
De todos los pecados capitales, el de la Avaricia hay que reservárselo a Ana Obregón, único caso de vientre de alquiler en el que la bebé comprada se paga su propia factura.
Parece que el universo ha conspirado a favor de la tradición católica de la Semana Santa y se ha esforzado estos días en mostrarnos una cara para todos y cada uno de los pecados capitales que nos condena al supuesto infierno sin solución de continuidad.
Empezando por el más fácil estaría Donald Trump representando, en nombre de todos los puteros del mundo, el pecado de la Lujuria. En su caso, su confesor y castigador ha sido el pueblo americano, que ya sabemos todo que es capaz de perdonar fácilmente a presidentes con un impresionante haber en crímenes contra la humanidad, pero que esto de los culos y las tetas lo llevan peor. En cualquier caso y por una vez, estoy de acuerdo con la gringada. Puteros al talego como violadores que son.
Siguiendo con nuestra lista de conductas impeditivas para ganar el cielo, no puedo dejar de hablar de la Pereza. En este caso me viene directamente a la mente la Sor Yoli Ternuritas y ese ahuevonamiento que transmite y que debe venir dado porque de todos y cada uno de los personajes que la rodea en su cosa esta de Sumar, no logro identificar a ninguno que haya trabajado en la vida ni cinco minutos. A saber: Colau, Oltra, Errejón, Antonelli y toda una ristra de gentecilla cuya vagancia y habilidad para vivir del momio sin pegar ni golpe es de admirar.
En cuanto a la Ira, me indigna más la falta de ella que su presencia. Más pecaminoso debería resultarnos la pasividad de la sociedad ante la misoginia imperante permitida desde todos los estamentos y que mata mujeres a diario que no, por ejemplo, la Ira que demuestran nuestros vecinos franceses en las calles, que lo queman todo y que lo paran todo y la cual me genera otro de los pecados capitales reprochables según la Curia, que es la Envidia.

Mea culpa en este caso. Verde me pongo de envidia cuando presencio como algo queda de aquella revolución francesa que sacó las guillotinas a la calle, mientras en España nos mangonean a diario, nos manipulan, empobrecen unos y otros, pero no se reacciona porque en eso se ha convertido una pequeña parte de la sociedad pero que maneja algunos hilos. En estómagos agradecidos. En pecadores de Gula.
La Gula a la que se da rienda suelta en las grandes comilonas de negociación de mariscos, café, copa, puros y, por supuesto, volquetes de putas, porque sin putas no hay pacto que se cierre como la lógica política corrupta manda. Una tradición más como las torrijas o las pelis de romanos. La Gula que compra voluntades de quien tiene una responsabilidad pública, que queda olvidada tras dos o tres botellas de buen vino en algún restaurante de solera. La corrupción en forma de langostino.
Y me faltan mis dos pecados favoritos, de los que hemos tenido sobredosis al hilo del caso de Anita Obregón. La Soberbia de la tétrica protagonista de su siniestra historia, que se cree impune a cualquier cosa, no es la única que se ha paseado por las teles, radios y periódicos. Hemos tenido que escuchar a auténticos lerdos y lerdas, que cada vez que abrían la boca demostraban su completo desconocimiento sobre cualquier cosa, pero que vomitaban verborrea sin parar como si hubieran sido imbuidos por la luz del conocimiento divino que se supone que te da ponerte delante de una cámara de televisión. La Soberbia del imbécil. Mucho rezo y constricción merecía esta legión de cacatúas y loritos.
Pero la Avaricia se la dejamos a ella, porque hay que reconocer que lo suyo si ha sido una operación económica perfectamente calculada.
Es el primer caso de vientre de alquiler en el que la bebé comprada se paga su propia factura. No lleva ni un mes en este mundo y su adquirente ya le ha sacado más rentabilidad que todos aquellos posados ridículos con los que nos torturaba cada verano Anita la fantástica. Y espérense que ahora vendrá el libro, la docuserie, y todo lo que le dé la gana a esta señora, mientras nuestras autoridades miran impávidas el espectáculo sin decir ni pio. La cobardía también debería ser pecado acreedor del más horrible infierno, aunque haya que inventarlo.
Pero queridas y queridos mortales, respiren tranquilos porque ningún castigo divino recaerá sobre estas personas de tan mal vivir. El Papa Paco ya decretó que el infierno no existe, por lo que la duda metafísica de cuál será ahora el destino de esas almas pecadoras desaparece y pueden seguir todos y todas jodiendo al prójimo a placer.
Me queda la esperanza de que los humanos seamos menos indulgentes que su Santidad.