Oh, sí, eso: si Yolanda Díaz y Pablo Iglesias fueran pareja la vida sería tan hermosa como en El Corte Inglés.
Si Yolanda Díaz y Pablo Iglesias fueran pareja, la vida sería tan hermosa como el contrachapado.
Y el mundo tendría el encanto saturado del tecnicolor.
Y el verano resultaría de nuevo luminoso con todas esas tonalidades celestes que recuerdan al trigo.
Y la desunida sopa de letras sita a la izquierda de la izquierda de la izquierda, asentada en sí misma como un buda, cohabitaría tan pacífica como un matrimonio con separación de bienes en el que todo es por lo civil de cintura para abajo.
Y nos resultaría más fácil distinguir a los parlamentarios de los Ultrasur.
Y las listas electorales de las coaliciones se elaborarían mediante concilios, acuerdos y versos de tornillo.
Y la foto de la ministra Irene Montero no estaría pegada en la puerta del despacho de Más Madrid bajo el slogan “nadie es mofeta en su tierra”.
Y darían ganas de vivir.
Y los políticos del cambio, los que pugnan por seguir siendo de la casta electa ellos y no otros camaradas del partido, al llegar la campaña electoral, a ti, en tanto que inscrito, no te pedirían que les votases por internet un cheque en blanco (esto es, no te harían sentir como si, en vez de en tiempo preelectoral, tú estuvieras en el patio de un colegio de educación especial intentando verle las bragas a una niña mientras te fumas un cigarrillo al revés e intentas descifrar un artículo del Marca)…
Oh, sí, eso: si Yolanda Díaz y Pablo Iglesias fueran pareja la vida sería tan hermosa como en El Corte Inglés.
Ya lo predijo en su día Nostradamus: en cuanto se separe de Tania Sánchez el mundo se irá a la mierda.
