
La Ley Trans ha instituido en España que la “mujer”, es decir, la hembra humana adulta según la ciencia y la biología, ahora es un disfraz. Pero además, un disfraz cutre, de peluca de 2 euros y pintauñas de saldo mal puesto.
Por suerte un año más estamos en los días del año en los que veneramos el pecado, oficialmente y con el beneplácito de la mafia católica. El “Rey Carnestoltes” (el Carnaval en castellano) es el único monarca que goza de mi simpatía.
Cada vez que llega el momento del pregón de inicio de los fastos en su honor, me lleno de alegría y de emoción y recuerdo una vez que estuve en el Carnaval de Cádiz, donde me crucé con un señor vestido de sacerdote, que gritaba a los cuatro vientos hisopo en mano bañado en vino a falta de agua bendita: “¡Follar follar, que el mundo se va a acabar!”
Sabías palabras, sin duda, las del cura impostado, teniendo en cuenta que los que estamos vivos y tenemos una memoria de máximo cinco años atrás sí hemos experimentado esa sensación de que se acababa el mundo cuando llegó nuestro compañero coronavirus. ¡Qué tiempos aquellos… y estos!
Este pasado jueves se ha aprobado por nuestro Congreso, lleno sin duda de grandes cabezas con pocas ideas y que visten pantalones con bolsillos sin fin, la ley que hace del disfraz una categoría jurídica. Ya tenemos aquí la “deseada” Ley Trans. Tan deseada como aquel borbón que lució ese apodo y que va a tener el mismo resultado que el nefasto monarca.
La Ley Trans ha instituido en España que la realidad material “mujer”, es decir, la hembra humana adulta según la ciencia y la biología, ahora es un disfraz. Pero demás, un disfraz cutre, como los del chino, puesto que basta una peluca de 2 euros y un pintauñas de saldo mal puesto para declarase mujer, y así obligar a toda la sociedad a que el sujeto pelucón sea considerado como tal.

Por tanto, señores pervertidos y todos aquello que no se han atrevido a serlo nunca pero que tienen esa pulsión enfermiza de espiar a mujeres desnudas, grabar a las chicas mientras suben una escalera o arrimar cebolleta en el metro, sólo con adquirir la peluca tendrán entrada libre a todos los vestuarios y lavabos de mujeres y niñas, aun cuando su pene erecto revele su biología. Ya no es problema, puesto que su nueva personalidad adquirida mediante el disfraz funciona prodigiosamente incluso cuando ya no se lleva puesto. Sólo digan: “soy mujer” y así quedará decretado.
El disfraz es perpetuo, pero no novedoso. No faltaba en ningún carnaval el típico gracioso que se disfrazaba de exhibicionista, con una gabardina y un gorro a lo Inspector Gadget, que se la abría para enseñar sus ¿atributos?, casi siempre de plástico, imitando a los que lo hacían de verdad. El personaje es el mismo, sólo cambia la gabardina por la peluca y el pintauñas.
El disfraz perpetuo además es de quita y pon, porque sepan ustedes pervertidos de España, que pueden auto declararse mujeres y desautodeclararse mujeres tantas veces como su instinto depredador les indique para ser felices.
El disfraz perpetúo es también muy antiguo. El pervertido del S.XX ahora se ha posmodernizado y se le llama “autoginefílico”, pero que en su esencia es lo mismo: un tipo que se pone cachondo pensando en sí mismo y mostrándolo a quien no lo quiere ver.
Es posible que a estas alturas del artículo estén pensando: “pues vaya novedad que nos está contando ésta esta semana, lo de que los hombres a partir de ahora pueden entrar en pelotas en el vestuario de mi hija adolescente en el gimnasio con el pito tieso y ella lo va a tener que aguantar”.
Es cierto, ya lo han dicho muchas. Pero la novedad es que decirlo a partir de ahora puede conllevar a esta su columnista, una nada despreciable multita de 150.000 euros (aprecien mi gesto de amor con ustedes).
Porque también hemos disfrazado la realidad de un mal chiste, pero no se puede decir, porque entonces el disfraz perpetuo de pervertido se convierte en el de censor. Más bien en el de inquisidor, el de toda la vida que gustaba de perseguir mujeres, seguramente también por su propia perversión. Pervertidos, censores e inquisidores son ahora mujeres por arte y gracias de sus pelucas del bazar chino. Visca el Rei Carnestoltes!