Opinión

Larga vida a la “working class”

Este año no tengo suerte con mis días favoritos. Son tres, uno en abril, otro en mayo y otro en junio. Los tres han sido asesinados por el confinamiento de este 2020, que será el año que no fue. Cada día va aparejado a un lugar exacto y a una actividad determinada, que son para mí, tres momentos de felicidad asegurada.

El día de abril es Sant Jordi. Sin duda, el día más bonito del año e incomparable para pasarlo en Barcelona. No existe experiencia igual en ningún lugar del mundo ni en ningún momento. Es belleza hecha flores y libros. Y este año, la belleza fue secuestrada por la enfermedad.

El día de junio, que es mi día favorito del año por encima de todos, es San Juan. Para ser exactos, la noche de San Juan, que hay que pasarla en cualquier playa del mediterráneo, con mucho calor, un buen cava fresquito y con alguien con quien, después de una verbena de pueblo, acabes con un baño nocturno como el de la película “Lucía y el Sexo”, protagonizado maravillosamente por Najwa Nimri y Tristán Ulloa.

Eso es una gran forma de empezar el verano y un presagio de buena suerte asegurado mientras brille el sol. Pero este año parece que las verbenas también han sido anuladas por gentileza del odioso virus. Ya se que no anula todo el plan, pero no es lo mismo.

Es cierto, era otra era. Pero mucho mejor que la siniestra y oscura “nueva normalidad”

Y el de mayo, es el Primero de Mayo, celebrado en la manifestación de Barcelona, desde plaza Urquinaona hasta la puerta de la catedral, donde cada año se juntan miles de trabajadores y trabajadoras, e impera el color rojo, las reivindicaciones, los puños en alto y se acaba cantando la Internacional.

Es posible que a muchos lectores les suene como antiguo esto de manifestarse por algo tan recurrente y poco novedoso como los derechos de los trabajadores y trabajadoras. O que piensen que el concepto “clase obrera” pertenece, directamente, a otra era. Es cierto, era otra era. Pero mucho mejor que la siniestra y oscura “nueva normalidad” que, de momento, ya se ha llevado por delante el derecho de manifestación, junto con el de reunión, la libertad de movimiento, la libertad de expresión y casi el de libertad de pensamiento, Sant Jordi y San Juan y el mes de abril.

Y me fastidia especialmente que, el año que más orgullo de clase trabajadora teníamos que lucir por las calles es el año que nos quedamos sin Primero de Mayo. Porque no ha habido momento en la historia contemporánea de este país que haya quedado más meridianamente claro quién es imprescindible y quien es totalmente sobrante.

No son los especuladores de vivienda quienes nos están sacando las castañas del fuego, ni los rentistas, ni los hijos de las grandes fortunas, ni muchos políticos que llevan en su casa desde el 13 de marzo y no han tenido ni la decencia de dejar de cobrar las dietas que paga el Congreso por desplazamientos, aunque no se hayan desplazado ni un metro de su sofá.

Estos, y otros cuantos, son los sobrantes. Los que no producen nada ni ayudan a nadie. Los que parasitan el trabajo de mucha gente. Los que no ponen su capital en riesgo para abrir sus negocios, por pequeño que sean, cada día. Los que sólo se dedican a poner la mano y ya.

Pero luego están las otras personas, las obreras y obreros imprescindibles. Sin las que no podemos vivir. Las que conducen ambulancias, los que trabajan en las fábricas, las que curan gente, los que reponen estanterías, mi pescadera, el frutero de la esquina, mis compañeros abogados, los periodistas y también, muchos políticos y políticas, que sí están, como los demás, intentado salir adelante.

Los de barrios populares, que no dejan que sus vecinos tengan la nevera vacía y comparten lo que hay

Las gentes de la cultura, los cientos de camareros, cocineras, las Kellys y todos y todas los que han sido engullidos por ese nuevo monstruo llamado ERTE. No importa el oficio o profesión de cada uno. Todos somos clase obrera.

La clase trabajadora, acostumbrada a arrimar el hombro. Los de barrios populares, que no dejan que sus vecinos tengan la nevera vacía y comparten lo que hay. Los de otros barrios, que también se preocupan de cumplir con su parte para que todo vaya bien. Total, todos los trabajadores y trabajadoras con los que a mi me gusta juntarme el Primero de Mayo para ser una más.

Y, por supuesto, cada Primero de Mayo es siempre un momento de acordarse de todos aquellos que murieron en su puesto de trabajo. Son siempre muchos, demasiados. Porque, con o sin pandemia, nadie debe morir por ganarse el pan.

Este año eso tampoco será, pero el hecho innegable es que nosotras y nosotros estamos vivos y dando el callo. Ante un futuro incierto en el que sólo una certeza nos ronda. Aún no sabemos cuándo, pero en cuanto podamos nos veremos, en las calles y en los bares, porque somos el motor y la vida que no se puede parar.

Así que como sea, ¡larga vida a la working class!

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