
El abogado de los violadores de La Manada salía el otro día en la tele y, a las puertas de la Audiencia Provincial de Navarra, se declaraba estupefacto por la nueva condena de tres años y tres meses a sus dos clientes, el exmilitar y al ex guardia civil, por grabar la violación por la que la que estos dos y sus otros 3 compañeros de “cachondeo”, desechos sociales todos, tendrían que pasar 15 años prisión.
Se hacía cruces el sr. Martínez Becerra (al que le vaticino un futro no muy lejano de vía crucis por los programas basura de los canales basura de la televisión de nuestro país), de que por los “hechos ocurridos en los San fermines de 2016 sus defendidos fueran a pasar casi 20 años en prisión”, como si los hechos ocurridos fueran otra cosa diferente a lo que ocurrió, es decir, a que 5 tipos agarraron a una niña de 18 años, la metieron en un portal, la violaron repetidamente bucal, vaginal y analmente, la dejaron tirada en el suelo, le robaron el móvil, y para acabar de rematar, el ex miliko y el expicoleto, ambos aún más interpelados que el resto por el deber de socorro, decidieron grabar su hazaña y compartirla en su grupo de chat, que más que “la manada” hubiera debido llamarse “La escoria”.
Lejos de preocuparse, a sus clientes un par de días después se les veía divertidos, dicharacheros y en actitud de jolgorio. Y no estaban precisamente en su actividad favorita de salir a cazar mujeres, sino que estaban sentados en el banquillo del juzgado de Pozoblanco donde se les está juzgando por otra de sus correrías, esta incluso anterior a la de Pamplona, donde si bien cambia el escenario y les falta un compañero de reparto, el guion es exactamente el mismo.
Cuatro depredadores sexuales con una mujer inconsciente a su merced, ocasión que aprovechan para meterle la mano en las tetas, meterle la lengua en la boca, lamerle la cara, y como no, marca registrada de la casa, grabarlo todo para compartirlo en su lugar de encuentro favorito con otros machos-basura, sus chats, en esta ocasión, no sólo en el habitual sino también en otro llamado “El Peligro”. Entre los dos grupos un total de 22 babosos que se reían de la mujer de la que sus colegas estaban abusando.
A ninguna de esas 22 alimañas se les ocurrió interrumpir la diversión que les ofrecían sus amigos proveedores de porno casero particular. Lo cual me hace pensar en porqué ninguno de esos 22 no están sentados igual en el banquillo de los acusados, ya que, siendo destinatarios de las pruebas de las agresiones de Pamplona y Pozoblanco, se limitaron a disfrutar del crimen, en lugar de a denunciarlo.
Cómo no sería la actitud de juerga de los cuatro acusados en Pozoblanco, que hasta el juez les tuvo que llamar la atención y preguntarles qué les hacía tanta gracia. No es un detalle menor que esto ocurriera justo mientras estaba declarando su víctima y viendo el video de su propio delito. Porque ahí está la respuesta al juez. Señoría, lo que les hacía tanta gracia es la víctima. Que es lo mismo que les hacía gracia mientras la grababan inconsciente en el coche, que es lo mismo que les hacía gracia a todos los miembros de los asqueroso chats donde compartían las imágenes, y que es lo mismo que luego les petaría ya de risa después de la violación de Pamplona, comentándola con los colegas, en una conversación jocosa de la que recordamos frases como “follándonos a una entre los 5” o “una puta pasada de vueltas”. Festival del humor.
Les hacía gracia en ese momento saber que la víctima de su maldad estaba en el mismo sitio que ellos, sufriendo, igual que había sufrido en el coche, y que ellos estaban mucho mejor que ella. Ellos incluso hoy disfrutan de su presunción de inocencia mientras ven el video con la víctima llorando detrás del biombo. Y ellos se ríen.
Disfrutan de su derecho a ser considerados inocentes igual que disfrutan del infierno que le han creado a esa mujer que, tras su agresión, la llevó a un intento de suicidio el pasado mes de mayo, tras, como muchas víctimas, ser también defenestrada de su propio pueblo al saberse lo ocurrió. Pero ellos no, ellos son poderosos, son famosos, celebridades, y por eso ríen.
Pero no son mentes enfermas, ni fenómenos excepcionales de la maldad humana. Son hijos sanos del patriarcado que abundan por todas partes. Tanto los que se dedican a grabar cualquier actuación de su pene y luego lo difunden como si fuera algo digno o interesante de ver, como los que están deseosos de que esos videos o fotos lleguen a sus grupos de amigotes de WhatsApp para pajearse con ellos, babear con ellos, excitarse con ellos y luego comentar la jugada, en conversaciones en que cada cinco palabras una la sexta es “puta”. Seguro. ¿Cuántos videos en cuántos grupos habrá por ahí corriendo en este momento sin que ni siquiera la protagonista involuntaria lo sepa?
Esos voyeurs de lo cutre y lo ilegal también hacen mucho daño. Y si no lo creen recordemos a Verónica, una mujer de a penas 30 años y mamá de 2 niños, que se suicidó después de que su exnovio difundiera un video de ellos teniendo sexo por toda la plantilla de la Ivecco en Madrid donde ambos trabajan.
Pero fijaos la diferencia y que sirva de ejemplo para aquellos que no entienden porque hablamos de patriarcado. Eso es el patriarcado: una situación en la que el mismo hecho, la difusión de unas imágenes, lleva al hombre a sentirse empoderado y a la mujer a suicidarse por no soportar la vergüenza que le imponían las risitas de sus compañeros, que habían disfrutado y reenviado el video de su compañera hasta la saciedad, a todos menos a la policía. A todos hasta que la mataron. Y mientras reían.