Opinión

Un respeto al califa Julio Anguita

Julio Anguita, todo barba, conducta, decencia e inmensa minoría
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Julio Anguita, árabe como Juan Ramón Jiménez, y siempre apuntado a la “inmensa minoría” de la que habló el poeta, diputado con corazón municipal, califa férreo y duro como Almanzor, rosa roja, jaca negra, luna grande y aceitunas en su alforja, se había retirado austeramente a su Mezquita de Córdoba, que en realidad era un piso de currante, a meditar así, como un sufí de la política, como un Ibn Arabí marxista, estadista y leninista, mientras desde su taburete miraba España como el espectador de Ortega y Gasset. Y, tras tanto ver lo mismo repetido en este cine tonto de sesión continua que es la Historia, citaba oportunamente, durante cada cíclica pandemia o crisis económica, al viejo Carlos Marx cuando escribe: “Una crisis es una oportunidad del capital para fortalecerse destruyendo empleo”…

Julio Anguita, un hidalgo de la palabra ardiente como don Quijote, un modelo a escala de utopía en carne y sangre, escogió estar recogido en el uterino esplendor de la provincia y, en verdad, como abandonado por la dudosa musa de la nueva política (fue cuando la izquierda se puso a meter dinero en la máquina del parking del capitalismo y, a la vez, se esforzó tanto en hacer entender con tragaderas a sus correligionarios la verdad neoliberal ésa que los jóvenes políticos hoy ponen en práctica enseguida, a saber, que el verdadero poder es tener una dacha en Galapagar, y, así, la mayoría absoluta al parecer será una segunda vivienda en la costa)… ¿Cómo no se va a morir Julio Anguita, el pobre?

Julio Anguita, todo barba, conducta, decencia e inmensa minoría, pequeño gran experto en la mística de Hegel que habla tan bien de los pobres y de las causas perdidas pero tan mal de los desclasados, nos enseñó como nadie que el comunismo es una ética coherente, radical y al margen del jaleo fiduciario de las tar(getas) black. Y que la revolución moderna, antes que un asalto electoral a los cielos, es una moral irreductible, estética y silenciosa propia de los idealistas estoicos, apasionados, luchadores, audaces y con baba de segunda mano que no se venden; que no dejan de entregarse y de ser lo que son… Y que, así entendida, la revolución moderna ejercida primero desde dentro infunde respeto hasta en la trinchera contraria.

Julio Anguita tuvo arranques de viejo, verdades arriesgadas de soldado, un hijo muerto en guerra como un héroe y un amor llamado Córdoba en cuya estela murió abrazado a tal embrujo, él que era tan valiente que a la muerte asustaba…

Nos ha llegado mayo, con su luz de desierto, y no digo nada más porque me rompo.

Solo que se ha ido un hombre de los de época y épica, y ya las palabras problemáticas se resuelven en llanto.

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