
Esta semana hemos conocido un informe elaborado por el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género, (que ya bien podría cambiar el nombre y eliminar eso de “doméstica”, que se parece mucho más a “intrafamiliar” que a “machista”), sobre el perfil de las más de 1000 mujeres asesinadas por feminicidas en España desde 2003, y hay tres rasgos que definen a la “víctima perfecta” de la violencia machista: madre que vive en un entorno rural o ciudad pequeña y que jamás ha denunciado a su agresor. La maternidad, el aislamiento y el silencio son los elementos comunes del feminicidio en nuestro país.
al final, la asesinada, parece tener la culpa de su propia muerte, para alivio de todos los espectadores de la noticia
Es realmente molesto que cada vez que se reporta un feminicidio, en algún momento de la noticia salga la recurrida frase de “la víctima nunca había denunciado a su agresor”. En ese instante parece que nada ha fallado, que la sociedad, la policía, los jueces, los operadores políticos, los médicos, amigos y amigas, etc., han sido liberados de su responsabilidad para con la asesinada que, al final, parece tener la culpa de su propia muerte, para alivio de todos los espectadores de la noticia, puesto que claro, no había denunciado. Como si sí lo hubiera hecho la hubiera salvado de su mortal final. En cualquier caso, con su silencio nos “exculpamos”.
Pero analicemos el porqué de ese 80% de asesinadas silenciosas. Lo cierto es que no es habitual que la violencia machista se exprese únicamente en el acto del feminicidio, quiero decir, hay muchas etapas que se pasan antes de que tu vida acabe a manos de tu pareja o ex pareja (recordemos que el resto de asesinadas por hombres no cuentan para esta “lista oficial”).
La mayoría de las víctimas pasan entre 10 y 15 años de relación con su agresor antes de denunciarlo, dejarlo o acabar en esta macabra lista. Y la razón básica por la que las mujeres no confían en que una denuncia las ayude, que no confíen en el sistema de protección de víctimas de violencia machista es tan sencilla como aterradora: porque el sistema no funciona. Lo sabemos quienes trabajamos en él y lo saben las víctimas. Y lo peor, lo saben los victimarios.
puede más el “supuesto” bienestar económico de sus hijos e hijas, que su integridad física
Nadie informa a la víctima de malos tratos a lo largo de su calvario de si existen ayudas, alternativas reales a largo plazo de poder empezar una nueva vida digna para ella y para sus hijos lejos del maltratador, si no acuden por su propia voluntad a la burocracia administrativa a averiguarlo. Y aquí entra en juego la segunda característica, la maternidad. El 75% de las víctimas de feminicidio eran madres. Ellas, seguramente, pensaron muchas veces en abandonar a su asesino, pero se frenaron al no visualizar la más mínima alternativa laboral y económica para ellas y su familia. Y entonces, puede más el “supuesto” bienestar económico de sus hijos e hijas, que su integridad física. Y de nuevo, el silencio.
De qué sirve que se invierta en formación de género para jueces y fiscales si a la salida del juicio rápido agredida y agresor van a tener que volver a la misma casa porque ella no tiene ningún recurso económico? Pasa todos los días. Y a nadie se le escapa que esa alternativa no es buena, y menos para una víctima del maltrato. “Si lo denuncio será peor, así que, calladita a lo mejor, estoy más segura”. Y otra vez silencio.
Nunca entendí tampoco porqué una víctima de maltrato que por fin se atreve a denunciar, a quien primero ve es a un abogado de oficio en lugar de a un trabajador social o un psicólogo que la ayude a estabilizarse y le enseñe las opciones que tiene. Pocas e insuficientes, pero alguna hay. En lugar de eso, nos llaman a los letrados y letradas que, en la mayoría de los casos tampoco hacemos gran cosa porque, al ver el páramo de incertidumbre ante sus ojos, las víctimas acaban retirando las denuncias y vuelven a casa, con su asesino en potencia. Todos lo vemos, pero quien puede arreglarlo no lo arregla. Y los futuros feminicidas siguen actuando con total impunidad en el maltrato continuado.
vivimos en un estado fallido, incapaz de cumplir con su obligación más básica que es la de garantizar la vida de sus nacionales
Si alguien de verdad quiere acabar con la plaga de asesinatos machistas debe empezar por tomar medidas serias, económicas y laborales, para garantizar mínimamente la vida de las víctimas en potencia.
Porque animar a denunciar, cómo si ese fuera el único recurso que el estado social y democrático de derecho tuviera para proteger a sus ciudadanas, es tanto como reconocer que vivimos en un estado fallido, incapaz de cumplir con su obligación más básica que es la de garantizar la vida de sus nacionales, si éstas no están en condiciones de activar su propio mecanismo de defensa. Y eso es lo que pasa con ese 80% de asesinadas que nunca denunciaron, que no estaban en condiciones de hacerlo. Socialmente, físicamente, psicológicamente y económicamente no tenían las fuerzas necesarias para defenderse, y el estado las obvió. Las vio calladitas y bonitas.