
Es difícil imaginar un infierno peor que estar viva y sepultada bajo cientos de kilos de cascajo, a varios grados bajo cero durante días en la zona más remota donde se juntan Europa y Asia y que nadie venga a ayudarte porque la geopolítica no está de tu parte.
Desgraciadamente, se de primera mano que cuando el suelo empieza a revolverse bajo tus pies con una fuerza de más de 7 grados Richter, el miedo se convierte en algo físico que se materializa como una bola invisible en tu boca. Y que, a la vez, el ruido atronador, insólito y gutural que emerge de las entrañas de la tierra aterra y hiela. Sobrevivir sin daños es puramente cuestión de suerte. La mía es muy buena.
Y no puedo dejar de pensarlo cada vez me cruzo con una imagen de los edificios caídos en Turquía. De las personas rescatadas en Turquía. Además de todo, del frío que están pasando, que traspasa las pantallas y se puede sentir. Es difícil imaginar un infierno peor que estar viva y sepultada bajo cientos de kilos de cascajo, a varios grados bajo cero durante días en la zona más remota donde se juntan Europa y Asia y que nadie venga a ayudarte porque la geopolítica no está de tu parte.
Es difícil, pero no imposible. Es peor estar en las mismas circunstancias del otro lado de la frontera, en la Siria abandonada y devastada por años de 12 años de guerra sin importancia para nadie, menos para los que allí están.
El siniestro Erdogan, por suerte para los suyos (y yo que lo celebro), está recibiendo toda la ayuda internacional que le renta ser el segurata del este de Europa. Mantener a raya en condiciones infrahumanas a los miles de refugiados y refugiadas sirias, yemeníes, afganos, y de todos esos lugares devastados de los que los europeos no quieren ni acordarse, ahora está teniendo su recompensa en forma de una espectacular ayuda humanitaria que, eso sí, al menos está ayudando a salvar decenas de vidas.
Vemos las auténticas proezas de las patitas de las y los perros de rescate, siempre en primera fila en este tipo de desastres y absolutamente fundamentales para salvar vidas. Son la imagen de la alegría en medio del caos. Esa alegría que te salta las lágrimas. Paréntesis para los que dicen que nos les gustan los perros…
Pero no hemos visto ni uno de estos rescates en la zona siria del desastre. Porque nadie ha llegado a esa zona aún. Y las razones son más políticas que por culpa del terremoto.
La zona siria afectada por el sismo es una zona desgraciada y odiada por todos. Considerada por el presidente/dictador sirio al-Àssad como “zona rebelde” dentro de la guerra civil que asola el país hace más de una década, no permite la entrada ni de una mísera tirita sin su supervisión, lo que se ha traducido en que no ha llegado aún a la zona ni una mísera tirita. Resultado: La gente se muere.
Para el club de la OTAN y sus aliados (la “Europa protectorada”), Siria entera forma parte del “eje del mal” y el presidente/dictador sirio, que tantísimas veces les había parecido estupendo, ahora es considerado un enemigo férreo. El resultado es que es casi imposible organizar ni siquiera una triste campaña de crowfunding, sin que sea bloqueada en el momento en que se expone el lugar dónde irían a parar los fondos recaudados, no vaya a ser que acaben financiando al enemigo. Resultado: la gente se muere.
Además, se da la circunstancia que es una zona de Siria principalmente poblada por mujeres, ya que los hombres o han muerto en la guerra o se fueron para no volver. Mujeres y niñas es lo que hay en allí ahora, y bien sabemos que cuanto más mala es una situación, peor es siempre para ellas.

Y si las comparaciones ya son odiosas entre los y las pobres turcas y los y las sirias afectadas por el terremoto, para que vamos a compararlo con otras catástrofes humanitarias y cómo han sido tratados sus afectaos, como por ejemplo, la guerra de Ucrania. Nos vamos a atragantar con tanta hipocresía internacional.
Entonces, ¿de qué depende que alguien te ayude si tienes la desgracia de ser víctima de un cataclismo de proporciones bíblicas? A la hora de salvar vidas deberían ser tratados igual un niño turco bajo los escombros que una niña siria bajo los escombros. Sin embargo, la niña siria no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir porque nadie la va a socorrer. Nació, por unos cientos de kilómetros, en el lugar equivocado, y nadie, ni siquiera la humillada pero rica Europa va a alzar la voz contra el patrón gringo para salvar vidas. La Europa de los derechos humanos, por supuesto.
Dentro de una semana, cuando la muerte en esa zona ya no sea noticia, nadie se volverá a acordar de las sirias. Pero si alguna sobrevive y llega a preguntarse por qué nadie las ayudó como sí ayudaron al vecino turco, y las dejaron morir. Si haya la verdadera respuesta, una cucharada más de odio en este mundo estará servida. Quizás, de ese odio que nos sorprende un 11 de marzo o un 17 de agosto cualquiera. Pero hoy, nadie se acuerda de las sirias.