona. Ella. Un juguete roto como Joselito o su reencarnación trumpista Macaulay Culkin.

Sí, Rociito o una hija de la cantante de coplas cuya vida es una copla en sí misma. Una mater dolorosa. Una piedad. Esta mujer ultrajada y maltratada por la Guardia Civil, es un decir, como en un romance jondo de Federico García Lorca.

Todo lo suyo tiene el sabor y la textura de una película de Carlos Saura. Y tiene, sobre todo, aprendámoslo, el costumbrismo canalla del machismo cuartelero con deje criminal.

Rociito, que era algo así como una hija de la Casa de Bernarda Alba, que era Angustias, se propuso escapar de la casa feminizada y en sombras para vivir la vida farandulera: todo porque quería huir de ese luto que la ensombrecía (la gran fama de su madre).

Y por eso se echó en brazos de un galán de pueblo de estampa chula y local, Pepe el Romano, príncipe azul con tricornio de esta España de charanga y pandereta. Pero resulta que en la España de charanga y pandereta no hay, en realidad, príncipes azules sino sólo reyes Borbones más salidos que la vara de un carro (reyes que, al final, acaban retirándose en lo menos parecido que hay al Monasterio de Yuste: un harén de Morilandia).

Ya lo dijo una vez la novelista estilista y gran fabuladora Carmen Gómez Ojea: “si los moros no hubieran estado tantos siglos entre nosotros aquí habría mucho menos machismo del que hay”.

¡Ah, el Borbón! ¡Ah, el tricornio de pueblo!… ¡A quien le extraña lo de que la vacuna española contra la Covid-19 que está ultimando el CSIF sea intranasal!… Si es que en esta España Friqui los gags y las metáforas se hacen solos las más de las veces antes incluso de que nos pongamos a escribir esta ilustrada página.

Pero lo cierto y reseñable es eso: que Rociito esta semana ha contado su historia de verdad y dolor en exclusiva para Telecinco. Y ha sido líder de audiencia. Y ahora España es un juzgado; una audiencia nacional en la que todos pertenecemos a la judicatura.

El relato, el comportamiento social y el lenguaje corporal de Rociíto están en sintonía con los de las víctimas de violencia de género (afirma la psicóloga experta en estos temas con la que vivo, y gracias a la cual estoy mucho menos loco de lo que aparentan todos mis dobles).

Ahora lo gritan hasta las monjitas de clausura benedictina en sus redes sociales con un grito que es casi una pancarta de fe que, desde aquí, hacemos nuestra: “¡Yo sí te creo, hermana!”.

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