
En el año 2017, Ramzán Kadýrov, presidente de Chechenia se indignaba ante las preguntas de la prensa internacional que le interpelaban sobre la posible existencia en su país de campos de concentración para homosexuales.
El presidente dijo que eso era rotundamente falso, y que además era imposible, ya que para qué iban a existir campos de concentración para homosexuales en Chechenia si allí no había homosexuales.
Exactamente pasa lo mismo en el mundo del fútbol en general y en la UEFA en particular. Que no puede existir la homofobia puesto que no existen los homosexuales. Es de cajón.
Debe ser mera casualidad que en los más de cien años de hegemonía del deporte más poderoso económica y socialmente hablando del mundo, jamás hayamos tenido conocimiento de ni un sólo caso de un futbolista gay. Hay políticos gais, artistas gais, deportistas de otras disciplinas, pero futbolistas gais, ni uno. Deben ser todos de ascendencia chechena.
Igual que pasa con las declaraciones del presidente checheno, no se cree nadie que no existan los homosexuales en el mundo del fútbol. Sin embargo, es tan sumamente abrumadora la homofobia de ese mundillo que a ninguno se le ocurre “salir del armario”. La lista de inconvenientes que se le pueden presentar a un hombre que decidiera hacerlo pueden ser interminable. Problemas en el día a día del club, posibles problemas con los patrocinadores, toda la prensa encima y el cachondeo y la burla generalizada de una afición que más de una vez y más de dos ha dado muestras de un machismo acérrimo, y ya no digamos de una misoginia criminal.
Tienen los homosexuales ocultos en los equipos de fútbol muchos ejemplos de cómo se la gastan desde las gradas algunos de los aficionados “poco tolerantes”. Por ejemplo, en 2015, en el campo del Betis, asistimos a un acto de animación por parte de los ultras de ese equipo al jugador Rubén Castro, un hombre al que se le imputaban varios delitos de violencia machista a su pareja como agresiones y amenazas. Cierta parte de la afición bética quiso darle ánimos al chaval con el siguiente cántico “Rubén Castro alé, Rubén Castro alé, no fue tu culpa, era una puta, lo hiciste bien”.
Innumerables son también los ejemplos de insultos a las mujeres árbitro en los campos de fútbol. “Puta” es el favorito como siempre, en cualquier lugar. Pero hay de todo, por ejemplo, hace un mes en Gavà, a una mujer árbitro le coreaban "Bragas a tres euros" o "con la escoba... y el recogedor". O ya el sumun, árbitros insultando a las jugadoras de fútbol diciéndoles que las mujeres “no deberían jugar a esto” “dais vergüenza”, y una larga lista de dedicatorias a cuál más asquerosa, que es lo que ocurrió en febrero de 2020 en un partido de fútbol femenino entre el Crevillente Femenino CF y el SPA Alicante C.
Por tanto, no es difícil imaginar que en cuanto alguno se destape y falle el más mínimo pase en el campo, lo más bonito que le van a decir es “maricón de mierda” o cualquier otra lindez.
Deben pensar los jugadores que para qué, que una cosa es violencia de siempre, contra las mujeres, la institucionalizada y habitual, la normal, y otra cosa es que ellos tengan que prestarse gratuitamente a sufrir semejante trato degradante. Es mucho más cómodo y más práctico seguir practicando la hipocresía absoluta y abonarse a la tesis del presidente checheno: en el fútbol no hay maricones.
Sin embargo, una cosa no quita la otra y el postureo nunca viene mal. Lo hemos visto esta semana con la polémica absurda de la banderita arcoíris para iluminar un estadio donde se celebraba un partido de la Eurocopa. Primero la UEFA se negó. Todos los que ven normal que no haya ni un gay en esta competición aprovecharon para rasgarse las vestiduras por el tema de las lucecitas. Al tiempo, los gobernantes de la Unión Europa aprovecharon la coyuntura para zumbarle al presidente húngaro, Víktor Orbán, que también debe ser seguidor del presidente checheno, por sus leyes anti homosexuales. Un escándalo que ha ocupado minutos y minutos de noticieros y de programas deportivos. Pusieron a parir a Orbán en paz y armonía, y además, la UEFA al final iluminó el estadio de marras.
Pero los gais siguen sin aparecer en el fútbol y el presidente Orbán, que también es de la chupipandi del presidente ruso Putin (el que tiene una ley en vigor por la que pegarle una vez al año a tu mujer es legal), se pasa por el arco de la unión todo lo que le han dicho.
Pero hubo banderita de colores. Un exitazo en la lucha por los derechos humanos.
Además de Hungría, que antes de promover leyes homófobas ha promovido las leyes más misóginas de Europa, Polonia y Turquía también también participan de esta Eurocopa de Fútbol. En Polonia prácticamente acaban de prohibir el aborto, y Turquía abandonó a finales del año pasado el Convenio de Estambul contra la violencia hacia las mujeres y las niñas.
Igual es que yo me lo he perdido, pero no he visto a ningún dirigente de la Unión Europea ni de la UEFA afear nada a ninguno de estos países por su política criminal contra las mujeres. Y es que eso es lo habitual, como en los campos de fútbol. Que a las mujeres nos llamen puta es lo normal, que nos agredan es lo normal, que nos manden a fregar, es lo normal. Y además todo eso no se arregla con una banderita de colores.
Así que mejor centrarse en lo importante, que en el fútbol no hay homofobia porque en el fútbol no hay maricones.