
Desde hace un tiempo, desde que decidí escribir sobre la cara B de nuestra sociedad, veo a los delincuentes internacionales que llegan a España como niños pequeños con cinco euros en una tienda de chucherías. Cuando somos críos esas monedas son sinónimo de: “vía libre para comprar todos las guarradas que quieras”: con sabor a sandía, menta o melocotón. Patatas fritas. Palomitas o helado. Con esos 5€ y sin control parental, entrábamos a esas tiendas llenas de tentaciones, luces, sabores y olores y nos poníamos de chucherías hasta las cejas. Lo mismo pasa (salvando las distancias y cambiando, por supuesto, las cantidades económicas y la mercancía a comprar) con los delincuentes, principalmente narcotraficantes y fugitivos, que llegan a nuestro país.
La libertad de movimiento por Europa (el conocido espacio Schengen), la laxitud legislativa en la tipificación de ciertos delitos (en concreto, los que tienen que ver con el narcotráfico) y, por supuesto: el clima, la paella, la sangría y todos los tópicos asociados, no de forma errónea, a España, convierten nuestra península en la tienda de chucherías que vuelve loco a todo niño menor de 10 años con los cinco euros que le ha dado la abuela: “pa’ chucherías”. En mi pueblo, en el extrarradio olvidado de Barcelona, de hecho, la tienda de chucherías se llamaba “El rincón de la tentación”, y no iba, para nada, mal encaminada.
Bienvenidos a Schengen: pasen y delincan
España también es un macro rincón de la tentación. En primer lugar, facilitado por la libre circulación de ciudadanos europeos bajo el denominado espacio Schengen. La supresión de fronteras entre los estados miembros de la Unión Europea fue una maravillosa iniciativa, que favoreció a los domingueros adinerados de Gran Bretaña y Alemania con segundas residencias en la Costa del Sol o Mallorca; pero también facilitó un mayor movimiento de delincuentes. Cruzar las fronteras terrestres, actualmente, es como cruzar un paso de cebra: miras a la izquierda, miras a la derecha, no viene nadie y pasas.
Hay controles, por supuesto, pero si tu cara no aparece registrada entre la de los posibles delincuentes que puede que entren a España, los agentes del paso fronterizo te mirarán con cara de tenerlo todo bajo control y te darán los buenos días para que prosigas con tu aventura delincuencial dirección “la península de las tentaciones”. Esta nueva realidad sin fronteras obligó, ya en su día, a la creación de agencias, instituciones y cuerpos policiales para combatir la circulación de delincuentes y organizaciones criminales entre países. Ejemplo de ello son: la EUROPOL, EUROJUST o FRONTEX.
Delinquir aquí es bueno, bonito y barato
Sin embargo, luego, cada país es libre para legislar, de forma interna, como buenamente sepa, quiera o le plazca. Y ahí es donde nos topamos con el caramelo por el que todos se pelean de pequeños: nuestra legislación, en especial en cuanto al tráfico de sustancias estupefacientes se refiere. Tras varias entrevistas con Inspectores y Comisarios del Cuerpo Nacional de Policía he llegado a la conclusión de que ya pueden matarse a desarticular organizaciones criminales, que, si nuestras leyes no cambian, el juego del “gato y el ratón” al que juegan policías y narcotraficantes en nuestro país no sólo será permanente, sino que se convertirá en una enfermedad crónica, de esas que no se curan y se terminan aceptando como parte de “la normalidad” de quienes las padecen.
Hace dos veranos el entonces jefe de los Mossos d’Esquadra, Eduard Sallent, ya alertaba del aumento desenfrenado de grandes organizaciones criminales transnacionales que llegaban a España y, en especial, a Catalunya, cargadas con todos los cacharros para montar macro plantaciones indoor de marihuana. Ni la pandemia ha frenado esta expansión. En la actualidad, pequeñas, medianas y grandes organizaciones criminales han sabido ver lo bueno, bonito y barato que resulta cultivar marihuana en España.
Chalé en la costa VS casa congelada en los Alpes
Todo ello lo ampara el artículo 368 del Código Penal, que prevé penas de entre 1 y 3 años de prisión por el “cultivo, elaboración, tráfico o promoción del consumo ilegal de drogas tóxicas” que “no causan un daño grave a la salud”, como el hachís o la marihuana. Y, de entre 3 a 6 años por el tráfico de aquellas drogas más dañinas: cocaína, heroína, éxtasis…
Penas que nada o poco tienen que ver con los de entre 5 y 20 años que piden en Francia, los 12 de Holanda o Portugal o los 10 de Italia. Hay países, como Suiza, Alemania o Bélgica con condenas inferiores a la española, pero los narcotraficantes no son imbéciles y puestos a escoger: prefieren un chalé frente al Mediterráneo, que una casita preciosa, pero congelada, en los Alpes suizos. Y así llegamos a los tópicos: sol, playa, pella, sangría y mucha fiesta. Estereotipos no mal asociados a la cultura folklórica de nuestro país: para lo bueno y para lo malo.
Y al final, nos salieron caries
Hoy en día ya nadie se asusta cuando lee: “Detenidos 30 miembros de una organización criminal”, “Ajuste de cuentas con una víctima mortal en Algeciras” o “Incautadas 3 toneladas de marihuana en el Estrecho”. No impacta porque, por desgracia, ya estamos entrando en la cronificación del juego. Y es que de tanto comer chucherías, nos ha salido una caries. Y tremenda caries.
Ojalá, más pronto que tarde quienes tengan el poder de legislar actúen como buenos padres y pongan límites a las chucherías que se van a comprar. Porque la policía con lo que tiene hace lo que puede, pero es incapaz de perseguir a todos los niños que llegan en avalancha al “Rincón de la tentación”, hambrientos de todo tipo de guarradas varias…