
Hace como 20 años más menos por estas fechas, estaba yo protestando en una manifestación estudiantil contra la subida de las tasas universitarias, como era costumbre organizar a cada inicio de curso. Ya sé que ahora los estudiantes creen que se manifiestan por motivos mucho más excelsos y menos terrenales, pero que le vamos a hacer, a las y los estudiantes de barrio obrero siempre nos preocupó el dinero.
La cosa es que acabamos la manifestación en la Plaça de Sant Jaume, que estaba hasta arriba de Mossos d’Esquadra, como si la movilización la hubiera convocado el Sindicato del Crímen Unificado en lugar del S.E (Sindicato de Estudiantes) y la AJEC (Associació de Joves Estudiants de Catalunya a la que yo pertenecía y de donde han salido importantes figuras de la política catalana desde hace varias generaciones…investiguen y verán).
En un momento dado, aparecieron unos huevos por allí y se nos hizo muy divertido lanzárselos a los mossos, que total, iban con casco y ni se iban a manchar. A los mossos no les pareció igual de simpática la idea y empezaron a cargar contra los estudiantes como yo pocas veces he visto, ni siquiera en manifestaciones de las más duras huelgas generales. Recuerdo haber salido de Sant Jaume literalmente en volandas cuando un compañero me cogió de la mochila y me sacó de la primera línea de las hostias. Es curioso que este compañero estos días esté intentado que se repartan en Barcelona el menor número de hostias posibles, estoy segura.
La cosa es que, frente a los disturbios de las últimas noches en Catalunya y principalmente en Barcelona, se están produciendo reacciones que son muy normales y otras que, desde luego, casi ni son de este mundo. Recopilemos.
Es normal que la gente se manifieste. Normal y muy sano. Y también lo es que en las manifestaciones se rompan cosas e incluso se queme algo de mobiliario urbano. Lo es aquí y en cualquier manifestación dura como las de que se producen, por ejemplo, en rechazo a las reuniones de los G-20 o demás aquelarres de mandatarios mundiales que se suelen juntar para jorobarnos un poco más la vida. Más aún cuando se ha calentado el ambiente de forma tan irresponsable tanto por los dirigentes de la ultraderecha verde limón, como por la parte independentista, especialmente por Quim Torra.
En cambio, no es normal nada de lo que pasa con Quim Torra, empezando porque sea President de la Generalitat. Pero sobretodo es anormal que se mantenga el cargo, después de haber jaleado a los tiernecitos bebés del independentismo de zona alta a apretar, y luego haber intentado molerlos a palos en las calles, y que encima los quiera repudiar públicamente llamándolos “infiltrados”, efecto inmediato del puro miedo que le produce sólo pensar en que podría acabar como sus adorados, pero no envidiados, compañeros de “lucha”.
En realidad Quim Torra, que proclama la desobediencia civil, es un tipo bastante obediente. Cobarde como él solo, pero obediente, a saber: quitó los lazos amarillos cuando se lo pidió el tribunal, mandó a los mossos a la calle a controlar los disturbios para los que, ahora sabemos, él mismo había prometido cobertura institucional vía telefónica con los comités de niños tirando piedras, quemando cosas y cortando calles. Y, salió a hacer una patética declaración de condena de la violencia en la tele enseguida que Pedro Sánchez le llamó y le recordó que la mala fortuna sufrida por sus colegas podría terminar siendo también la suya. En su poca defensa diré que no querer ir a la cárcel también es una cosa muy normal.
Otra cosa normal es que todo el mundo se sienta incómodo con esta situación. En Catalunya más aún, puesto que llevamos más de 7 años viviendo en un bucle interminable de lazos, banderas, marchas y paralización total. Y aún así, creo que la mayoría de nosotros hubiera podido obviar el tema de las condenas con tal de recuperar la paz social. No sólo en la política, sino en las familias, entre amigos, en los trabajos y en cualquier sitio donde desde que empezó este show, todos estamos divididos por una imaginaria línea amarilla. Por eso estamos hartos de que esto no se acabe nunca. Y cabreados por no poder avanzar ni quitarnos de encima esta maldición del día de la marmota.
Pero la cosa menos normal que he visto ha sido una cantidad ingente de personas que se dicen progresistas o de izquierda defendiendo un discurso nacionalista, un relato inventado con base en las ideas fascistas que alimentan todos los nacionalismos (sí, irremediablemente todos los nacionalismos nacen del fascismo y del odio al otro).
O peor aún, compañeros y compañeras defendiendo un inventado derecho a la autodeterminación que sólo defienden políticos conservadores pertenecientes todos a la más rancia casta de burgueses catalanes, aquellos que, en muchos casos ayudaron a sobrevivir al régimen de Franco en Catalunya durante 40 años, con la criminalización de toda la cultura y símbolos catalanes, y sobre todo a las mujeres catalanas, que sí sufrieron la represión de verdad, y no eso que cacarean ahora los auto estigmatizados de solapa cada vez que ven un policía por la calle.
No familia, el nacionalismo es incompatible con la izquierda y con el progreso. Relean, repiensen y no se crean todo lo que sale en la tele, por más que les entretenga ver a Barcelona como si fuera Sarajevo. No lo es, incluso aunque algunos se relaman de gusto sólo de pensarlo.