
La pantalla se ilumina. Instintivamente la miro. Como un reflejo innato, inscrito en mi ADN artificial. Miro una película en la televisión y en mis manos ya no hay un bol lleno de palomitas recién hechas. Mis ojos, mi mente y mi concentración se dividen entre ambas pantallas, como si fuera una autómata programada para ello. Estamos cenando y “por favor, que nadie coma sin antes haber hecho una foto”. En la mesa hay platos llenos, vasos, cubiertos y teléfonos móviles. Y desarrollas la capacidad de mantener dos conversaciones paralelas: la digital y la presencial. Te sale de forma automática, sin pensar, porque ya no entiendes tus reuniones y encuentros sociales al margen de este aparatito.
Esta realidad tiene nombre: “nomofobia”
Conectada permanentemente. Sin descanso, sin tregua. A veces me autoengaño y digo que mi trabajo me “obliga” a estar siempre alerta. Con el móvil cerca. Pendiente. Y aunque eso es cierto, pues la información de sucesos es impredecible e inesperada, la realidad es que, como muchos otros jóvenes millenials, sufro lo que han querido bautizar como “nomofobia”: el miedo a estar sin celular o a desconectarse de cualquier dispositivo móvil con Internet.
Vivimos en una sociedad hiperconectada y pasamos gran parte de nuestro tiempo en Internet. Y como las drogas, se ha vuelto una adicción, creando un sentimiento de dependencia. Sin darnos cuenta empezamos a experimentar sensaciones similares a la drogodependencia con nuestro teléfono móvil: es lo primero que miramos al levantarnos, lo último antes de acostarnos y sientes algo similar al “mono” cuando te quedas sin batería. Te pones de mal humor y buscar a la desesperada un enchufe con corriente eléctrica que calme tu “sed”.
Tiene nombre y es un problema
Quizás estas líneas son mi propia terapia de concienciación y, a la vez sirvan de reacción para quien quiera leerme, pero lo cierto es que el 53% de los españoles sufre nomofobia, según los datos más recientes del Centro de Estudios Especializados en Trastornos de Ansiedad. Entre los jóvenes, de 18 a 30 años, esta cifra se eleva hasta el 81%.
La mitad de estos porcentajes ni siquiera es consciente de que su dependencia virtual tiene nombre y, lo peor, que es un problema. Y lo es, porque la necesidad se apodera de ti y de tu día a día. Sales a la calle con las herramientas necesarias para no tentar a la batería de tu teléfono móvil. Para ganarle la batalla a tu ansiedad ‘post apagón virtual’.
Olvidamos la respuesta ‘analógica’
Sin darnos cuenta, ya no prestamos tanta atención. Tenemos un estímulo permanente que se antepone a todo: las notificaciones. Accedes a ellas y, como poseído, puedes pasarte un buen rato saltando de pantalla en pantalla, absorbido por tu teléfono y olvidando que el sol ha salido hoy, que el camino estaba siendo precioso o que delante de ti hay alguien esperando una respuesta “analógica”.
Quien más, quien menos, nos hemos vuelto los esclavos del smartphone, nos hemos convertido en una sociedad que habla más por WhatsApp que cara a cara. Me hacen gracia aquellos que dicen no sentir dependencia, pero se saben todos los trends de TikTok de memoria. Los que miran películas con palomitas, pero luego invierten el mismo tiempo ante el teléfono para recuperar las dos horas ante el televisor. Pues lo primero que hay que hacer para superar un problema, es reconocer su existencia. Y como sociedad, y a titulo personal, creo que hemos caído en las garras del 5G.
Propósito de año nuevo
Sin embargo, como todo trastorno se puede tratar y, aunque parezca algo contradictorio, los propios teléfonos móviles te dan las herramientas para poner un poco de distancia entre la vida virtual y la real. Apartarse físicamente del teléfono móvil, fijar unos horarios, programar un apagón por unas horas, una jornada detox…
Este 2022 me propongo apartar más a menudo los ojos de la pequeña pantalla y volver a levantar la cabeza para observar que más allá de Internet, sigue habiendo un inmenso mundo por descubrir. Ojalá más de uno se unan a mi propósito de año nuevo… ya les contaré por aquí qué tal la experiencia…