Opinión

Muerte social

Soy consciente de que, en plena desescalada del confinamiento, quizá ya se ha pasado el momento de recomendaciones cinéfilas, pero estos días me he acordado de la película “La Purga”. Tampoco es una gran recomendación, porque la película original es de 2013, aunque ha habido dos secuelas y una precuela más hasta 2018, e incluso han hecho una serie con dos temporadas, pero si alguien aún no la ha visto, es buena. Voy con el spoiler.

La cosa trata de que, en un Estados Unidos no muy lejano, post crisis económica, un gobierno totalitario de partido único (porque es el único legal que queda), ofrece a sus ciudadanos como método antiestrés, doce horas de barra libre de delitos, donde todo está permitido sin consecuencia alguna, asesinato incluido.

No es de género gore ni mucho menos. En realidad, tiene mucho trasfondo político. Entre otras cosas, podrán disfrutar de escenas que relatan como los ricos matan a los pobres por deporte. En un campo como de paintball, pero con balas de verdad. El caso y resumiendo es que, se elimina gente impunemente.

Otro spoiler. Además, aunque no lo crean, también es todo un alegato a los sentimientos humanos más primarios, como el odio, la venganza el miedo y el instinto de supervivencia. Las personas se guardan todo su rencor contra el vecino que aparcó en su vado, bajo la más falsa de sus sonrisas hasta que llega el día de “La Purga”, y entonces, se liberan de esa tensión a machetazos con el causante del desmán. O con lo que tengan a mano, cada uno en la medida de sus posibilidades.

Y, al fin y al cabo, todos cuando nos hemos sentido ofendido hemos sentido, a la vez, cierta necesidad de reparación del daño. La película quizá sea un poco exagerada en el método propuesto, pero esta semana hemos podido comprobar, que, si bien la muerte física no es opción, la muerte social como consecuencia de un agravio, está a la orden del día.

A alguien, por ejemplo, a un juez-ministro (nueva categoría política instaurada en el actual gobierno de España, con dudosos resultados), puede no parecerle bien que le intenten hacer la cama con un informe de más que dudosa fiabilidad sin avisar, (obviamente) y uno puede pasar, en un momento, de héroe nacional al que no le caben las medallas en el pecho, dios del anti independentismo catalán, y estrella de los parte de guerra diarios del confinamiento, a ser un despedido fulminante, uno de ese casi millón de personas que han sido despedidas por culpa de la Covid-19. Sólo que, en este caso, no se pierde sólo el empleo, sino también, el estatus de señor que manda mucho. Es decir, una muerte social en toda regla. No hay machete, pero, sin duda, hay purga.

Y por mucho que dos de tus amigos, solidariamente decidan correr la misma suerte que tú, aunque sólo sea una semana antes de la jubilación, no es consuelo para digerir el dejar de ser el hombre respetado a ser el paria depurado.

No sabemos si la purga de Pérez de los Cobos acabará con alguna imputación penal a algún político en activo a cuenta de la pandemia. Yo, personalmente, lo dudo, en los términos más estrictamente jurídicos en los que mi mente de letrada puede funcionar. Pero cabe preguntarse qué hubiera sido de la historia reciente de los juicios contra la corrupción en este país si todos los policías, mossos d’esquadra, guardias civiles, o cualquier cuerpo de seguridad pública hubieran sido cesados si el responsable político de turno hubiera tenido conocimiento de las investigaciones y, al parecerle incómodo e impertinente, hubiera apartado a quien las llevaba a cabo.

Cabe preguntarse si hubiera existido el Caso Gürtel, también conocido como el caso “Bodorrio en el Escorial”, si algún responsable político estatal del Partido Popular, con competencias en seguridad pública, hubiera sabido de las pesquisas de investigación y se hubieran afanado en liquidar laboralmente a quienes hicieron el trabajo que acabó, entre otras cosas, con la propia condena penal del partido. Única hasta ahora.

También dudo que Urdangarín hubiese acabado en el banquillo y en la cárcel, si algún responsable de la investigación del caso Noos hubiera sido “destapado”. Un rayo fulminante y brillante como las joyas de la corona hubiera, sin duda, provocado su desaparición social.

O la Púnica, que enredó a lo más “granado” del gobierno de la Comunidad de Madrid. Realmente, es posible que el responsable de interior y seguridad del gabinete de Esperanza Aguirre no estuviera al tanto de la que se les venía encima. Ya que, si lo hubieran sabido, quién sabe si los policías encargados de la investigación a lo más alto que hubieran llegado sería a tramitar DNIs desde un taburete.

Parece, pues, que en lo que no cabe duda alguna es en que hay profesionales de la policía que, actuando como policía judicial, hacen un trabajo implacable.

Sin embargo, la otra duda que nos acecha consiste en saber cómo el miedo al cese, a la purga y a la muerte social actúa en los no tan rectos agentes. No es posible que todo el mundo tenga un heroico corazón. O en los agentes conniventes con el poder de turno, que los hay. Cabría pensar entonces en cosas como un ascenso por otro Palma Arena, pero guardado en un cajón; un silencio de un ERE fraudulento por unas prebendas de destino, o la vista gorda en otra Malaya a cambio de presa e imagen pública. ¿Cuántos Villarejos existen en realidad?

Entre purgantes y purgados, al final, lo que suele quedar es un olor nauseabundo, síntoma inequívoco previo de la muerte social.

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