Opinión

De vez en vez la belleza…

La Opinión de Luis Artigue para eltaquigrafo.com
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Londres y aquellas canciones que nos drogaron como sólo puede hacerlo la belleza. El sonido de las iniciaciones. 

El otoño con todo lo que tiene de fin de fiesta nos acorrala, pero, de vez en vez, la belleza… Me refiero a que, ¿cómo resumir lo que las canciones del último CD de Tracy Chapman me han hecho sentir?

Descubrí a esta cantante de folk desnudo, austero y afilado como una lata de atún, sí, a esta habitante de la barriada de la melancolía, a principios de los noventa cuando compré sus discos en Londres… Desde entonces esa voz tan frágil que parece agarrada a una cornisa con una sola mano siempre me ha acompañado (de hecho un verso de una canción de Tracy Chapman dio origen a mi primer libro de poemas: «cada puente que quemes te perseguirá»).

De Londres recuerdo la Tate Gallery, Portobello y un pub llamado King Arthur —sitio atestado de confort emocional y música en directo— donde íbamos a intercambiar estigmas con los borrachos. Mi casa entonces estaba tan lejos de Londres como yo de lo que anhelaba ser, y, abandonado a lo que tengo de gregario, empecé al menos a escuchar a esta diosa tribal, y posmoderna, y susurrante; a esa lírica diosa de gueto; a esta mujer de ébano de apariencia calculadamente descuidada que viste como quien sabe que la elegancia sólo emana del interior.

Londres y aquellas canciones que nos drogaron como sólo puede hacerlo la belleza. El sonido de las iniciaciones. Cosas que suceden para ser recordadas. Canciones como letreros alados que iluminan el cielo...

En efecto esta poeta sigue siendo para mí una de las voces inteligibles en medio de esa ceremonia de la confusión que es ya un poco la cultura.

Ahora vuelve, canta Tracy Chapman en este CD mágico, duro y tierno titulado Our bright future con su mismo sello inconfundible, y uno recuerda, al escuchar estas canciones, que tanto la alegría como la tristeza son afiladas como espadas.

Los temas de las letras de esta mujer de nadie siguen siendo los mismos   —el amor, el desamor, las heridas de quien se enfrenta a la vida sin ambages y el miedo a quedarse mirando las palmas de las manos propias cuando ya no queda nada— pero quizá la aportación de este trabajo al conjunto creativo de la artista es su mayor carga de espiritualidad casi gospel: en efecto la sensibilidad exquisita de Tracy Chapman parece imbuida de esa necesidad de síntesis que es la fe.

Además emanan de este CD ciertos valores que, al comenzar un nuevo otoño, nos hacen pensar en nuevas complejidades y antiguos ideales de pureza: las canciones promoviendo aproximaciones.

Oh, ahora que ya no quedan apenas tiendas donde comprar música —salvo los centros comerciales— quien tenga la suerte de encontrarse con el último trabajo de estudio de esta artista le recomiendo que se haga con él.

La crisis nos acorrala pero de vez en vez la belleza…

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