
Anoche haciendo zapping en tele abierta, un gesto muy vintage para los tiempos de plataformas que corren, vi que reponían en La 2 “Huevos de Oro”, una de las películas más horteras y soeces de Bigas Luna, pero que automáticamente conectó mis neuronas al tema de la semana, a saber, el policía infiltrado en el movimiento independentista catalán, cuyo vigor y fogosidad parece ser como criptonita para las mujeres activistas del lacito amarillo.
Parece que ser que el hombre éste se habría acostado con más de 10 mujeres del entorno “indepe” del barrio de Sant Andreu de Barcelona en un breve lapso de tiempo. Yo automáticamente pienso en que creo no hay obediencia debida al mando que le haga a un hombre tener una erección, si la compañía no le produce un mínimo de atracción o deseo. Es algo físico. Así que por mucho que nuestro James Bond mallorquín atribuya ahora su penetrante labor de investigación a órdenes de superiores, lo cierto es que, sin química aquello no hubiera funcionado con tanta eficacia y eficiencia.
Así que algo de filia por las “cupaires” habría, aunque ahora quieran atribuirlo todo a una intensa profesionalidad del agente.
Lo mismo pasa con ellas. Sin mediar violencia ni coacción, lo cierto es que les gustó el chaval. Claramente algo tenía, porque la tasa de éxito entre esa comunidad femenina, que tampoco es tan numerosa, es abrumadora. Pero ahora, cinco pánfilas, con más interés político que judicial, han interpuesto una querella por abuso sexual y no se cuantas cosas más porque se “sienten engañadas” por su otrora alegre compañero sexual, frivolizando algo tan grave como la violencia sexual contra las mujeres.
Las cinco mujeres acuden al juez con la intención de que las justicia las resarza de un engaño sentimental. Un hombre me engañó, señor juez, defiéndame, señor juez, porque me ha dicho mentiras. Un hombre me ha contado una milonga para acostarse conmigo, señor juez. Dígalo señor juez: ¡que le corten la cabeza! Si todos los han engañado a las mujeres alguna vez para llevárselas a la cama tuvieran que estar entre rejas no habría ni un solo hombre libre en el mundo. ¿Dónde vivían éstas cinco, en una cueva?

Las engañó porque no les dijo que era un poli, pero la verdad es que un poli en pelotas es exactamente igual que cualquier otro hombre en pelotas, un tipo en pelotas. Y que si te gusta un poli en pelotas, pues no pasa nada. El levantamiento genital del cuerpo de seguridad confirmará que tú también le gustas, y a disfrutar si hay deseo mutuo sin culpa ni compromiso eterno. Eso es, aproximadamente, lo que veníamos buscando con la liberación sexual de la mujer.
¿Y que si el tío se parece extrañamente al personaje rancio por excelencia de Javier Bardem en la peli de Bigas Lunas y aun así te pone? Pues no pasa nada mujer, es bastante cañí, pero tampoco hace falta acudir a la justicia para auto justificarse de que el “macho ibérico” que representa un madero en el imaginario independentista se ha colado en tu cama y te lo has pasado tan bien. Afortunada tú.
Sin embargo, estas cinco pazguatas antisistema, anticapitalistas, anti todo y que hablan siempre en femenino, porque son súper feministas chupi guais, pero que dentro de su partido, la CUP, tienen un “protocolo” que impide a las mujeres denunciar los abusos sexuales internos en los juzgados ( recuerden el caso de Mireia Boya), han actuado como en tiempos del franquismo, donde la mujer era considerada eternamente como un ser irracional, una persona menor de edad a la que había que tutelar, incluida en sus relaciones personales. Las mujeres a las que el patriarcado tenía que “proteger” de sí mismas porque eran tan imbéciles que no sabían gestionar las infidelidades y engaños de sus maridos. Mujeres a las que se les prohibía tener sexo por placer y era un delito que se acostaran con alguien sólo por el gusto de hacerlo.
La imagen de las cinco “bledas” en la puerta del juzgado afianza el patriarcado más rancio, ese que nos marca a fuego que, sin violencia, la mujer no puede follar cuando quiera, sin culpa ni estigma, ni con quien quiera, si no hay algún tipo de conexión metafísica, amorosa o filosófica con el compañero de cama. Las cinco pavas eran la imagen viva del mito del amor romántico en la puerta d un juzgado en pleno siglo XXI. Y lo peor, con el feminismo en la boca. De vergüenza ajena.
La infiltración del estado en los movimientos sociales es un tema bastante serio y digno de ser tratado, como para rebajarlo al despecho de un grupo de pasmadas incapaces de reconocer que el sexo está también para que las mujeres disfruten sin más. Ésas deben ser de las que piensan que una mujer que sale una noche, liga y consuma el éxito sin haberse prometido amor eterno y hasta sin haberse preguntado ni el nombre con el partner, es una "zorra" de mucho cuidado. Y si no, actúan como si lo pensaran. Sumemos también pues el antifeminismo a su colección de “antis”.
Sólo me queda una duda en toda esta historia, que es ¿en serio hay gente que entre polvo y polvo habla de Puigdemont? Madre mía con las perversiones…