
Esta semana el presidente del Gobierno de España se ha puesto el gorro de futurólogo y nos ha desvelado cuál será nuestro porvenir. Según nos ha contado, en 2050 seremos más pobres, vestiremos más andrajosos, estaremos más aburridos y comeremos mierda.
Y todo esto lo hizo en un magistral alarde del manejo del neolenguaje, es decir, esa técnica de comunicación que se usa para transmitir cosas horribles con palabras no tan horribles, para que cuele mejor y sin provocar el rechazo del personal.
Pero analicemos nuestro futuro en palabras de nuestro patrio líder del mundo libre.
Nos comunicaron que viajaremos menos, compraremos menos ropa, tendremos que abandonar la dieta mediterránea y el consumo de carne, y usaremos más los servicios de reparación. Si no lo hacemos, la desgracia se cernirá sobre nosotros, como castigo bíblico al pecado cometido de no abandonar inmediatamente el modelo de sociedad ultra consumista en el que vivimos. El ser humano es malo y nos tienen que enmendar. Como en los mejores momentos de la Edad Media.
Nos plantean esto como si esta manera de vivir del “usar y tirar” hubiera aparecido de repente como una seta, como si no lleváramos décadas sobreviviendo en el modelo ultra capitalista y neoliberal desatado impuesto por los poderes fácticos y gestionados obedientemente por la clase política.
Como si desde las más altas instituciones del mundo no se fomentara, día sí y día también, la economía exclusivamente de mercado. Como si ante la pandemia no estuvieran primando los grandes intereses económicos de las farmacéuticas, entre otros muchos, sobre la vida de miles de millones de personas.
Y nos lo dice también como si ellos, incluso desde su propio gobierno, no estuvieran dando pábulo a políticas ultraliberales del cumplimiento del deseo individual por encima de cualquier otra, como cada día que siguen permitiendo que la gente salga de España a comprar bebés mediante Vientres de Alquiler, porque aquí está prohibido, pero al llegar de vuelta hacen la vista gorda. En 2050 podremos seguir comprando niños, pero no un bocadillo de lomo ibérico. Por ejemplo.
En realidad, lo que pasará en 2050 es que sólo muy poca gente podrá seguir comprando niños, coches, ropa, viajando, o comiendo decentemente. En realidad, lo que nos están diciendo es que para seguir manteniendo este sistema económico y social letal, incompatible con la vida, es necesario que la clase trabajadora pase a ser clase esclava. Con un futuro peor que el pasado y que el presente (que ya es decir).
Que como ya no va a haber tanto bueno para repartir y los ricos, cada vez más ricos, tienen que seguir viviendo con todo lo que quieran, es necesario que los más pobres renunciemos a las migajas que ahora tenemos la osadía de consumir para garantizar que nada cambie para los afortunados, mientras todo sigue empeorando para los pobres del mundo.
Los que nos contó es cierto, cada vez va a haber menor recursos y el nivel de consumo que llevamos ahora no es sostenible. Eso lo sabemos todos hace años, no hacía falta que el señor presidente descendiera de los cielos a revelárnoslo. Sin embargo, lo que nos comunicó a través de su neolenguaje entrenado es que los gobiernos van a hacer todo para disponer que los que tengan más, sigan consumiendo más y a capricho, mientras los que tenemos menos, deberemos vivir peor, para que nada cambie.
Así que para quien no domine la técnica de la manipulación dialéctica, paso a traducir el mensaje futurista de la agenda 2050: que como habrá menos vacas, sólo comerá carne roja quien se la puede pagar. Que como subirán los precios de los viajes con la “eco excusa”, sólo podrá viajar quien lo pueda pagar. Que como no habrá lluvias que rieguen los campos donde se cultiva el algodón del que se hacen los tejidos, la ropa será más cara y sólo comprará ropa quien se la puede pagar.
Que como una gran parte de la población van a ser parados de larga duración y otra gran parte serán parados estructurales juveniles, es posible que más de la mitad de la población activa tenga que vivir de la caridad del Estado. Y claro, esos van a tener que dejar de cambiar el móvil o la tablet cada año. Que den gracias si la pueden arreglar. La podrá cambiar, quien la pueda pagar. Que como han decidido que hay demasiados coches, sólo tendrán movilidad quienes puedan pagar los carísimos coches eléctricos, aunque para generar la electricidad necesaria para que esos coches funcionen se contamine tres veces más que todo el parque móvil actual.
Y que dejéis de comer, que qué os creéis. Bebiendo vino y comiendo aceite. Ni que fuéramos los curritos patricios romanos. Los curritos estarán para recoger las aceitunas o las uvas con las que harán el aceite y el vino de quien se lo pueda pagar.
Y no caiga en el error de creer que porque gana usted dos mil eurillos limpios entra en la categoría de rico. Si usted tiene que trabajar para cobrar, está usted en el bando perdedor.
Porque ni el aceite, ni el vino, ni los viajes, ni la ropa, ni los coches, ni la carne se va a restringir para todos cuando haya menos, para que a todos nos toque algo. Simplemente se volverán a encomendar a la “mano invisible que regula el mercado” para tener el mismo resultado de siempre, pero cada vez más desigual. Es lo que pasa cuando nos dirigimos a sociedades cada vez más extremas. Donde los trabajadores cada vez son más pobres y los ricos, cada vez son más ricos.
Si quieren un ejemplo hoy en directo de lo que les estoy hablando, miren un momentito hacia América Latina. Ahí saben mucho de clase trabajadora esclava y de personas riquísimas que los exprimen. Muchas de esas personas ricas son empresarios españoles que siguen aumentando su fortuna a base de no respetar el más mínimo derecho laboral. Quizá eso se le pasó de decir a nuestro presidente. Que ese es el modelo laboral al que vamos. Un cambio sistémico.
Demasiada comida, demasiada ropa, demasiados viajes, demasiados lujos y demasiados derechos. El capital no puede aguantar semejante derroche si pretende seguir aumentando sus beneficios de manera exponencial.
Entiéndanlo. Y si para eso hay que dejar de comer jamón para pasar a comer cucarachas, pues oigan, habrá que hacer el sacrificio. Al fin y al cabo, imaginaros el hambre que tenía el primero que se comió una gamba, con lo feas que son.
Lo de comer mierda, no cuela.