Opinión

Feministas, feminazis y la tamalera de Coyocán

Núria González
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Les voy a ilustrar un poco dentro de la maravillosa gastronomía mexicana. Para quien no lo sepa, un tamal es una de las comidas más típicas que puedes comer en cualquier rincón de México. Originario del estado de Oaxaca, se trata de una pasta de maíz, a la que se le añade carne picada, que se cuece y se sirve dentro de la propia hoja del maíz, como si fuera una mazorca manufacturada. Es una de las comidas callejeras más habituales, hasta el punto que se hizo un tono de sonido de móvil con la voz de uno de los tamaleros que los iba vendiendo por las calles, así: “Tamaleeeees oaxaqueñoooos, calientiiitossss”.

Y ahora les voy a situar geográficamente en nuestra historia. A lo mejor muchos de ustedes ya lo saben, sobre todo si han tenido el gusto de visitar la Ciudad de México, que Coyoacán es uno de los barrios más hermosos de esa caótica ciudad. De casitas de colores, aún con aire postcolonial, presume de tener en sus calles, en la calle Londres concretamente, la Casa Azul, cuna y lecho de muerte de una de las mexicanas más universales, Frida Khalo.

Feministas, feminazis y la tamalera de Coyocán

Bien, pues había una vez, en 1971, una señora llamada Trinidad que vivía en la Colonia Portales, un barrio popular al sur del DF, que se dedicaba a vender tamales en un puesto callejero en Coyoacán, ya que ambos barrios estaban cerca y el de Frida era bastante mejor para hacer negocio que el de la pobre tamalera.

Nuestra protagonista, la señora Trinidad, tenía la desgracia de estar casada con un hombre, peluquero por dar el detalle, que además de cortar el pelo se dedicaba a apalizarla a ella y a sus hijos diariamente. El marido, además de estilista y maltratador, era alcohólico y se afanaba robarle a su mujer el poco dinero que ganaba con sus sabrosos tamales y con el que daba de comer a sus hijos para gastárselo, supongo, que en pulque (un licor mexicano indescriptible y barato), porque para tequila no le llegaría.

En este infierno vivía Trinidad hasta que un día, tras la pelea y paliza habitual, la tamalera le pegó un tiro a su marido y lo mató. Cuando pasaron los días y la policía empezó a buscarlo después de que los clientes del peluquero se extrañaron de su ausencia, encontraron los brazos y las piernas del hombre en un solar al sur del DF. Lo identificaron fácilmente porque el “señor” tenía antecedentes. La policía se dirigió a la casa familiar a comunicarle a la esposa el macabro hallazgo sin esperar que aún hubiera más.

Encontraron a Trinidad en la cocina junto a una olla enorme donde estaba cocida la cabeza de su marido el maltratador. Cuando la policía preguntó dónde estaba el resto del peluquero, la tamalera dio la única explicación verosímil y real: el torso del marido lo había utilizado para hacer los tamales de esa semana que, por cierto, a ningún cliente le supieron ni raros ni malos. No se extrañe nadie, al fin y al cabo los pueblos originarios mexicanos eran aficionados a celebrar sus victorias militares comiéndose al enemigo.

Os cuento esta pintoresca historia porque esta semana, en la que hemos presenciado el asesinato de 3 mujeres en 24 horas y de 5 en tres días, cada vez han aparecido en mayor número y con mayor virulencia machirulos llamándonos feminazis a las que denunciamos la situación de emergencia nacional frente a la ola feminicida que vive nuestro país. Nos insultan por pedir justicia y paz. Nos llaman feministas nazis, “feminazis”, mezclando dos conceptos que no pueden ser más antagónicos. Sin embargo, sabemos que los nazis sí hicieron de manera recurrente lo mismo que hizo la tamalera de Coyoacán, esto es, matar y descuartizar y hacer desaparecer gente. A millones.

Las feministas no. Las feministas no hemos matado a nadie, no descuartizamos personas y no aniquilamos la vida de los hombres, porque luchamos por los derechos humanos, de hombres y mujeres en igualdad, el primero de todos, el derecho a la vida libre de violencia. Sin embargo, estos machirulos que salen en piara a insultar a las feministas no entienden, y deberían empezar a entender que, es ese amor que tenemos las feministas por la vida y la igualdad y nuestra lucha pacífica es lo que les permite a ellos vivir seguros en su machismo.

Sin embargo, a lo mejor un día, cuando ya las malmuertas se hagan insoportables, podríamos cambiar de dieta y empezar a comer tamales masivamente. Quizás así sí lo entiendan.

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