
Lo de Barcelona no son sólo macro botellones, son putas guerrillas urbanas. Los que a las cinco de la mañana buscan jarana contra la policía, tampoco son jóvenes pasando un buen rato con sus amigos al aire libre, son delincuentes. Es importante tener estos dos matices claros porque la sociedad, la opinión pública y las administraciones competentes no tardarán en señalar, de nuevo, a los jóvenes, sin matices y tomados como un colectivo homogéneo, como los culpables de todos los males que están ocurriendo recientemente en nuestra sociedad. Como ya pasó (y sigue pasando) con los rebrotes de la covid-19, los jóvenes están siendo demonizados de nuevo.
¿En qué nos hemos convertido?
Por un lado, no me extraña. Lo de este sábado en la Plaza España de Barcelona ha sido lo nunca visto. Triste, lamentable e irritante: la policía catalana ha hecho recuento de más de una decena de heridos por arma blanca y varias agresiones sexuales. ¿En qué nos hemos convertido? La capital de las culturas, de la diversidad, la puerta a Europa… ¿Quién ha permitido que a las cinco de la mañana un grupo de niñatos con las hormonas descontroladas y con una nula responsabilidad civil empiece a crear barricadas, lanzar adoquines contra el cordón policial, quemar coches y destrozar todo el mobiliario urbano que les venga en gana? Porque ésta es la indignante y frustrante realidad de Barcelona y aquí parece que nadie hace, ni quiere hacer, nada para evitarlo.
Los cargos competentes asumen la derrota y bajan la cabeza y lo que se saldaría con un poco de mano dura policial, se consiente hasta llegar a extremos como los de este fin de semana: toda la Avenida María Cristina convertida en una especie de campo de batalla.
Aquí la autocrítica ni se contempla
Mientras tanto, mientras unos desclavan adoquines de raíz del pavimento urbano y los otros crean barricadas, como si esto fuese el musical de los Miserables (por la libertad del pueblo), los antidisturbios de la ARRO de los Mossos d’Esquadra se recogen entre los muros del Palacio de Congresos, superados por una pandilla de delincuentes de barba incipiente.
La imagen, vista desde fuera, es abominable: jóvenes delincuentes con chándal lanzando todo tipo de objetos contra el cordón policial, mientras éstos se coronan como los nuevos conquistadores de Plaza España; y, por otro lado, los agentes, con cascos, proyectiles, escudos y protecciones hasta en las cejas, retrocediendo sin poder hacer nada. Por órdenes políticas, por supuesto.
Luego, lamentamos los daños, culpamos de forma masiva a la juventud (porque aquí lo de hacer autocrítica ni se contempla) y esperamos de brazos cruzados a ver si en el próximo botellón, cuando el grueso de los asistentes decide irse a casa, los cuatro ruidosos de siempre vuelven a convertir Barcelona en un campo de minas.
Jóvenes: la cabeza de turco
Los problemas, como en las matemáticas, se solventan con soluciones y para mi gusto, la tentación de buscar alguien a quien endosar el monopolio de la culpa denota mucha carencia de autocrítica; además, de ser un discurso simplista, injusto y tremendamente casposo; pero se vive más tranquilo culpando a los demás y los jóvenes en su homogeneidad suelen ser un blanco fácil. Da la sensación de que las instituciones políticas necesitan siempre una cabeza de turco porque así controlan a la masa.
La gente joven está enfadada y tampoco me extraña. Cansada de estar siempre en el saco del mal. No sé si la solución a este problema, porque sí, señores y señoras, esto es un grave problema, pasa por cambiar a nuestros políticos, nuestros protocolos de actuación policial o nuestro sistema educativo. Quizá pasa por cambiarlo todo. Lo que está claro es que ni todos los jóvenes son unos delincuentes, aunque vayan de botellón, ni todos nuestros políticos son claros referentes, aunque no asistan a estos macro encuentros donde la gente bebe al aire libre. Algo como sociedad estamos haciendo mal y el grueso de la juventud está pagando las consecuencias.