Opinión

Woody Allen, o qué se puede esperar de quien en vez de mami llama a su progenitora la sionista castradora

-¿La justicia es lo que dictan los jueces?
-No, hombre, no, uno es culpable cuando dicen las feministas y Mia Farrow que es culpable.
-Coño, claro…

La pregunta sangrante de esta semana es si Woody Allen es tótem o tabú; si es un genio que ha hecho mucho para que haya inteligencia y alegría en nuestra vida, o un abusador sexual satánico como Roman Polanski o el Marqués del Sade, si es un seductor (a pesar de no tener ni medio polvo ni media hostia, que diría Cristina Almeida) o es un monstruo…

“Soy un optimista, me gusta ver el ataúd medio lleno” dice el neurótico e irónico gafapasta Woody Allen en sus memorias A propósito de nada, las cuales acaban de ser publicadas en Estados Unidos, y enseguida Alianza Editorial publicará aquí en las Españas… Sí, Woody Allen, el aristócrata del humor inteligente, el bufón prolífico cuyo oficio consiste en reírse de sí mismo, reírse ante el espejo, reírse y hacer reír mientras hace pensar. De hecho Woody Allen es un Groucho Marx sin bigote, un Groucho posmoderno en versión neoyorquina, hipocondríaca, lúcida, desternillante… Un Groucho cuyas palabras favoritas son nihilismo, fascismo, sarcasmo y orgasmo.

Cada año una nueva película, una gema tallada, una lúcida demostración de que todo tiene gracia, de que nada es para tanto, de que caen bombas y chuzos de punta pero aquí seguimos: entre las cosas que merecen la pena podemos contar aún, una vez al año, con la última obra de Woody Allen y su banda sonora de jazz iluminando su vida y la nuestra.

En este sentido, todas las atmosféricas y sobre humanamente bien dialogadas películas de este autor y personaje tienen algo de autobiográfico, mucho de la vida cotidiana de todos nosotros y cuarto y mitad de ese esperpento multinacional que es Manhattan. Reírse desde allí del poder económico y del orgullo patrio de Estados Unidos se parece un poco a corregir el mundo, a mejorarlo todo, a cambiar la Historia…

Hay un cine efectista y vacío que se limita a entretener, distraer y subliminalmente a manipular, sí, pero existen también esas otras películas que reflexionan divertidamente sobre el rumbo del hombre contemporáneo. Películas que nos tratan de mejorar porque, como el propio director dice por boca de uno de sus personajes de la película Todo lo demás: «Yo trato de darles a los jóvenes un poco de cultura para que no se maten a cadenazos» (supongo que en verdad este escritor y personaje vino al mundo para enseñarnos que un cómico es un filósofo útil, una herramienta que en la vida no sirve para nada de lo que creemos que sirve, sino más bien para todo lo demás).

La Editorial Tusquets ha publicado en español muchos de sus guiones y algunos de sus libros. Yo quiero recomendarles dos: Como acabar de una vez por todas con la cultura (¡es tan erudito como genial!), y Pura anarquía, libro de cuentos divertidísimo sobre el mundo del cine, la neurosis y el flujo loco de conciencia.

Y de su filmografía mi película favorita, ya un clásico, es Manhattan como excelente ejemplo del cine de este autor, con un guión redondo, no sólo divertido sino también lleno de ingenio, hondura e identificación. Cine inspirado rodado con talento, ritmo y tantos diálogos eléctricos que alcanza de sobra la condición de obra maestra…

A muy poca distancia de éste están otros films que adoro: Maridos y mujeres, donde cuenta cierta versión histriónica de su supuesto affaire con la hija de MiaFarrow (affaire que los tribunales no han penado pero que quieren juzgar y condenar desde esa justicia paralela que llaman pena de telediario), y Desmontando a Harry, otra bien tallada joya sobre sexo y literatura que derrite en hora y media la palabra depresión, y Blue Jasmine, la mejor película sobre la crisis actual que, a mi juicio, se ha hecho, y Balas sobre Broodway una comedia ácida y negra sobre la eterna oscilación entre el arte puro y el arte comercial, y, desde luego, esas dos obras maestras de la rescritura y del cine sobre el cine tituladas La Rosa Púrpura de El Cairo y Sueños de un seductor.

