Opinión

Penitencia

Quiero hacer desde aquí un llamamiento quejumbroso a todos los programadores de la televisión. No entiendo porqué este año, precisamente, han dejado de poner películas de romanos desde el Domingo de Ramos.

Nos urgen esas películas que tienen, como mínimo, 2 ventajas; la primera que como ya las hemos visto no tenemos que prestarles demasiada atención, y la segunda que duran entre tres y cuatro horas, tiempo en el que podríamos incluso llegar a distraernos de la odiosa realidad de mascarillas, profilaxis y silencio que estamos viviendo.

Y ya que, aunque nadie hoy parece acordarse, hace muy poco, el pasado 20 de febrero de la vida A.C. (Antes del Coronavirus), nos dejó Kirk Douglas, propongo que le hagan un homenaje y pasen sus películas a modo maratón. Total, si la gente es capaz de sentarse ocho horas seguidas a ver cosas como “la Casa de Papel” o “Paquita Salas”, si ponemos algo bueno, se nos pasarían estas horas suspendidas en nada. Ben-Hur, Espartaco y los Diez Mandamientos, y ya tenemos echada la Semana Santa 2020, esta sí, de obligado recogimiento.

El recogimiento que, en la España de nacional catolicismo servía para darse golpes de pecho al ritmo del murmullo del “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”, y donde macabramente, tampoco había ni un bar abierto. Esa España negra que ha vuelto a instalarse entre nosotros en las últimas dos semanas, oculta detrás de mensajes de autoayuda, arcoíris pintados por niños, y con una banda sonora de aplausos balconeros.

Digo las dos últimas semanas porque, en realidad, la primera semana de encierro casi ni cuenta. La creatividad y el humor de muchas y muchos hacía que no diéramos abasto a leer memes, escuchar audios o ver videos a cuál con más gracia y arte. Sin embargo, la situación es hoy muy diferente.

Miles de muertos, la ruina de muchas familias, el miedo y la falta de contacto humano han transformado el buen rollo inicial en un ambiente sórdido y tenso.

Y aprovechando la desgracia ajena, se ha generado el caldo de cultivo de una Inquisición 2.0, instalada detrás de las cortinas y jaleada desde los púlpitos de la televisión, especialmente de la televisión pública (esto es, desde el gobierno que es quien la gobierna) que invita a los “ciudadanos de bien” a denunciar a malos patriotas con actitudes “anti solidarias” e “irresponsables”, tal y como ha dicho Ana Blanco en el telediario de las tres de la tarde mientras ponía imágenes de una calle en la que había personas que, según ella, habían violado el confinamiento, aunque nunca explicó en que consistía tal violación. Tal cual me recordó a la monja directora de mi colegio, que parecía la madre alférez. Repelús.

Y amparados por este tipo de mensajes y actitudes fascistoides, cada vez prolifera más la Gestapo ventanera. Esa gente que se dedica a insultar a voz en grito a las personas que sacan a sus hijos de casa, por la razón que sea, o que llevan la cuenta de cuantas veces ha ido el vecino de arriba al súper esta semana, o de cuántos minutos ha bajado la vecina de al lado al perro. Armados con su teléfono móvil pagado a más plazos de lo que les va a durar el propio teléfono, se dedican a inmiscuirse en la nula vida de los demás.

Estos personajes, que por suerte son una absoluta minoría, no son nuevos de la pandemia. Siempre han estado ahí. Gente tóxica a la que le molesta más el posible beneficio ajeno que el mal propio, aunque no tenga nada que ver el uno con el otro. Gente pequeña e insignificante que, seguramente en este momento excepcional en el que se están ultrajando alegremente casi nuestros derechos y libertades, por fin sienten que son parte de algo. De algo más que su pequeña e insípida existencia.

Gente que quizás esta situación del confinamiento es lo más emocionante que les ha pasado en la vida y por eso, quieren hacerse notar, aunque sean en el papel de “vieja del visillo”, pero cambiando la gracia por la mala leche.

Gente que cuando escucha al ministro de justicia decir, sin despeinarse, que “hay que quitar a esa gente de circulación”, sienten como si los estuvieran llamando a ellos, por fin, a la misión patriótica de salvar al país de los ciudadanos descarriados.

Lo curioso es que, esa gente, que son el sustrato más puro de la ultraderecha, está siendo amparada y vanagloriada en cada uno de los discursos que hacen los representantes de este gobierno, autodenominado progresista, bajo la denominación de “héroes patriotas”.

Poco progresismo veo yo, la verdad, en condenar a la pobreza y al aislamiento a 47 millones de personas sin ni siquiera tener la decencia de explicarles que están tan perdidos como nosotros, como no puede ser de otra manera. Solo que nosotros, además, debemos profesar una fe ciega en el mando, en ellos, sin crítica ni fisura en la defensa de su gestión, a riesgo de ser tachados de anti solidarios, irresponsables y denunciados por los nuevos Comités de Defensa de la Moral Pública, instalados en terrazas y azoteas. El moderno contrato social se basa en la confianza, ya que hace tiempo que nos convertimos en ciudadanía y dejamos de ser medievales siervos de la gleba.

Menos mal que, como en las santas escrituras, parece que hay esperanza de resurrección social, sólo que esta vez, en lugar de al tercer día hemos tenido que esperar a la tercera semana, para que voces nada despreciables de juristas, catedráticas, y gente en general que no pierde el tiempo en los balcones porque lo que quiere es volver a recuperar las calles, ha empezado a levantar la voz para recordar que esto de estas semanas es un sacrificio que todos y cada uno de nosotros está haciendo, literalmente, por amor al prójimo. Sacrificio sí, pero limitado al tiempo mínimo imprescindible.

Sacrificio hecho para que no mueran más o, al menos, los menos posibles. Para cuidar de nuestro sistema sanitario, que reconocemos como lo mejor que tenemos. Porque nos han pedido que demostremos que queremos a los otros como nos queremos a nosotros mismos, y vaya que sí nos estamos amando los unos a los otros más que nunca.

Pero eso no quiere decir que muchas y muchos no tengamos en la mano el contador de cuanto falta para terminar con esta situación de encierro antinatural y anti jurídica.

Entiendo que haya gente a la que el mundo le ha podido venir grande y el confinamiento le aporta cierta seguridad. Y sobre todo a ciertos políticos que pueden caer en la tentación de creer que, bajo la premisa de la seguridad, pueden exigir obediencia debida a los ciudadanos para sacrificar la libertad y el estado de derecho en aras de su comodidad para gestionar este desastre con discutible acierto.

Creer que eso es lo que nos toca como sociedad de ahora en adelante, creer que en esa “realidad nueva” que ya he escuchado nombrar a las ministras de defensa y hacienda, pero sin explicar de qué se trata, nuestro papel va a ser el de callar o hablar para denunciar al vecino, es imponerse una penitencia demasiado grande para pecados que, la mayoría de las personas no hemos cometido.

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