Opinión

El feminismo del nuevo mundo

De las pocas cosas positivas que conllevan los cataclismos mundiales como el que estamos viviendo cabe destacar que la escala de valores se reorganiza de manera natural y que, con una claridad infinita, volvemos a reconocer las cosas que realmente son importantes de las que no lo eran. 

Por eso, una de las primeras víctimas de este virus ha sido el posmodernismo. Y esta víctima yo, personalmente, la celebro. Bailaría sobre la tumba del relativismo posmoderno e infantil, caso de existir tal ubicación. 

Ese posmodernismo sectario nos estaba costando, a las mujeres en general y a las feministas en particular, muchas energías perdidas en discusiones bizantinas y nos había conseguido distraer demasiado de nuestros objetivos básicos. Por suerte, todo lo superfluo ha sido aniquilado también por el virus.

Por ello, una vez liberadas de distracciones metafísicas, la situación se impone y requiere la atención total en el fortalecimiento del feminismo y de los derechos humanos de las mujeres en todo el mundo, aplicando cuatro decretos tan lógicos como, hoy, aún, inexistentes. Cuatro aspectos muy concretos que afectan a todas las mujeres en todos los lugares, que son: que no nos maten, que no nos vendan, que no nos dejen en confinamiento perpetuo y que nos paguen lo que nos deben. 

Que no nos maten por el único hecho de ser mujeres, es el objetivo primero, porque muertas, ninguna lucha tiene sentido. Conseguir conservar la vida en nuestras casas o en las calles, en el mundo que ya ha empezado, con un confinamiento obligado, donde muchas viven encerradas con sus potenciales asesinos, es lo básico. Conseguir salir de casa y volver siempre sanas y salvas es lo esencial. Vivas nos queremos y nos necesitamos.  

Que no nos vendan, ni en todo ni por partes, ni a nosotras ni a nuestros hijos, en medio de una crisis económica mundial donde los ojos del Gran Capital se van a posar sobre las mujeres para que, de nuevo, seamos nosotras las que con nuestros úteros y con nuestros coños, llenemos las neveras vacías o las arcas del Estado, también vacías. Los bancos no hacen ascos al dinero con tal de que se paguen las cuentas a final de mes. Ahora más que nunca, Abolicionismo o barbarie, y la barbarie ya está aquí, así que no hay tiempo que perder. 

Que no nos obliguen al confinamiento perpetuo y nos encierren en las casas de nuevo, cuando los niños y niñas no puedan ir al colegio y haya que decidir quién va a trabajar. O mientras tengamos que cuidar de nuestros mayores, cuando las residencias ya no sean opción, según las normas de la nueva moral de esta crisis, que algunos se están encargando ya de difundir. Debemos batallar para que la pandemia no sea la excusa perfecta para ser de nuevo arrojadas a lo más profundo de la vida privada, haciéndonos cargar con todo el trabajo de cuidados que también nos van a querer atribuir exclusivamente. Si quieren, pueden comprobar, ahora que van a dejar salir a nuestros niños a la calle, cuántos salen con sus padres y cuántos con sus madres. 

Que nos paguen lo que nos deben, porque si hay algo que se ha visto claro en esta pandemia es el inmenso valor, precisamente, de los trabajos de cuidados que las mujeres llevan siglos haciendo de manera gratuita. Es el momento inaplazable para exigir que se cotice y se pague por todos los años que nuestras madres y nuestras abuelas han cuidado de todo y de todos para que nosotras pudiéramos, siquiera soñar, con ocupar los pocos espacios de poder que conquistamos o con disfrutar la independencia económica que es nuestro mejor seguro para tener una vida en paz y libre de violencia. No hay otro trabajo que reconocer y regularizar que no sea el trabajo de cuidados. Y con efectos retroactivos. Miles de mujeres con pensiones de miseria lo merecen y nosotras les debemos esa batalla y triunfar en ella. 

En definitiva, paz y justicia para las mujeres. Objetivos que nunca hemos abandonado, pero que algunos y algunas habían conseguido desvirtuar. 

Quizá, antes del virus, había llegado un momento en que teníamos demasiadas palestras que ocupar, demasiados discursos que arengar y, para ello, hemos sido capaces de replicar a auténticas estúpidas y estúpidos, so pena de darle más voz a su discurso vacío, rocambolesco e insustancial, que al nuestro, con tal de tener algo que decir, perdiendo unas energías preciosas en eso en lugar de en salvar nuestras vidas. 

Quizás, antes de la enfermedad, había llegado un momento en que perdíamos más tiempo en contestar a columnistas mediocres del papel cuché, sin oficio ni beneficio conocido más a allá de ser mercenarias de la «nueva política», que en generar nuestras propias estrategias de ataque al patriarcado y al sistema económico que nos vende y nos mata cuando ya no somos rentables. 

Quizá, el punto máximo de perdición se produjo el pasado 8 de marzo, al cual llegamos teniendo que explicar que las mujeres existimos y casi pidiendo perdón por ello, por haber consentido que llegaran al poder y a los medios masivos de comunicación esas otras mujeres que tienen como único objetivo ser reconocidas como fieles siervas de los machos dominantes de sus corrales, para recibir la caricia en el lomo o, más bien, la palmadita en el culo hasta sangrar, parafraseando a uno de esos gallos. 

Errores que hemos estado a punto de pagar con la eliminación del concepto mujer (nada más y nada menos), para pasar a ser personas con vulva, seres gestantes o agujeros delanteros, mientras la misoginia seguía matándonos a más de una de las nuestras por semana. 

Pero ya no tienen sentido autoflagelos ni lamentos, porque llegó el bicho y, con él, el fin del mundo. Y el nuevo mundo será feminista o será el mismo tinglado que tenemos ahora.

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