
Una de esas pérdidas colectivas de este viejo año ha sido, sin duda, la de la libertad de prensa y la libertad de expresión, que preceden, indefectiblemente, a la desaparición de la libertad de conciencia y pensamiento
Después de haber vivido la pandemia de Covid, mi capacidad de sorpresa en relación a lo que puede o no puede pasar en la vida se ha reducido bastante. Sin embargo, en este año 2022, tan pesado y tan largo, y que se ha estado caracterizando por todo tipo de pérdidas sufridas, nos ha llegado una visita incómoda y me temo que duradera a la que nunca creí que tendría que convivir: la censura.
Una de esas pérdidas colectivas de este viejo año ha sido, sin duda, la de la libertad de prensa y la libertad de expresión, que preceden, indefectiblemente, a la desaparición de la libertad de conciencia y pensamiento.
Hemos presenciado como desde el Parlamento Europeo, supuesto guardián supremo de las libertados y los derechos humanos del mundo, un personaje siniestro, patético y acabado como Josep Borrell, venía a instaurar el cierre de canales y periódicos y el señalamiento público de determinados periodistas de gran carrera. Esto lo hizo, teóricamente, para favorecer a Ucrania frente a la invasión rusa, pero lo cierto es que ni en el mismísimo Estados Unidos se ha llegado a tanto. Allí puedes leer y ver Sputnik o Rusia Today con total normalidad.
Y todo esto se producía con el beneplácito de la inmensa mayoría de los grandes grupos y medios de comunicación, todos ellos alegremente prostituidos al calor del poder de los gobiernos clientelares que los mantienen a flote mediante jugosas subvenciones y gastos en publicidad pagados con dinero público, que mantienen programaciones bodrio, en le mejor de los casos, o programas de desinformación y manipulación, cuando no dan películas del año del pito.
El silencio atronador de todos, casi todos, los colegios y asociaciones de periodistas ante este atropello sin parangón de las libertades públicas individuales y colectivas, ya se venía haciendo presente poco a poco desde el inicio de la pandemia, sin la cual, este ejercicio de autoritarismo que recorre Europa entera sin que a nadie se le mueve ni un pelo, no sería posible. Y sin la colaboración de los medios de comunicación tampoco.
Silencio cómplice y culpable el de toda la comunidad de periodistas europeos en general y españoles en particular ante la detención preventiva y sin que se hay mostrado prueba alguna de delita ninguno, de la detención en una cárcel de máxima seguridad polaca de Pablo González, el periodista ruso-español que se encuentra encarcelado en régimen de semi aislamiento, sin acusación oficial, si proceso abierto, sin derechos desde hace más de diez meses. Ni siquiera sus compañeros de La Sexta o Público siguen dando la cara por él. Silencio a su alrededor ante una detención absolutamente carente de la más mínima observación de derechos en pleno corazón de Europa.
Silencio y seguidismo al que les da de comer de los medios también ante la aprobación de leyes preñadas de censura propias de la época franquista, como la Ley Trans, que pretende abolir la realidad (como dijo Falcón), y castigar a todos aquellos y aquellas que no comulguen con su terraplanismo de nuevo cuño.
Silencio y vergonzosa colaboración de televisiones, periódicos y radios ante el aniquilamiento de mujeres feministas colaboradoras hasta hace pocos en los medios de comunicación, para callar las pocas voces que claman en medio de este desierto de neuronas muertas y encefalogramas planos en el que pretenden convertirnos.
Silencio y borrado de eventos multitudinarios que salieron de la gente pero que no convienen al poder y la normalización silenciosa de la violencia feminicida que este año se acerca a las 100 asesinadas sólo en nuestro país.
El año del silencio ruidoso en el que todo es fanfarria de última hora y el año de la imposición del silencio mentiroso desde los púlpitos del poder.
Seguimos avanzando y puede que este silencio escandaloso nos facilite la reflexión y nos haga ver con claridad como se está procediendo, delante de nuestras narices, al derribo controlado de nuestras libertades más básicas o bien, que sea uno de esos silencios que acaban fundiéndose con la obscuridad más negra.
Aún ahí, habrá quién encienda una luz.