Igual que quien se empapa del olor a césped mojado por el semen de la noche que embriaga los sentidos en estos bosques del norte.
Igual que si viviéramos dentro de un cuadro surrealista de Remedios Varo en el que la gente que se sonríe se convierte en lámpara, tú y yo, porque la felicidad, igual que la sonrisa, es una disciplina, intercambiamos nuestras respectivas lámparas en medio del pasillo de casa (siempre me ha parecido que tu sonrisa parece hecha de inolvidables fiestas a altas horas, y por eso produce lo que dice describir igual que los buenos poemas; de hecho, gitana guapa, siempre he pensado que tu sonrisa reduce las posibilidades del arte)…
Igual que quien se empapa del olor a césped mojado por el semen de la noche que embriaga los sentidos en estos bosques del norte…
En efecto igual que fatigados ángeles transparentes que, como ciegos, se tocan para reconocerse y se susurran “la caída ha sido extraña” cuando al final del día se rencuentran encima de la mesa en la que bailan llorando.
Igual que el atardecer avinatado, o morado como una lombarda, de ayer –por cierto un lumínico final que tuvo también algo de lámpara, también de sonrisa, también de poema, como poema sería la silueta de una mujer desnuda tocando el violín bajo el garfio de la luna- que nos mantuvo a ambos con las manos desnudas y asidos al relámpago de la emoción.
Igual que si estuviéramos aprendiendo a volar despeinados como dos gorriones.
O igual que un blues alegre…
Sí, la felicidad es igual de misteriosa que esa abstracta sensación de pasado que hay en la canción vietnamita que a media lengua a veces canta en sueños en el reconvertido lecho del asiento de atrás nuestra hija mientras yo conduzco con tu mano en la mía como si vivir tan solo fuera un juego… ¡Y llegamos!
Viva el verano del norte sidra y marisco y tus vestidos fáciles de quitar, y viva la vida asimismo…
¡Os deseo felices vacaciones, gente amiga!