Opinión

Pobre Culofino

La opinión de Núria González para eltaquigrafo.com
photo_camera La opinión de Núria González para eltaquigrafo.com

Siempre he tenido debilidad por las causas casi imposibles. Debe ser por eso que al final de esta semana tengo que expresar mi solidaridad y casi mi compasión por el pobre Culofino. He renombrado así al chico de la no agresión homófoba de Malasaña, porque la historieta al final, resulta casi tan cómica como la serie de películas de humor americano adolescente en las que aparece Culofino: Finch, en American Pie. Además, Culofino me parece mucho menos ordinario que el ocurrente hashtag de #ElBuloDelCulo. 

Y es que, sin duda, el culo es la parte central de esta no-historia porque, seguramente, si no hubiera sido por el “detalle dramático” de la marca en el culo con la palabra “maricón”, al lumbreras de turno al que le filtraron la noticia no le hubiera parecido una idea brillante que esto, que tenía desde buen inicio una pinta rarísima, debía llegar a la mesa del presidente del gobierno en 24 horas, probablemente vía las incompetentes que habitan en el Ministerio de Igualdad y los incalificables de Interior, y hacerlo la causa del mes. Que digo del mes, del año y casi de la legislatura. 

A esas lumbreras y a todos los miembros del gobierno que se han aprovechado de la historia de Culofino para rellenar una agenda política hueca y sin rumbo, más cerca de ser un decorado que un programa de gobierno, si yo fuera él, Culofino, me plantearía seriamente pedirles responsabilidades en sede judicial. 

Analicemos un instante la situación.

Tienes veinte años y sales una noche. Te lías, la lías y acabas con un globo de campeonato. Además de la cogorza, te acompaña otra persona que no es tu pareja y, en ese momento, te parece lo más ideal montarte un rollo sadomaso del que a la mañana siguiente puede que ni siquiera te hubieras acordado, de no ser por una más que inoportuna marca en el glúteo con la palabra “maricón”, (que recuerdo que la mayoría de las veces entre conocidos y entre gente del colectivo gay se utiliza más como expresión cariñosa que como insulto). Un inoportuno souvenir de la fiesta nocturna imposible de ocultar.  

Además de amanecer con una resaca espantosa, te encuentras con los ojos inquisitivos de tu pareja clavados en tu recién adquirido nuevo tatuaje trasero, y ves que, irremediablemente, te va a montar la de san Quintín. En ese momento de décimas de segundo, en el que todavía no te ha dado tiempo de tomarte ni el café ni el ibuprofeno, tienes que reaccionar y decir algo para que tu vida no se venga abajo por una noche toledana. Y todavía debe durarte el globo porque se te ocurre una historia sobre los ocho encapuchados, rollo ninja, atacándote. 

Hasta ahí, quién en su tierna juventud no se haya encontrado en una situación parecida, similar, cercana o al menos que la conozca de oídas, es que no ha tenido vida. Una mala noche juvenil es sano que la haya tenido cualquiera. La cosa se empieza a torcer cuando sigue agrandando la bola y para darle credibilidad al tema y, supongo, para acabar de convencer a la pareja, Culofino va a la comisaría de policía y denuncia los hechos. 

Quiero resaltar por millonésima vez esta semana que ese comportamiento no es que Culofino ponga una denuncia falsa. El chaval, dentro de lo malo, tampoco fue tan horrible y no acusó a nadie de haberle agredido. Se inventó la historia de los encapuchados y eso es lo que marca la diferencia del tipo de delito. Realizó y denunció unos hechos que no ocurrieron como tal, lo cuál es una simulación de delito, pero no le echó la culpa a nadie de los mismos, por tanto, no es una denuncia falsa. Ésta es una explicación que a todos los que se engancharon a esta historia les da igual porque no paran de repetir el mantra de la “denuncia falsa”, porque así de paso la derecha, aprovecha para meter baza con las supuestas denuncias falsas de violencia machista. 

A lo que voy, es que el comportamiento antijurídico de Culofino llega exactamente hasta la simulación de un supuesto delito, y eso será juzgado y penado por un tribunal, si así se considera pertinente por la justicia tras el trabajo de investigación de la policía. Un trabajo policial admirable, que los políticos y los medios de comunicación obviaron conscientemente desde el inicio de esta historia, porque no convenía a su relato del supuesto infierno homófobo español, aunque la policía estuviera avisando desde el principio de que en este asunto había muchos descuadres. En la segunda declaración, Culofino se vino abajo, y con él, todo el circo mediático político vergonzoso que habían montado adhoc. 

Y ese es el drama de esta historia. 

Aunque Culofino sea encontrado culpable en algún momento de simulación de delito, no podemos echarle la culpa a él de todo el espectáculo lamentable que hemos presenciado y que ha dejado en evidencia a la totalidad de la clase política española sin excepción, y a todos los medios de comunicación, que han dejado bien patente que no se molestan en contrastar absolutamente nada. Ya lo sabíamos hace tiempo, pero el caso Culofino ha dejado a la prensa de este país a la altura del betún. En cualquier periódico escolar hay más rigurosidad que en las grandes cadenas y cabeceras de periódico que cada día nos dan la matraca con mensajes preparados. 

Por tanto, es verdad que el protagonista de nuestra historia no lo hizo bien, pero él nunca pidió convertirse en un símbolo de la lucha de nada. Sin épica. Él sólo se inventó una historia para intentar que no le pillasen en una infidelidad. Algo que nos recuerda de lejos al caso del asesinado Samuel, donde la policía repite y repite que no hay indicios de que sea un crimen homófobo, pero del que los medios y los políticos han hecho un símbolo a la fuerza. La desgracia es que no está aquí el pobre Samuel para poder decir nada. 

Las organizaciones que “manejan” en el colectivo LGT, también se llevan lo suyo en esta historia porque, mientras se engancharon a rueda del circo sin ni quiera haberse molestado en hablar con el muchacho, y aprovecharon para ocupar todo el espacio mediático posible, aunque fuera agarrados a una fake new, una parte de ese colectivo sigue atacando a las mujeres, ya sea insultándolas, acosándolas y señalándolas, o haciendo política a favor de la legalización de los vientres de alquiler y convertirlas, así, en esclavas incubadoras humanas. Eso parece ser que no es considerado odio por el momento. Debe ser amor invertido. 

Por eso retomo mi idea de que quizá alguien de toda esta panda (políticos, medios, organizaciones, etc.) debería responder por complicarle la vida a un chaval veinteañero, que sí, poco acertado y que responderá ante la justicia de sus errores. ¿Quién responderá y ante quién de haber sacado a este chico del anonimato y ponerlo en el centro de la picota nacional, primero para hacerlo víctima y luego para acusarle de verdugo de las reivindicaciones del colectivo LGT? ¿Quién se hará responsable de la utilización descarnada para propio beneficio de una historia privada que no tenía porqué haber salido de la comisaría o del juzgado? ¿Quién filtró la información para que se montara el espectáculo? ¿Quién decidió omitir lo que estaba diciendo la policía sobre el caso y seguir con el show business?

Tengan presente que, tras este precedente, cualquier cosa que les pase a ustedes puede ser utilizado por quien convenga para lo que sea menester. A todos les puede pasar, menos a las mujeres, a quienes nadie cree nunca por norma, hasta el punto de que, tras ver un video de una violación en grupo de cinco hombres hacia una cría más joven que Culofino, algún juez lo llamó jolgorio. 

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