
La noche del 6 de abril de 2019 enterramos a Lily en Barcelona. Al menos, figuradamente. Mientras nosotras estábamos en la plaza de la Filmoteca, al lado de la calle Robadors, en el corazón del Raval, el cuerpo de esta mujer prostituida y torturada estaba en una nevera del Hospital del Mar, a la espera de hacerle la autopsia. Ni nosotros ni nadie podía enterrarla porque nadie tenía dinero para hacerlo, y mucho menos para mandarla al Este, a su país de origen.
Lily estaba muy enferma. Tenía exactamente mi edad, treinta y tantos años por aquel entonces. Su chulo la obligaba a prostituirse en la calle y en los pisos burdel de mala muerte del barrio chino 24 horas al día. Sus amigas nos contaron que se cambiaba de ropa unas cinco o seis veces al día (siempre se cambiaba con lo mismo, claro), en un gesto típico de las mujeres que intentan disociar su cuerpo de su mente para intentar sobrevivir. En un gesto típico de las mujeres prostituidas.
El proxeneta que la prostituía le daba palizas a diario, palizas de muerte, literalmente, como la que le dio el 5 de abril, que la mató. El proxeneta tenía con su familia al hijo pequeño de Lily, como arma perfecta para amenazarla constantemente con hacerle daño si no seguía siendo violada sistemáticamente por los puteros que acuden a diario a la calle Robadors de Barcelona a vaciar su mierda en esas mujeres. Esos hombres no son clientes. Son violadores. Lo único que les exime de la cárcel es el billete regateado que pagan. De 5, de 10, de 20 euros.
A Lily la conocían casi todos los vecinos de la calle. A todos les había hablado de su hijo y supongo que hasta alguna foto les había enseñado. Los vecinos y vecinas alguna vez le habían bajado una manta o un café con leche calentito cuando la habían visto casi en pelotas en la calle, en el frío y húmedo invierno de Barcelona, a la espera de ser violada una vez más, para saldar una deuda inexistente y para proteger una vida que no era la suya, sino la de su pequeño hijo.
Fueron las vecinas y los vecinos de la calle quienes nos avisaron a un pequeño grupo de activistas feministas de Barcelona que habían asesinado a Lily. Nos avisaron de eso y de que la intención por parte de todos los demás, incluidas las autoridades, parecía ser zanjar el asunto lo antes posible y con el mayor silencio posible. La excusa perfecta era que la causa de la muerte que los médicos habían “certificado”, era el cáncer metastásico que padecía.
Pero lo médicos obviaban en el informe las innumerables veces que Lily había sido atendida en urgencias por las palizas recibidas, incluido el día que ingresó para morir. No fue al médico por el cáncer. La llevaron en una ambulancia de urgencia porque su chulo le había reventado el hígado, las costillas y el bazo a patadas, y no pudo superar las lesiones debido al su precario estado de salud. Es un matiz que cambia completamente la historia, pero que en aquel momento les sirvió a muchas para dar carpetazo al tema con un “muerte natural”.
Esa sentencia libró al asesino de una investigación y al Ayuntamiento de Barcelona de una considerable vergüenza y de dar muchas explicaciones. Como apunte, diré que la regidora del Distrito de Ciutat Vella en aquel momento era la especialísima y luego desaparecida Gala Pin.
Las mismas personas que estaban interesadas entonces en hacer desaparecer rápidamente a la mujer torturada y violada 18 horas diarias en el corazón de Barcelona a la vista de todos, son las que esta semana, casi tres años después, se descuelgan con una rocambolesca denuncia “para que no vuelva a pasar”. Lo macabro es que su plan para que no vuelva a pasar es normalizar la violación previo pago y convertirla en “trabajo”. Jamás lo vamos a permitir. Al menos no pacíficamente.
Sin embargo, hay quien trabaja en pro de tal aberración. La misma Lily había sido atendida por los servicios sociales del Ayuntamiento de Barcelona en la oficina (chiringo), que tienen, “disque”, para atender a las mujeres en situación de prostitución, y que todavía hoy funciona con presupuestos millonarios del erario público municipal… me pregunto qué le dijeron a Lily cada vez que se acercó a explicar su situación. Me pregunto qué les dicen a todas aquellas que se acercan pidiendo ayuda y que acaban asesinadas, o muertas en vida como despojos humanos. Esas que cobran dinero público por “ayudar”. Me gustaría saber a quién ayudan.
La noche que enterramos a Lily éramos muy pocas en aquella plaza. Llovía. Unas cuantas mujeres feministas y unos pocos vecinos que la intentaron cuidar. Era nuestro velatorio personal.
A la media hora, más o menos, aparecieron las compañeras de Lily. Las compañeras de desgracia y de infra vida. Vinieron con flores y con velas. Y se quedaron allí, con nosotras. Habían escapado diez minutos para acordarse de su amiga. Diez minutos en los que nadie las trataría como trozos de carne. Sin embargo, había mucha confusión, porque algunas de ellas ni siquiera sabían que Lily estaba muerta.
Al correr la noticia entre las demás mujeres se generó un pequeño revuelo de indignación, pena, tristeza, rabia e impotencia. Pero… en menos de dos minutos aparecieron las proxenetas. Un par de mujeres que claramente tenían autoridad sobre las demás, se las llevaron de allí y dieron su tiempo de homenaje por finiquitado, devolviéndolas a todas de nuevo a su inferno particular de puteros violadores.
Esas mujeres, que se las llevaron a seguir ‘produciendo’, no son desconocidas para las demás que allí estábamos. Son aquellas que, al albur del discurso de algunas políticas y las subvenciones públicas que se les otorgan a sus organizaciones desde el consistorio de Barcelona, pretenden que todas seamos Lily, con el barato e indefendible argumento de que “si estuviera regulado esto no pasaría”.
La misma alcaldesa de Barcelona que estaba en el cargo cuando mataron a Lily, es la que aún persiste en el sillón, gracias a los votos de un partido que se autodenomina “feminista y abolicionista”. Ya rendirá cuentas el PSC de Barcelona a la historia y explicará por qué no ha movido un solo dedo por parar a la política que más ha hecho en España por disfrazar la prostitución, la más grande y cruel violación de los derechos humanos de las mujeres, como un supuesto trabajo. Me pregunto si la hoy alcaldesa de Barcelona contempla como alternativa laboral cubrir la vacante dejada por Lily, una vez que deje de atormentarnos desde su despacho en el Ayuntamiento.
La noche que enterramos a Lily éramos muy pocas allí. Se nos rompió el corazón y nos astilló hasta el alma… pero nos hicimos un poquito más fuertes. Y eso se debe de contagiar porque cada vez somos más. Da igual lo que pase, quien nos ataque o de quién salgan las maniobras torticeras y pestilentes como la que hemos visto esta semana llevada a cabo por una supuesta “respetable” organización feminista, que se ha puesto al servicio del lobby putero de la ciudad, sólo por un minuto de notoriedad.
Cada euro del Ayuntamiento de Barcelona que año tras año van a parar a manos de organizaciones que promocionan la prostitución en la ciudad (y son miles de euros cada año)en forma de subvención, con la bendición de la alcaldesa y el equipo de gobierno, son euros que abonan el terreno para más entierros como el de Lily. Como verán, darle subvenciones a plataformas anti desahucios no es lo peor que pasa en Barcelona.
Solo la abolición de la prostitución garantiza los derechos humanos de las mujeres. Solo la erradicación de la prostitución garantiza que nunca más maten a más Lilys. Esto lo saben todos, pero les da igual. A nosotras también. A los vecinos también. Haremos (hacemos) una guerra por cada Lily.