Opinión

La importancia de llamarse Sancho

Paqui la Taqui, by La Perry & El Farru para eltaquigrafo.com
photo_camera Paqui la Taqui, by La Perry & El Farru para eltaquigrafo.com

El olvido selectivo de la prensa española de su colega Pablo González sólo responde a que ningún medio se atreve ya a cabrear al establishment, que ha decretado la censura desde Europa por boca del poseído Josep Borrell.

Hay 904 personas de nacionalidad española cumpliendo condena en cárceles del extranjero. Hoy me quiero centrar en dos.

Por un lado, asistiendo en directo, casi como si del reallity del verano se tratara, al caso del asesinato confesado por Daniel Sancho. Un crimen pasional de los de toda la vida, al que no le falta ni medio ingrediente para que alguien haga un guion de miniserie basurilla destinada a ser relleno de cualquier plataforma. Lástima que el título “Crimen en el Paraíso” ya esté pillado…

Lo que nos ha dado la posibilidad de vivir este crimen en tiempo casi real desde la otra punta del mundo es que, como todo el mundo sabe ya, asesino confeso es hijo de uno de los tipos más simpáticos y que mejor cae del panorama televisivo español. Y no sólo eso, sino que el tal Daniel también es nieto de otra leyenda cinetográfico-televisiva de nuestro país.

Sancho Gracia y Rodolfo Sancho son el linaje de Daniel Sancho y, seguramente, también sean la razón por la cual, no nos falta ni un detalle informativo sobre su caso y también por las que las autoridades consulares españolas en Tailandia parece que mueven el culo a una velocidad supersónica para que la situación de este chico sea lo menos gravosa posible dentro del pollo gigante en el que está metido.

Y eso está bien, porque se supone que es precisamente para eso para lo que existen representaciones oficiales de los países en otros países, en especial, en países un tanto complicados como es el caso.

Ahora vamos al preso número 2 en el extranjero.

Este pobre no desciende de una estirpe de actores famosos y de éxito, aunque su medio de vida, al menos hasta hace un año y medio, fuera el de los medios de comunicación y, alguna que otra vez, se haya colado en nuestras televisiones a la hora de las noticias.

Su nombre es Pablo González, es periodista y lleva encerrado en una cárcel polaca de máxima seguridad desde febrero de 2022, sin que nadie presente cargos oficiales contra él. En este tiempo, Pablo habita una celda de aislamiento de 4 metros cuadrados, de la que sólo puede salir una hora al día, y donde nadie de su familia (mujer e hija), le han podido visitar.

Las autoridades españolas en Polonia no han movido un solo dedo por, ya no mejorar, sino al menos aclarar la situación jurídico procesal de este hombre, que fue detenido y encarcelado en la frontera entre Polonia y Ucrania cuando estaba informando como freelance sobre los primeros envites de la guerra, para medios españoles no poco conocidos como La Sexta o el diario Público.

Se supone que las autoridades polacas lo acusaban de “espiar” para el gobierno ruso, sin embargo, a día de hoy, no hay ni acusación, ni proceso, ni juicio, ni por supuesto, prueba alguna del supuesto delito. Lo que si hay es un silencio absoluto sobre Pablo González en todos los grandes medios de comunicación españoles sin excepción.

Esto ya es triste de por sí, pero, que además le estén aplicando el apagón informativo a un compañero de profesión, cuyos derechos están siendo vulnerados de manera flagrante dentro del territorio de la Unión Europea, detenido mientras informaba, es de traca.

Este olvido selectivo de la prensa española de su colega sólo responde a que ningún medio se atreverse ya a cabrear al establishment, que ha decretado desde Europa, y a través del poseído Josep Borrell, no sólo la censura, sino la cancelación de todo aquel que se alga del discurso oficial, máxime si tiene algo que ver con la guerra de Ucrania. No vaya a ser que se corten las subvenciones públicas y no se puedan mantener determinados canales imprescindibles para mantener el mensaje único oficial.

Así que tendrán que conformarse con las últimas novedades de la muerte del malogrado Edwin (el cirujano colombiano “amigo” de Daniel Sancho que acabó repartido en 14 bolsas de plástico), al que podríamos enterrar al lado de la libertad de prensa y de la valía de una profesión que alguna vez fue llamada “el cuarto poder”, por aquellos tiempos en que se conocía bien la diferencia entre “influir” y “manipular”.

Descansen todos esos en paz. Y justicia para Pablo.