En el mundo de Allen el psicoanálisis limita con el esperpento y el arte se da la mano con la vida no para saludarla, sino para hacerle un corte de mangas, porque, como él mismo dice por boca de Annie Hall «la vida no imita al arte, la vida imita a la mala televisión». Woody, adicto al jazz, los terapeutas, las jovencitas y el amor estrafalario, mago del gag rápido y las historias lentas, claustrofóbicas, nos ha dicho tanto en sus películas sobre la vida y nosotros mismos que merece todo aplauso artístico no por su vida virtuosa, que nadie dice que sea un santo, sino por su personalísimo cine entendido como terapia, como cura de todo y de nada igual que el psicoanálisis, como imagen nítida, distorsionada, grotesca, clarividente y a la vez mítica del hombre de finales del siglo XX y principios del XXI en una gran ciudad.

Por eso, aunque si ser macho ibérico es Londres Woody Allen es Tokyo, en su día le dieron en España el Premio Príncipe de Asturias a este espeleólogo del lenguaje, el alma y el arte; al patriota americano, judío, acomplejado e incluso patético (acaso fue la forma que tuvo este país de quitarse el sombrero ante un creador que no esconde sus defectos sino que se ríe de ellos en público, pauta de conducta que entre nosotros resulta difícil de encontrar).

Tengo un lugar especial en mi corazón para Woody Allen, y también muchos reproches por lo que ha contado en público sobre mi vida sin pedir permiso: «Sabía que no debía enrollarme contigo porque acabarías destrozándome. Mi psicoanalista me avisó, pero estabas tan buena que cambié de psicoanalista».

Por eso estoy deseando leer esas memorias en las que ya sé que dice que tras recorrer el mundo ha concluido que la ciudad española de San Sebastián es su paraíso, y que dice que Mia Farrow es una madre deplorable y una persona perturbada, (hasta duda de ser el padre de Roman), y que hace repaso de su infancia repleta de cine, radio y cómic, y de sus comienzos como guionista, y de todo su deslumbrante cine,sus recuerdos de rodaje y de la gente que ha conocido, de su misantropía, su impecable pesimismo y hasta de su familia judía presa de un comportamiento siniestro….

¡Estoy deseando leer esas memorias porque considero al autor un escritor inconmensurable digno del Premio Nobel de Literatura, y tal pensamiento no se distrae de mi mente a pesar de ser alguien que cree que el feminismo, además de una lucha política, es el movimiento conceptual más importante del siglo XX.

Ahora, y tras en movimiento Me too y su campaña de concienciación, se ha tratado de equiparar al personal y judicialmente declarado inocente Woody Allen con el confeso abusador Plácido Domingo y el condenado productor de cine Harvey Weinstein, para que, como su exmujer Mia Farrow quiere, el celebrado cómico Woody Allen caiga en desgracia… ¡Qué pena! ¡Qué pena no entender que una cosa es la persona y otra la obra, y que se puede ser un gigante estético y un enano moral sin que nadie sepa a ciencia cierta si una cosa influye o no en la otra por completo! ¡Y qué pena no entender que uno pudo haber sido un asesino con veinte años, pero a los ochenta es ya otra persona, sí, y no se le puede juzgar ahora por lo que hizo hace décadas con parámetros políticos y morales actuales sin errar el juicio!

Pero lo cierto es que la sociedad está dividida: para algunos WA siempre será el director de obras maestras como Match Point o Poderosa Afrodita. Para otros, un señor despreciable que seguro que abusó sexualmente de su hija, y que sin duda se casó con su hija adoptiva…

¿Cómo responde WA a la feminista política de nueva ola Mia Farrow? Así: “Mi mujer me pilló en la cama con otra y yo le dije que la había engañado porque ella era muy dominante. Me aseguró entonces que yo era tan inmaduro como un chiquillo y yo tenía una buena respuesta para eso pero levanté la mano y ella no me dio la palabra”…

¡Qué genial!

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