Opinión

Bruja quemada, bruja borrada

El significado etimológico de Akelarre es “macho cabrío en el prado” (del euskera aker, macho cabrío, y larre, prado). Por eso, en origen denominaba exclusivamente el sitio en el que supuestamente las brujas (en euskera, sorginak) celebraban sus rituales satánicos.

Akelarre es, sin duda, la palabra del euskera más utilizada, sobre todo por todos quienes no tenemos la suerte de dominar ni conocer ningún otro vocablo de esa lengua ancestral e indescifrable. Akelarre se mete en las conversaciones en castellano con toda naturalidad. Akelarre es el título de una de las más famosas pinturas de Goya, concretamente, la 761 de sus alucinantes Pinturas Negras. Y por supuesto, muchísimas bandas musicales, con mayor o menor fortuna, han escogido el nombre de Akelarre para darse a conocer al mundo.

Pero si hay un lugar donde no sólo la palabra sino el hecho en sí de las supuestas reuniones de brujas toma todo su significado es en el norte de Navarra, con Zugarramurdi como epicentro. No en vano, de allí partió la caza de brujas más sonada de la historial inquisitorial de España en 1609.

Este hecho es desconocido por muchísima gente, pero gracias a la película de Álex de la Iglesia de 2013, el común de los mortales tuvo conocimiento de que algo tenían que ver unas brujas con ese pueblo navarro de nombre tan contundente. Desde entonces, la peregrinación a la Sorguinen Leizea (cueva de las brujas) de personas que van tras las estelas de las escobas de las lugareñas del pueblo, condenadas a la hoguera en el año 1610 por la Inquisición, es constante.

Y en este no-verano del fin del mundo, de plagas bíblicas y de maldiciones celestiales, yo misma pensé que era el mejor destino posible. Así que ahí me lancé, en busca de la inspiración de las mujeres sabias de antaño, que solían ser las médicas, las que conocían las plantas medicinales y en un momento dado, hasta las cirujanas de urgencia si algún parto se complicaba. Ahora que el mundo científico entero está sumido en una carrera frenética por encontrar la fórmula mágica que nos devuelva nuestras vidas, vale la pena mirar a las que ya curaban cuando la ciencia estaba en pañales. Y eran asesinadas por ello.

Total, que en Zugarramurdi me planté yo, con toda la predisposición del mundo para empaparme de todas las historias, explicaciones, conocimientos y leyendas mitológicas que cualquiera me quisiera contar o pudiera leer. Buscaba a las brujas, pero las brujas no estaban.

Visité la cueva, impresionante y magnífica, en la que había unos pírricos cartelitos que no explicaban nada más allá de lo obvio (que aquello era una cueva, o que lo que llamaban “el prado del akelarre” era un prado.) La recorrí arriba y abajo varias veces, porque tampoco es muy grande, fijándome en cualquier detalle y dejando volar mi imaginación. Pero como no había explicación alguna, salí y buscamos un sitio para comer.

Yo me esperaba que con semejante potencial histórico, el marco incomparable en el que está el pueblo y la carta de presentación de la película bastante exitosa de no hace mucho, aquello iba a ser como una especie de parque temático brujeril. No me parecía loca la idea de que hubiera bares que se llamaran “El Akelarre” “La Hoguera”, “Las brujas” o “El inquisidor”.

Tampoco me hubiera parecido nada raro que hubiera proliferado alguna suerte de herboristería o tienda de cosméticos con las plantas de la zona. Y tampoco considero que hubiese sido una ‘ida de olla’ habernos encontrado a alguien echando las cartas o un simple centro de yoga o meditación. Yo no soy una experta en márquetin, pero el negocio está ahí. Pero, como las brujas, tampoco estaba.

Así que aposté toda mi fe pagana a lo único que me quedaba por ver, el Sorginen Museoa, el Museo de las Brujas, situado en el antiguo hospital rehabilitado. Un caserío de 4 plantas muy bien arregladito donde por fin pude empaparme de los hechos ocurridos entre 1609 y 161, y mejor aún, toda una planta dedicada a la diosa Mari, que es como la Pachamama vasca, o Gaia, o la Madre Tierra en cualquier cultura ancestral y matriarcal. Muy bonito.

Sin embargo, fuera de la cueva o del museo, no había ni la más mínima referencia al episodio del proceso de Logroño, que es donde se llevó a cabo el juicio contra 53 personas, de las cuales 11 acabaron en la hoguera (6 vivas y 5 muertas, porque si te condenaban a la hoguera te quemaban, aunque fuera un muñeco con tu nombre).

Por supuesto, tampoco existía nombramiento alguno de las protagonistas de aquel proceso, dos Marías y una Catalina. Y no lo quise buscar, pero seguramente sí hubiera encontrado un nombre con la calle del inquisidor, un tal Alvarado.

Era como si el pueblo no quisiera saber nada de su propia historia, la que lo había situado en el mapa, ya que si no fuera por esas mujeres, la verdad es que muy poca gente iría a parar allí donde el viento da la vuelta. Y aunque los bares y restaurantes tengan nombres de lo más anodinos, lo cierto es que hacen buen negocio a costa de los que sí queremos saber porqué se quemaron a mujeres de ese pueblo perdido. Y no es un interés por el pueblo, sino por esas mujeres.

Quemadas y cuatro siglos después, escondidas y borradas. Supongo que no es fácil asumir una historia de persecución y caza de brujas porque si algo caracteriza a aquella locura que recorrió Europa durante los tres siglos que duró el Renacimiento, entre el año 1.300 al 1.600 aproximadamente, es la misoginia extrema que culminaba mandado las mujeres a la hoguera. Fueron unas 100.000 mujeres las que perecieron bajo el odio en forma de llamas. El odio a las mujeres que las mató, y que hoy las continúa borrando e ignorando. Curioso que la mayor misoginia se diera en plena expansión del Humanismo. Pero eso estaba pensado para el macho humano “hombre”, no para la hembra humana “mujer”.

Pero no sólo pasa esto en Zugarramurdi. Muchos de ustedes se sorprenderán ahora que les cuente que pocos años después, concretamente en 1619, en Terrassa (Barcelona), 6 mujeres fueron quemadas en la hoguera por un tribunal secular, luego de que la Inquisición las hubiera soltado en 1615. Se libraron del Santo Oficio, pero no de la ira de los vecinos que las señalaron y odiaron hasta que fueron asesinadas. Su caso y sus nombres están completamente borrados de la historia. Yo misma voy a Terrassa una vez por semana y nunca vi nada ni nadie que me refiriera este cruel episodio. Fueron Margarida Tafanera, Joana de Toy, Joana Savina, Micaela Casanovas, Eulàlia Totxa y Guillermina Font. Ahí quedan.

Cientos de años después, no crean ustedes que hemos avanzado mucho. Seguimos flageladas por la misoginia y por el intento incesante de borrarnos de la historia y hasta del presente, si se puede. En estos días en los que se cumple otro triste aniversario del asesinato represivo y misógino de las 13 Rosas, su reclamo nos llega aún claro: “Que mi nombre no se borre de la historia”.

Es otra razón para seguir luchando en esta época de pesadilla que nos está tocando vivir; que no se borre el nombre de ninguna mujer que haya sido víctima de la misógina hasta la muerte. Que no se borre a las mujeres.

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