
Existen tres tipos de personas en esta vida: los que saben contar y los que no.
Y sí, bien mirado, en la trama internacional de captura y distribución de atún rojo ilegal, (Operación Tarantelo, una apestosa trama sobre empresarios de moral tan retorcida como la herradura de una mula que traficaban con el atún sin pasar por los controles aduaneros, fiscales y de salud alimenticia preceptivos, sí, una trama descubierta e investigada por la Guardia Civil y ya juzgándose en la Audiencia Nacional), hay, al fondo, empresarios que no saben contar; empresarios cuya ambición sin medida ni escrúpulos les rompió el saco; empresarios que ahora hasta presionan a los periodistas para que todo se tape, no porque se arrepientan, no, sino porque les duele que se sepa que con voracidad de monstruos trataron de meterse tanto en la boca que se les cerraron los ojos y ahora van a ciegas.
Este es un caso que en el fondo versa sobre ceguera moral.
Y es que, según la UCO y el sumario, no es sólo un caso de captura furtiva y de distribución de pescado sin control sanitario que ponen en nuestra mesa porque lo que cuenta únicamente es su balance de ingresos y nuestra saludad da igual, sino que, además, todas las operaciones se hacen mayormente con dinero negro que luego es blanqueado probablemente en paraísos fiscales con puerto de mar y lavandería fiscal propia tipo… lo que están pensando.
El atún como nuevo instrumento para la ingeniería financiera y las lavanderías de capitales turbios de los satanás del mundo empresarial marinero…
Estamos hablando no de los marineros curtidos a base de sol y salitre, sino de esa versión opulenta y canalla que son los empresarios que tratan de abaratar costes saltándose atajos legales para acabar poniendo en nuestra mesa un pescado que ellos no se comerían. Sí, empresarios con formato de marinero en tierra que de hacer una visita a un barco de pesca lo primero que preguntarían es que donde está el tocador de señoras.
Sí, hoy el pescado huele mal.