Opinión

Aborto legal para no morir

3.600 muertas por abortos clandestinos es, aproximadamente, el número de vidas de mujeres que se hubieran salvado en Argentina si en 2012, cuando se presentó por primera vez ante las Cámaras el proyecto de despenalización del aborto, se hubiera aprobado.

La cifra no es aleatoria. 44 millones de mujeres abortan al año en el mundo, de las cuales, 47.000 aproximadamente, pierden la vida en abortos clandestinos, lo que supone un 0.10% del total de mujeres que abortan. En Argentina, según datos de Amnistía Internacional, hay unos 450.000 abortos al año, de los cuales, 450 representan el 0,10% anual que mueren. En los ocho años que han pasado desde 2012, 3.600 vidas de mujeres argentinas pobres han sido segadas, porque así lo ha querido el patriarcado asentado en el poder legislativo, y azuzado desde diversas iglesias o creencia fanáticas, y palmeado por asociaciones “pro-vida”, siempre bien financiadas para sus campañas, pero que nunca luego gastan una sola moneda en ayudar a criar a esos niños que han obligado a sus madres a parir.

Nacer para vivir en la miseria. Esa es la opción de vida para los “pro-vida” para esos bebés, y para esas 3.600 mujeres pobres, morir desangradas tras ser pinchadas con una percha a través de la vagina o por un choque séptico después de ingerir o introducirse en el cuerpo cualquier hierbajo.

Esa es la vida y la muerte que defiende esas iglesias, esos próvidas, y el sistema patriarcal, bien pertrechado en los tres poderes del estado. En Argentina y en todos los países del mundo. Repito lo de mujeres pobres porque las mujeres con recursos están menos expuestas a morir en abortos clandestinos. El dinero del que por suerte disponen las ayuda, en este caso, a no morir.

A partir de esta semana, con la ley en la mano, esa lista de 3.600 asesinadas pobres por la cerrazón de negarles a las mujeres el derecho humano al aborto, debería no aumentarse en ni una muerta más en Argentina. Y lo digo en condicional porque ahora las argentinas van a tener que seguir batallando contra la misoginia disfrazada de “objeción de conciencia” de muchos médicos que, obviando el juramento hipocrático que obliga a no causar sufrimiento a sus pacientes, se negarán a cumplir con esa obligación y abocarán a muchas mujeres a tener que iniciar un periplo para mendigar que alguien las atienda médicamente y les garantice el derecho sobre su propio cuerpo. En resumen, postergarán un sufrimiento difícil de imaginar.

Porque un embarazo no deseado es uno de los trances más difíciles a los que se puede enfrentar una mujer en su vida. Todo se cubre de halo antinatura porque, normalmente, un embarazo es un acontecimiento feliz y, sin embargo, un embarazo no deseado representa un gravísimo problema, de magnitud tal que se lleva por delante la vida de miles de mujeres en el mundo.

Y además de que es un grave problema, lo es también contra el tiempo. No sólo en lo que a los plazos legales para abortar se refiere, sino porque el tiempo que una embarazada pasa estando embarazada sin querer estarlo, es una tortura psicológica de crueldad inigualable.

Por eso, cuando sale algún desalmado pretendiendo que antes de abortar, las mujeres pasen por una “charla” con un “especialista” a ver si se lo repiensan, esas personas, para mí, sólo merecen el calificativo de sádicos y psicópatas. Sádicos y psicópatas que se creen con el derecho de opinar y decidir sobre el cuerpo y la vida de las mujeres, porque así ha sido siempre, incluyendo en ello la tortura a la que las someten.

A lo de sádico, les añadiría pervertidos a los que espetan a aquello de “seguro que le gustó mientras lo estaba haciendo”. Estoy segura de que mientras lo dicen se imaginan a esa mujer teniendo sexo y hasta les excita. Violadores en potencia es lo que son.

Que nadie se engañe. Un aborto es una situación médica durísima para cualquier mujer, tanto física como psicológica, que pocas que no hayan pasado por él, pueden ni siquiera llegar a dimensionar. Lo menos que la sociedad, a través del estado de derecho, puede hacer es intentar aliviar las circunstancias en las que esa desgracia se puede enmendar.

Y esa es la gran batalla que las mujeres argentinas han ganado esta semana después de demasiado tiempo y demasiadas muertas. La sangre de todas ellas está en las manos de los políticos que votaron no a la despenalización del aborto en Argentina desde 2012. Ojalá nunca puedan dormir tranquilos por ello.

Felicito a las mujeres argentinas, porque su avance es el de todas. El de todas las mujeres, y exclusivamente de las mujeres, porque el aborto es un derecho humano sólo de las mujeres, porque sólo las mujeres pueden embarazarse.

Por eso siempre está en constante entredicho. Porque nos afecta exclusivamente a nosotras. Por mucho que, vergonzosamente, en el senado argentino, durante el debate de la ley, se haya escuchado constantemente el absurdo concepto de “persona gestante”, como si alguien que no fuera una mujer pudiera gestar algo. Lo hacían para no molestar a los señores de labios y uñas pintadas que con eso se autodeterminan como cualquier cosa. Pero que en su propio comportamiento se exhiben como los machos que siguen siendo y siempre serán.

Lo de esta semana en Argentina es un logro incontestable del movimiento feminista. Que lleva siglos luchando y avanzando sin derramar ni una sola gota de sangre excepto la de las propias feministas a manos del sistema patriarcal. Toda esa sangre clama hoy por este logro conseguido. Benditas sean todas nuestras muertas allá donde estén.

Sin embargo, quedan muchos lugares donde las perchas seguirán matando mujeres pobres en abortos clandestinos, y otros, donde las mujeres siguen sin tener derecho sobre su propio cuerpo, incluso en el corazón de Europa.

Así pasa en Andorra, ese paraíso fiscal donde se salvaguardan los derechos de todos los blanqueadores de capitales y defraudadores de hacienda que allí quieran acudir, y donde serán tratados como gente de bien, mientras donde las andorranas tienen que buscarse la vida para cruzar la frontera y poder abortar, a riesgo de, ellas sí, ser tratadas como delincuentes.

Por las andorranas, por las polacas, por las mexicanas, por todas las mujeres del mundo, el movimiento feminista debe seguir avanzando implacable también en este nuevo año que está a punto de empezar. Ese es mi deseo. Un feliz y feminista 2021 para no morir.

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