
Pues ya tenemos otro Carlos III en activo dispuestito para pasar a la Historia. El otro nos suena más porque lo hicieron el prota de una de las canciones más conocidas en castellano, y desde luego la más popular que se haya dedicado jamás a una puerta. Pero hoy no es el día de los borbones, aunque sean primos carnales de los Windsor gracias a la inmensa facilidad para la reproducción de la Reina Victoria.
La cosa es que la ceremonia de coronación de este hombre ha sido chirriante. Todo estaba mal, a pesar de que todo transcurrió on time y escrupulosamente perfecto.
Lo primero que estaba mal era el propio rey. El señor de 73 años vestidito de blanco metido en la carroza de cenicienta se veía, cuanto menos, ridículo. Y ya no es porque Charles no nos caiga bien, que no nos cae ni nos caerá por elegantemente que se vista, sino porque ya no pega. Todo en la monarquía es un mito, y el precisamente el mito es lo que hace que la gente lo acepte.
La coronación es la magia. Es el rito que hace al mito. Pero el mito siempre son reyes, reinas y príncipes y princesas jóvenes y guapos, como de Disney, y no un señor decrépito, poco agraciado y antipático, cuya mayor batalla en la vida la libró contra una pluma estilográfica. Y los cánones son para todos, aunque sean crueles, mi lord.
Así que mal. El prota mal. Chirriante.
Pero es que la otra protagonista, igual o peor. El 100% de gente que ha decidido ver la ceremonia piensa al ver a la reina Camila, “menudo cambiazo, tú no deberías estar ahí”. Porque, volvemos al mito, a la magia y al cuento de hadas, que dicta que las brujas malas de los cuentos nunca se casan con el príncipe ni son felices ni comen perdices. Y menos aún, nunca la buena princesa guapa y primorosa acaba muerta para allanarle el camino al príncipe adúltero con aspiraciones a támpax. No no, mal también. Y muy chirriante.

Pero para mí lo más escandaloso ha sido ese despliegue que ha hecho la BBC, encargada de la retransmisión del evento, para no dejar de sacar en plano corto a todas y cada una de las personas negras que había en las tres primeras filas de Westminster. Eso, y luego el coro imitando a la noventera “boyband” de chicos negros “All 4 One”, pero esta vez cantando el Aleya.
Cualquiera diría viendo ese evento, tan “diverso e inclusivo”, que han dejado a la nuera del rey nueve mil kilómetros de distancia, entre otras cosas, porque aparece ser que Megan y Archie (el nieto) no tienen el tono de piel de Pantone blanco adecuado para los Windsor. El elefante blanco en la coronación que parece no serlo lo suficiente.
Y otro de los ausentes chirriantes, por supuesto, ha sido el Príncipe Andrés, el amigo y usuario de Epstein el proxeneta. Parece ser que la morir la Reina Isabel, murió con ella su única defensora y también su vida social y ha sido expulsado al infierno de la ignominia real. Pero eso sí, con paga.
Así que podemos concluir que, la gran ausente, la Gran Elefanta Blanca en la coronación de Carlos III de Inglaterra, Lady Diana, se ha cobrado su venganza eterna puesto que, sin ningún género de dudas, su entierro fue muchísimo mejor espectáculo que la puesta de largo de su ex y su amante, y eso sí es una victoria histórica. Aquí nunca hubiera tocado Elton John. Ganó.