
No me negarán que últimamente el planeta está como para salir corriendo, mires para donde mires. El Amazonas arde sin control, islas gigantes de plástico navegan por los océanos y cada día nos cargamos unas cuantas especies de animales, sobretodo insectos, sin que parezca que nos importe un bledo que son absolutamente necesarios para nuestra supervivencia como especie. Es por eso que hoy les propongo que en lugar de mirar hacia los lados, o nos miremos el ombligo como de costumbre, miremos hacia arriba.
De repente parece que las grandes potencias han retomado su viejo amor por el espacio y han relanzado la carrera espacial a marchas forzadas. Hace tan solo unos días la India intentó enviar un dron no tripulado a la luna aunque sin éxito. Unos meses antes, Israel había intentado lo mismo, con el mismo mal resultado, pero con un detalle a tener muy en cuenta, a saber: el proyecto espacial de Israel se financió con capital privado.
Hasta ahora sólo tres superpotencias han conseguido llegar y aterrizar en nuestro romántico satélite, y son, como no, Estados Unidos, Rusia y China. Sin embargo, ahí arriba hay mucho más que nuestra luna lunera, y estos tres gigantes lo saben, y lo quieren. Pero se lo están manejando muy en silencio no vaya a ser que a los ilusos terrícolas nos dé por prestar atención a este nuevo reparto de riquezas y territorios, esta vez espaciales, en los que está previsto que sólo unos pocos puedan participar, pero que son propiedad de toda la humanidad.
Hace aproximadamente un año, el presidente Trump aprobó la SpaceAct, que viene a ser una ley que organiza una versión ultraterrestre del “3 per cent” catalán (ultraterrestre es el término correcto para hablar de la legislación de los cuerpos celestes). Esta ley regula que Estados Unidos deja a ciertas empresas extraer todos los recursos naturales que hay en los asteroides que rodean la tierra y que son, entre otros, oro, agua y minerales escasos aquí abajo en un estado de pureza inimaginable, a cambio de pagarle al gobierno americano un porcentaje de esa riqueza, que es tan suculenta y elevada para las compañías, que da para invertir en la tecnología necesaria para explotar los asteroides exitosamente, pagar su mordida a los gringos y a que el negocio les siga siendo rentable. Y, antes de volver echarle la culpa a Donald, que también, quiero aclarar que este encargo ya lo dejó preparado su antecesor Obama, en su línea de fraude para la libertad que ya hemos comentado aquí alguna vez.
No sólo los americanos están en la comercialización y la reconquista del espacio a base de sucursales a la más puro estilo McDonal’s. Un pequeño paraíso fiscal situado en el corazón de Europa, Luxemburgo, se ha afanado en sacar su propia regulación al respecto y ofrece a todas las empresas que se “empadronen” bajo su bandera, la posibilidad de apropiarse de todo cuanto sean capaces de explotar más allá de nuestras fronteras terrícolas, a cambio de un pequeño diezmo.
Si aún siguen leyendo este artículo, incluso preguntándose porqué a esta chica hoy le ha dado la ventolera de contarnos una peli de ciencia ficción, les explicaré el porqué de la importancia de saber que todo eso que suena a capítulo de Rick y Morty está mal, muy mal.
Hay cosas que son Patrimonio de la Humanidad. Concretamente 1.018 lugares lo son. Pero también existe el patrimonio inmaterial, como el flamenco, y también, el material, como los fondos marinos o la luna, los asteroides y todo los que gravita alrededor de nuestro amado y maltratado planeta azul. Y no lo digo yo, lo dice, por ejemplo, el “Tratado del Espacio Ultraterrestre” del año 1967 y del cual forman parte 103 países, o “Acuerdo que Gobierna las Actividades de los Estados en la Luna y otros Cuerpos Celestes”, coloquialmente conocido como el “Tratado de la Luna”, que entró en vigor en 1984.
En esos tratados se establece que todos los recursos de los que hablamos y todas lasriquezas que generen se repartirán entre toda la humanidad, de tal manera que no sólo los ricos y poderosos, con capacidad económica y tecnológicapara su explotación se aprovechen de su consumo inmediato de recursos naturales que han tardado miles de años en generarse, y que no son de nadie y lo son de todos al mismo tiempo.
Ya sabemos que Estados Unidos y los paraísos fiscales son muy dados a pasar por alto esa menudencia del Derecho Internacional, y hacer los que les da la gana para servir a su dios Capital, y la cosa a lo mejor no sería tan grave si sólo se tratara de extraer níquel de unas piedras gigantes voladoras. Sin embargo, la retomada carrera espacial esconde una verdad mucho menos fantasiosa.
La certeza de que quienes están ahora pujando por controlar el cielo son los mismos que han destrozado la tierra es en sí la explicación más simple y más terrorífica de lo que pasa y pasará en muy breve espacio de tiempo. Esto se acaba, y lo saben. Y se están preparando.
Que Trump quiera comprar Groenlandia en pleno deshielo de los casquetes polares, mientras nos tienen a todo el mundo distraído con la niña Gretel a bordo del velero de los Grimaldi no es casual. Que hace tiempo que se está experimentando con la genética y con la implantación de componentes electrónicos en humanos (los “cyborg”) para añadir a nuestra naturaleza habilidades que no tenemos tampoco es baladí. Y que seguro que el resurgido amor por la conquista espacial de las grandes potencias no responde a un repentino interés científico y divulgativo, también.
Y terminando ya, para este fin de semana les hago una recomendación cinematográfica: vean “Elysium” y luego me lo cuentan.